Los vecinos de los municipios del entorno de la central de Garoña, en el Valle de Tobalina, que ya se habían acostumbrado a que estuviera parada desde diciembre de 2012, se muestran escépticos, aunque esperanzados, ante su posible reapertura, acostumbrados como están a convivir con la nuclear para bien y para mal.
El Valle de Tobalina (Burgos), donde se encuentra la central nuclear de Santa María de Garoña, pertenece a la comarca de las Merindades y en su paleta de colores predomina el verde de los campos, los bosques y su apreciada riqueza hortifrutícola.
Su cabecera, Quintana-Martín Galíndez, tiene ese aire de pueblo rico que todavía conservan muchas localidades del norte de España a las que regresaron los indianos, cargados de dinero después de “hacer las américas”, aunque aquí no fueron los indianos, fue Garoña.
Durante más de cuatro décadas, la central nuclear ha convivido con los vecinos y ha cuidado especialmente los detalles de ayuda a la zona, desde subvenciones para las fiestas o mejoras de infraestructuras básicas hasta aportaciones para la residencia de ancianos o la reforma de la Casa Consistorial.
El entorno se ha beneficiado también de las actuaciones de mejora del Plan de Emergencia Nuclear de Burgos, sobre todo en materia de carreteras.
Este es un fin de semana cualquiera para los vecinos del pueblo, a primera hora apenas se ven por la calle, pero la actividad se va reavivando a medida que avanza la mañana.
Cuenta a Efe un repartidor de bebidas habitual de la zona que cuando llega el buen tiempo “hay más animación porque hay muchas personas que vienen el fin de semana”.
De hecho, en la zona se llegó a plantear hace décadas un plan de desarrollo económico alternativo a la central nuclear basado en el turismo, amparado por la Asociación de Municipios Afectados por Centrales (AMAC).
El proyecto de crear poblados de casas de tipo alpino integradas en la naturaleza quedó en nada y en este momento el entorno de Garoña no tiene ni más ni menos población flotante que el resto de localidades del norte de la provincia de Burgos.
Ahora, los vecinos del entorno de Garoña se han acostumbrado a ver la central parada y se muestran escépticos pero esperanzados con su posible reapertura.
La mayoría prefieren no pararse a hablar con los periodistas que “llegan en oleadas cada vez que hay alguna novedad sobre Garoña y creen que todos los vecinos somos expertos y no hablamos de otra cosa”, nos cuenta Luis, que insiste en que él nunca trabajó en la central y en su familia solo un primo suyo llegó a ser operario de la planta nuclear, aunque se jubiló un año después de que la planta se desenganchara de la red eléctrica y parara el reactor.
Desde dentro de la planta, el portavoz del comité de empresa de Garoña, Pedro San Millán, se muestra convencido de que la nuclear volverá a arrancar porque “los últimos cuatro años se han realizado muchos trabajos e inversiones encaminados a cumplir con las exigencias del Consejo de Seguridad Nuclear y sería extraño que la empresa quisiera tirar ese dinero”.
Pero en 2012, cuando la empresa decidió parar el reactor había en Garoña 340 trabajadores de plantilla y entre 250 y 300 externos, mientras ahora quedan 250 directos y menos de 200 de otras empresas.
La alcaldesa del Valle de Tobalina, Raquel González (PP), es partidaria de que el Gobierno conceda la prórroga a Garoña y la planta vuelva a operar, pero “no es una nuclear nueva y no durará mucho tiempo”, por lo que su objetivo es conseguir apoyos para buscar fuentes alternativas para desarrollar la zona y crear empleo.
En la parte contraria se sitúa José Luis Conde, concejal por el grupo Vivir en Tobalina, que cree que Garoña no debe reabrir y también pide alternativas para la zona que “se deberían desarrollar durante los años que dure el desmantelamiento de la nuclear”.
En su opinión, la presencia de Garoña “no ha sido ningún milagro para la zona” en la que cuando abrió la planta atómica había 3.600 habitantes y ahora no llegan al millar, “sesenta más se han ido en el último año”, recuerda.
En Barcina del Barco, la localidad más próxima a la central nuclear, a la que se puede llegar andando desde el pueblo, los pocos vecinos que quedan viven en su mayor parte del campo, aunque la mayoría de las casas están vacías durante buena parte del año.
Uno de los vecinos, José Antonio, cree que la nuclear es “una amenaza que seguramente hace que muchos no vean esta zona como un posible lugar de vacaciones”, aunque confía en que “cuando Garoña cierre, que terminará cerrando” se aprecien las posibilidades de estos pueblos.