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Su producción nunca ha sido competitiva, la calidad del mineral es baja y su precio muy superior al internacional. No se trata de un acertijo sino de una descripción del sector del carbón español. Un negocio secularmente ruinoso que, contra viento y marea, lucha por su supervivencia en contra de los más elementales criterios económicos y de la tendencia global predominante que camina, lenta pero decididamente, hacia la descarbonización del planeta.

El problema del carbón nacional no es de hoy. El sector recibe subvenciones y ayudas públicas de todo tipo desde hace más de un siglo. Las minas ya eran deficitarias en el siglo XIX, de modo que no podían competir con el carbón que entonces procedía de Reino Unido sin la asistencia estatal. Desde entonces, los mineros del carbón constituyen un grupo privilegiado gracias al maná del dinero público, procedente del bolsillo de los contribuyentes. Y claro, nadie está dispuesto a perder una prebenda así por las buenas, así que los sindicatos han vuelto a echarse a la calle, su terreno preferido para conseguir lo que no son capaces de lograr en los despachos por la irracionalidad económica de sus propuestas.

Hace unos días, sentí como si rejuveneciera casi 40 años, al leer los resultados de Hullera Vasco Leonesa. Hoy, cuatro décadas después de que empezara a hacer mis primeros pinitos en el periodismo económico, el problema sigue siendo el mismo. El carbón español es un negocio ruinoso. La minera Hullera Vasco Leonesa informaba a la CNMV de que había registrado unas pérdidas de 10,68 millones de euros en el primer trimestre del año, lo que suponía elevar un 24,2% los números ‘rojos’ de 8,6 millones de euros del ejercicio anterior. Estas pérdidas se producían después de haber aumentado las ventas un 45,3% hasta los 6,43 millones de euros. Es decir, la compañía, sin ayudas al carbón, perdió casi el doble de lo que facturó. Casi lo mismo que Hunosa hace 40 años, que perdía 2 pesetas por cada una que facturaba. ¡Qué despropósito!

Las minas leonesas y la mayoría de las de Asturias no son rentables, en primer lugar, por razones estrictamente geológicas. La causa de la menor rentabilidad de las minas españolas no se debe a que la mano de obra en los principales países productores sea más barata, sino a la dificultad de las explotaciones, la escasa potencia (ancho) de las capas, su irregularidad o las fracturas de las vetas. El problema es geológico y, por tanto, no tiene solución.

Aunque durante los últimos 20 años se han ido cerrando las minas menos productivas, las que quedan ahora siguen teniendo unos costes de extracción muy por encima del precio internacional del carbón (algunas incluso lo doblan). Las únicas explotaciones que se acercan a la rentabilidad son las explotaciones a cielo abierto. Pese a ello, en España no existe ninguna explotación minera que sea competitiva con los precios del mercado internacional del carbón australiano o el de Estados Unidos. Y ello es así porque en esos países las explotaciones son a cielo abierto, los depósitos mucho más grandes, el carbón de más calidad y, además, usan una maquinaria pesada intensiva.

Por otro lado, el carbón español es de baja calidad, con 4.500 termias/tonelada frente a las 6.000 termias/tonelada del australiano, que es el estándar mundial. Es decir una tonelada de carbón extranjero produce el mismo calor que 1,33 toneladas de carbón español. Por ello, sin subvención, el carbón nacional nunca sería el preferido de las empresas que queman mineral para producir electricidad en las centrales térmicas. A pesar de ello, gobierno tras gobierno, desde hace más de cien años, han preferido seguir agrandando el sumidero de pérdidas de las ayudas al carbón para mantener la paz social que hacer frente al problema y cerrar el grifo de tan descomunal sangría.

Las minas de carbón españolas, además, no han sido nunca competitivas. De hecho, a principios del siglo XX ya fue necesario implantar aranceles para impedir que el carbón inglés entrara en España, favoreciendo así la producción del nacional en contra de los intereses del conjunto de consumidores y empresas. Sólo en la etapa de la autarquía la producción de carbón nacional vivió su particular época dorada. Lo que vino después es una historia de presiones, amenazas y, sobre todo, de despropósitos y pérdidas irracionales. ¿Hasta cuándo?

El Gobierno actual, siguiendo el ejemplo de sus antecesores, acaba presentar un nuevo borrador para las ayudas ambientales a las centrales que utilizan carbón nacional, en el que incrementa tanto el importe de los incentivos, que elevan de 72.000 a 90.000 euros por megavatio (MW) las ayudas a la desnitrificación de las centrales y de 3,8 a 5,6 millones de toneladas anuales el compromiso de compra de carbón. A pesar de las mejoras, los sindicatos consideran que estas cifras son todavía insuficientes para garantizar la normalidad del sector y han vuelto a las movilizaciones. Lo dicho, ¿hasta cuándo van a seguir primando la sinrazón y el despilfarro?

José Antonio Roca es editor de El Periódico de la Energía

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Un comentario

  • Marina

    29/05/2015

    Las subvenciones deberían ir a parar a beneficiar los cambios en la zona y fomentar el cambio de sector de los trabajadores. El subvencionar a los amiguetes debería estar mucho más perseguido.

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