Estos últimos días se acumulan muchas noticias sobre pobreza y distribución de la renta en los medios de nuestro país, lo que sin duda refleja la creciente preocupación de las sociedades avanzadas por la negativa evolución de estas cuestiones desde el comienzo de la gran recesión. En particular, se está hablando mucho de pobreza energética: está en los programas electorales de algunos partidos y en los resultados de encuestas del INE o de asociaciones de consumidores. También recientemente en las páginas de este diario. Y no se trata de algo nuevo porque ya hace años que la Asociación de Ciencias Ambientales abordó esta cuestión en España, ofreciendo índices devastadores sobre la extensión de la pobreza energética y generando así un importante debate socioeconómico sobre el asunto.
El problema es que, desde nuestra perspectiva, buena parte de este debate se ha realizado hasta ahora sin terminar de tener claro de qué estábamos hablando. El indicador más utilizado, que señala en torno a un 18% de hogares españoles en situación de pobreza energética, incorpora aquellas familias que dedican más de un 10% de su renta al gasto energético (el gasto medio de los hogares en energía es del 6% del total). ¿Realmente deben considerarse pobres en materia energética estos hogares, independientemente de su renta? Nosotros pensamos que no porque hay hogares, tal y como puede observarse en la Encuesta de Presupuestos Familiares del INE, con una renta elevada y que, sin embargo, dedican más de un 10% a consumo energético. ¿Realmente tenemos que considerar a estos hogares ricos “pobres energéticos”? En el fondo, este hecho nos debe hacer reflexionar sobre otra cuestión de mayor alcance: ¿es la pobreza energética realmente un problema en sí misma o es más bien un componente de la pobreza general?
Para ello, desde Economics for Energy, un centro de investigación privado patrocinado por empresas, fundaciones y universidades, hemos estado trabajando durante el último año para tratar de, en primer lugar, identificar el problema y su extensión y, en segundo lugar, plantear medidas para afrontarlo. Los resultados de nuestro informe anual indican que el problema existe en una cuantía similar a la de otros países europeos de nuestro entorno. Utilizando indicadores que miden la dificultad de afrontar el gasto energético dada la renta (y no indicadores de gasto energético como el del 10%), obtenemos un 9,8% de hogares en pobreza energética en España en 2013. En 2011, en Alemania contaban con un 8,8%, mientras que en Italia eran un 8,4% (en 2011 España contaba con un 7,6% de hogares en esa situación, con lo que es evidente el efecto de la crisis económica sobre el indicador). En Francia y Reino Unido la situación también es similar.
Hay que señalar a este respecto que, por supuesto, los números obtenidos dependen en gran medida de la renta mínima que se considere. En nuestro caso, y de forma similar a lo que se había planteado en otros países, escogimos la media ponderada por población de las rentas mínimas de inserción presentes en las comunidades autónomas de nuestro país, que resultó estar en torno a 415 €. Si en lugar de este valor hubiésemos elegido otra referencia, como por ejemplo la que sugiere Cáritas del 85% del salario mínimo interprofesional, la renta mínima de inserción se habría elevado hasta los 550 € y con ella el indicador de pobreza energética habría alcanzado el 16 %.
Como vemos, en este caso la cifra sí estaría más cercana a ese famoso 18% obtenido con el indicador del 10%. Pero también hay que subrayar que, si se acerca, es por casualidad: estos dos indicadores miden cosas muy distintas, en nuestro caso la dificultad de afrontar el gasto energético, y en el del otro indicador un gasto relativo elevado en energía. Por tanto, las discusiones y comparaciones no deberían hacerse sobre el número final obtenido, sino sobre las ventajas e inconvenientes de la metodología escogida.
Dabama
21/07/2015