Nos encontramos en un momento en el que nuestro modelo productivo se va a transformar en torno a dos ejes: la industria 4.0 y la descarbonización de la economía, en cumplimiento de los Acuerdos del Clima de París. Estos procesos se van a dar sí o sí, así que más nos valdría ir planificándolos y adelantando sus impactos.
Hablar de la digitalización de la energía pone en un mismo plano estos dos vectores de cambio. Es decir, estamos hablando de cómo la aplicación de las tecnologías digitales a la producción, distribución y comercialización de la energía puede contribuir a la transición energética que nos permita llegar al horizonte de cero emisiones en 2050.
Hasta aquí todos de acuerdo. Nadie discute que la transición será renovable, ¿pero en manos de quién ponemos las renovables? La tecnología, la digital también, está cambiando la forma de producir y distribuir la energía. La gestión de la demanda, la eficiencia, el almacenamiento harán que los picos de demanda desaparezcan y por lo tanto no sean necesarias las llamadas tecnologías de respaldo. Y sobre todo la tecnología ha permitido que generar y distribuir energía esté al alcance de nuevos actores (personas, PYMES, cooperativas). La energía se ha democratizado.
Sin embargo, a pesar de los cambios tan complejos y con tantas implicaciones políticas, económicas, sociales y ambientales, nos encontramos ante una absoluta falta de liderazgo político. Los actores energéticos tratan de adaptarse pero sin tener claro los objetivos, lo que inevitablemente produce tensiones entre intereses y visiones contrapuestas. En este momento crucial donde todo el mundo apunta hacia la dirección marcada por el Acuerdo de París, necesitamos definir claramente un proyecto a medio-largo plazo que defina dónde queremos estar exactamente en 2050, cómo queremos llegar y poner los medios para ello, tanto regulatorios como en término de recursos.
Y en medio de esta ausencia de horizonte, estamos incorporando a nuestro sector energético la tecnología digital. Cada vez más nuestra energía requiere de dispositivos electrónicos y software para ser producida, distribuida y consumida. Pero, ¿somos conscientes de los retos que implica una digitalización generalizada de la energía? Aquí algunas cuestiones que deberíamos empezar a plantearnos como reflexión estratégica dentro de la transición energética, y que son comunes al proceso generalizado de automatización y digitalización de la economía:
- Una mayor producción de dispositivos electrónicos en el mundo requerirá ingentes cantidades de recursos y materias primas. Necesitamos que los procesos sean lo más eficientes y sostenibles posible. Por ejemplo, si no nos aseguramos que los componentes y materiales de los millones de baterías de almacenamiento que serán producidas en el mundo, sean recuperables y reciclabes estaremos derrochando recursos que son finitos y caros. Hablamos mucho del pick oil, pero apenas hablamos del _pick all. _De todos esos materiales que necesitamos en nuestra vida digital y que llegarán a su pico de producción algún día. Pensemos qué, cómo y de qué modo vamos a producir los elementos materiales en los que se basa la digitalización.
- Pero también tenemos un reto en la parte no tangible, el software. ¿Código abierto o propietario? ¿Cómo gestionamos las patentes? La propiedad, acceso y desarrollo de la tecnología son cuestiones principales, ya que corremos el riesgo de que nuestra energía quede cautiva en manos de unas pocas empresas que controlan la tecnología digital.
- Hablar de derechos digitales empieza a ser una obligación en el siglo XXI; la privacidad o la gestión y explotación de datos, por ejemplo. El concepto de seguridad energética cambia completamente desde este punto de vista: ¿se imaginan un ciberataque que paralice los parques eólicos al mismo tiempo?
- Y por supuesto la brecha digital. No solo en lo referente a lo profesional, esto es quién tendrá acceso a la formación necesaria para los nuevos empleos que se generarán, si no también a nivel de usuario. Si no nos aseguramos que todas las personas pueden adquirir las competencias digitales necesarias para participar en el nuevo mercado energético, estaremos generando desigualdad en la eficiencia, el ahorro energético o en la producción de nuestra propia energía. La digitalización de la economía debería ser un proceso amplio en el que las instituciones se aseguren de que nadie se queda atrás. Si hablamos de la energía, como derecho básico y sector estratégico, este acompañamiento o liderazgo de lo público tiene más sentido aún si cabe. Sin embargo, desde los poderes públicos apenas se está prestando atención a este proceso imparable. Desde la configuración ministerial a la falta de un sistema de I+D+i eficiente que nos permita mantener un papel relevante en este proceso mundial, donde está en pugna el liderazgo tecnológico mundial energético.
Por lo tanto, más allá de la transición a las renovables, que insisto, ya nadie discute. Pongamos otras cuestiones claves que están cambiando y de forma irreversible nuestro modelo energético: ya no seremos personas consumidoras pasivas, sino que la digitalización nos convertirá en personas usuarias activas.
Rosa Martínez es diputada de Equo por Unidos Podemos-En Comú Podem-En Marea y portavoz de la Comisión de Energía del Congreso de los Diputados.
Yacob
23/02/2017