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¿Qué queremos decir cuando hablamos de transición energética? El riesgo es que conceptos y hechos que están marcando el devenir de la energía en el mundo queden desvirtuados en el lenguaje electoral. Pero ese no es el caso de los informes de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), que en los últimos años claman por una medida que debería figurar en el frontispicio de cualquier política energética: reducir el consumo de combustibles fósiles ya.

El World Energy Outlook 2015 de la AIE analiza la caída del precio del barril de petróleo como un riesgo. Los bajos precios del crudo aumentarán la dependencia energética de un reducido número de países productores de Oriente Medio, creando una mayor inseguridad energética y volatilidad de los precios. La AIE propone aprovechar el petróleo barato para iniciar la transición energética.

Según la AIE, para 2030 el proceso de electrificación global hará que la demanda de electricidad aumente un 70% y ello convertirá a las renovables en la primera fuente de generación en el mundo. Más del 50% de la nueva potencia que se instala cada año en el mundo es renovable. La novedad es que el cambio en el mix energético se está produciendo por razones económicas y no solo ambientales.

Las energías renovables y la eficiencia energética son más rentables que las fuentes de energía convencional (gas, carbón y nuclear). Y todavía tienen un margen de reducción de costes que no posee ninguna otra fuente de energía. La banca internacional es la que ha llamado la atención sobre el éxito del autoconsumo con almacenamiento para 2020 y 2030 por su mayor competitividad.

Son los mercados financieros los que ya han advertido de la rentabilidad del cambio en el mix energético. Las agencias de calificación han empezado a condicionar el valor de las empresas por el riesgo ambiental y climático y ese riesgo afecta no solo al sector energético sino a los automóviles, transportes, químicas, inmobiliarias, turismo, restaurantes, etc.

El mayor fondo de inversión del mundo, Blackrock, recomienda descarbonizar las carteras y abandonar la inversión en activos que emitan CO2. Las empresas deben descontar el efecto del riesgo climático y poner al día el valor de sus activos.

Javier García Breva.
Javier García Breva.

Hay empresas que se han puesto a ello. Eon ha perdido hasta septiembre de este año 5.670 millones de euros por la depreciación de sus centrales de generación convencional. GDF Suez perdió 9.100 millones de euros en 2013 por una depreciación masiva de sus centrales eléctricas de producción térmica (carbón, gas e hidrocarburos) y de las capacidades de almacenamiento de gas en Europa.

En España, por el contrario, los beneficios de las eléctricas crecen y anuncian más dividendos hasta 2017. El RDL 13/2012 paralizó las inversiones en más infraestructuras gasistas por ser innecesarias con una demanda a la baja desde 2007 y ponía sobre la mesa el problema de la sobrecapacidad gasista y la infrautilización de sus infraestructuras que se ha renunciado a abordar en esta legislatura.

Es más, REE anunció que se podría prescindir de 6.000 MW de centrales de gas y la CNMC ha avisado del cierre de centrales de gas y carbón por la aplicación de la directiva europea de emisiones industriales.

No obstante, desde la reforma energética se sigue alimentando el sueño de convertir a España en un gran centro mundial de intermediación de gas y de ser el proveedor de Europa, olvidando que el gas no es nuestro, que lo pagamos a Argelia se consuma o no, y que las relaciones de Gazprom con la Unión Europea gozan de excelente salud.

Está claro que la política energética no es consciente de sus riesgos. Con la caída del precio del crudo España ha batido en 2015 su record histórico de importaciones de petróleo y de consumo de carburantes. Pero alguien debería pensar en lo que pasará cuando el petróleo suba, porque el origen de la gran recesión fue el alza del crudo en el verano de 2008, cuando alcanzó los 145 dólares por barril.

La transición energética está relacionada directamente con el menor consumo de combustibles fósiles de manera urgente. Y será el ahorro y la electrificación lo que arrastrará, a su vez, la consecución de los objetivos de renovables y de emisiones de CO2. El riesgo geopolítico del gas y el petróleo no se descuenta en España. Ni siquiera el riesgo físico, como se está comprobando en Castor, en todos los almacenamientos de gas o en las mismas centrales nucleares. La reforma lo carga en los peajes de la luz y del gas.

Reducir el consumo de petróleo y gas debería ser el primer objetivo de cualquier política energética.

El proceso de electrificación global se está produciendo a través de la generación distribuida y del transporte eléctrico. Es la hoja de ruta que describen las directivas europeas con el objetivo de convertir al consumidor en el centro del sistema eléctrico.

En la “Estrategia para una energía segura, sostenible y competitiva” que la Unión Europea aprobó en 2010, se concretó el liderazgo mundial de Europa en las tecnologías de almacenamiento para integrar masivamente las energías renovables y proveer a las ciudades de soluciones para ahorrar energía masivamente**. A ello se deberían dedicar los ahorros por el bajo precio del petróleo y no a incentivar su consumo.**

Javier García Breva es asesor en Políticas energéticas, presidente de N2E y miembro del Consejo Editorial del Periódico de la Energía.

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