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Sin embargo, no podemos negar que la producción de estos materiales ha tenido un efecto negativo para el medioambiente, que se pone de manifiesto en la contaminación del aire, agua, suelo y con el incremento del efecto invernadero.

Y es que el mundo que la química ayudó a construir se enfrenta hoy a grandes retos y requiere cambios en los paradigmas económicos, políticos y culturales, teniendo en cuenta los problemas de abastecimiento energético, la crisis medioambiental, la disminución de la biodiversidad, la aceleración del cambio climático global y, ahora, con un factor adicional en esta compleja ecuación, la pandemia del COVID-19.

Todos estos fenómenos han disparado la alerta social y exigen del sector científico, el industrial, o el productivo en general, la toma de decisiones que implican cambios hacia el paradigma de la sostenibilidad y las tecnologías verdes. Entonces, ¿qué se puede hacer, por ejemplo, desde el mundo de la química, para enfrentar la crisis medioambiental? La respuesta a esta pregunta se encuentra en lo que se ha dado en llamar ‘química verde’, un enfoque que, sobre la base de los ‘doce principios’, persigue optimizar el uso de las materias primas y disminuir la generación de desechos contaminantes o aumentar la eficiencia de las reacciones químicas mediante el uso de catalizadores, entre otros criterios de acción.

El cambio hacia tecnologías verdes requiere de inversiones. Aquí las subvenciones con participación pública y privada juegan un papel preponderante, pero el balance de estas inversiones termina por ser altamente positivo, especialmente porque las tecnologías verdes acaban por beneficiar la salud en el medio y largo plazo, y es que un medioambiente sano repercute de manera decisiva en la buena salud a nivel individual y de la comunidad, pero también en la salud global de la gran familia humana.

Esto último es especialmente cierto en un momento en el que la sociedad experimenta un cambio radical impulsado por una microscópica pero poderosa fuerza de la naturaleza, el virus SARS-CoV-2. Ahora hemos aprendido a valorar más, por ejemplo, la calidad del aire, tomando en cuenta que un ambiente con elevadas concentraciones de CO~2~ implica altas concentraciones de aerosoles, y, por lo tanto, genera un aumento significativo de la propagación del nuevo coronavirus en espacios interiores (viviendas, restaurantes, aulas, cines o transportes).

La respuesta más inmediata se ha enfocado en las mascarillas, pero el riesgo siempre estará ahí, no por la calidad de estas, sino por los riesgos asociados a su correcta manipulación y utilización. En consecuencia, se hace cada vez más necesario desarrollar tecnologías, no solo para cuantificar la calidad del aire, sino para mejorarla, y aquí la química aplicada juega un papel preponderante.

En los últimos lustros se han venido observando resultados muy prometedores en los sistemas de captura de CO~2~, tanto para chimeneas industriales como para captura directa del aire (DAC, por sus siglas en inglés) en espacios exteriores, pero también para interiores. Muchas empresas norteamericanas y europeas, incluyendo españolas, han desarrollado tecnologías que capturan CO~2~ con alta eficiencia, cumpliendo con los criterios de la química verde y ajustándose a las regulaciones europeas en materia de medioambiente.

Estas tecnologías se pueden clasificar como “sostenibles”, un aspecto que queda demostrado a través de sus bajas “huellas de carbono”. La sostenibilidad es uno de esos retos que asumió la química verde mediante aplicaciones concretas dirigidas, por ejemplo, al desarrollo e implementación de energías renovables o limpias, pero en muchas ocasiones es necesario combinarlas con tecnologías de captura de CO~2~. Y si estas tecnologías permiten generar energía y productos que, a su vez, puedan ser utilizados por la industria, mejor que mejor, pues se evitan los residuos y se potencia la economía circular.

Como se puede apreciar, la captura de CO~2~ sigue siendo una pieza clave para alcanzar las metas de desarrollo sostenible y, actualmente, en medio de la pandemia por el COVID-19, es, además, una estrategia valiosa para controlar la propagación del virus en espacios interiores, que debe ser tomada en cuenta dentro del concierto de las políticas de control de la enfermedad, pues es necesario contemplar importantes mejoras en lo que respecta a la calidad del aire, que incluyan el uso de sistemas que capturen CO~2~ y también lo purifiquen de aerosoles o material particulado, a fin de crear ambientes interiores propicios para combatir la enfermedad y mejorar la salud en general.

Ricardo R. Contreras es Doctor en Química en el Departamento I+D+i Ecological World of Life España S.L.

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