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David Robinson, director del estudio 'El efecto tijera'.

En vista de la emergencia climática a la que nos enfrentamos y del poco tiempo que tenemos para abordarla, ningún resultado de la COP26 habría podido ser satisfactorio para enfrentar el desafío.  De hecho, la sensación de urgencia nunca ha sido mayor después del informe del IPCC de agosto que dio al mundo menos de diez años para reducir a la mitad las emisiones globales para así poder tener una posibilidad razonable de evitar una catástrofe climática. Un proceso que requiere consenso entre 200 países nunca podría ser lo suficientemente radical ni avanzar lo suficientemente rápido. Los compromisos inevitables y la lentitud del proceso seguramente decepcionarán a casi todos, pero especialmente a los jóvenes, cuyo futuro está en juego, y a las personas que viven en las áreas más vulnerables a los efectos del cambio climático y que no tienen la responsabilidad de haberlo causado. El sentido de injusticia es especialmente agudo tras la pandemia de Covid-19 y la ausencia de solidaridad relacionada con la distribución de vacunas.

Además, un tratado global, como el Acuerdo de París (AP), que se basa en promesas voluntarias (contribuciones determinadas a nivel nacional, NDC con las siglas en inglés) para mitigar el crecimiento de las emisiones, siempre decepcionará si se comparan esas promesas con lo que requiere la ciencia. El interés propio nacional, los intereses corporativos o políticos especiales y la tendencia a “free ride” (dejar que otros paguen) casi siempre harán que los acuerdos globales sean más débiles de lo necesario para asegurar los bienes públicos globales. En la COP26, el poder de unos pocos emisores importantes (EE.UU., China, India) para debilitar el pacto global para eliminar el carbón es una ilustración del problema de alcanzar acuerdos ambiciosos. La falta de voluntad de los países ricos para compensar a los más pobres por las pérdidas y daños también era deprimentemente predecible. Pero el hecho de que los países ricos no cumplieran con su compromiso de 2009 de canalizar 100.000 millones de dólares anuales a los países en desarrollo para 2020 fue aún peor, ya que ilustró el incumplimiento de las promesas. El sentimiento de decepción e injusticia por parte de los países en desarrollo es particularmente problemático porque socava el apoyo que es esencial para enfrentar las crisis globales de cambio climático y pobreza. En particular, el hecho de no perseguir el desarrollo económico sostenible en el sur global conducirá a un crecimiento de las emisiones que supere las reducciones en el norte global, acelerando el cambio climático y contribuyendo a la injusticia y la inseguridad geopolítica.

Muchos observadores esperan demasiado de una COP. Los negociadores llegan a la COP con una idea clara de lo que pueden acordar y cuáles son las líneas rojas. Cuando los ministros llegan en la segunda semana, también tienen instrucciones claras. Siempre hay espacio para las negociaciones, pero no tanto como la mayoría de la gente piensa. La lógica del Acuerdo de París es que la presión se acumulará con el tiempo sobre los gobiernos para mejorar la ambición de sus compromisos nacionales, pero estos últimos siempre estarán limitados por los intereses nacionales y la renuencia a soportar mayor carga. Esto casi asegura que las COP inevitablemente decepcionan a quienes esperan grandes avances.

Incluso las noticias positivas de la COP26 son cuestionables. La solidez de las promesas de reducir las emisiones se ve socavada por el hecho de que los países clave no las firman, sobre todo una alianza «Powering Past Coal» que deja fuera a China, India y otros importantes productores y consumidores de carbón. Los compromisos con la neutralidad climática en 30-50 años suenan vacíos cuando no van acompañados de planes de transición detallados. También existen serias dudas sobre si las promesas de cero neto por parte de gobiernos y empresas son un «greenwashing» y si hay alguna forma de garantizar su cumplimiento. A esto se añade el cierre del tan esperado “rule book” del Acuerdo de París, con una parte del mismo que preocupa. El Articulo 6.4 permitirá utilizar unidades de emisiones generadas durante la época del Protocolo de Kioto para cumplir compromisos bajo el Acuerdo de París. La Unión Europea temía el potencial impacto negativo en términos de reducciones globales de emisiones y robustez del mecanismo.

A pesar de las muy legítimas razones para alarmarse por la incapacidad de las COP, y de la COP26 en particular, para abordar la crisis climática global y los problemas subyacentes de la injusticia, hay razones para sentirse alentado y seguir luchando con mayor ambición. Para empezar, la COP26 refleja y acelerará el proceso de descarbonización. La dramática disminución en el coste de las energías renovables, las baterías y los vehículos eléctricos confirma el potencial de apoyo político, innovación, competencia y escala para cambiar el juego. La presión sobre la industria de los combustibles fósiles se intensificará a medida que las finanzas mundiales se centren cada vez más en la energía verde. Los activos varados de combustibles fósiles son inevitables. Aunque el mundo seguirá dependiendo de los combustibles fósiles durante algún tiempo, la industria de los hidrocarburos es muy consciente de que su futuro requiere que se convierta en parte de la solución. Es por eso que la inversión en petróleo y gas ha estado cayendo y la razón por la que la inversión en energías renovables ha crecido rápidamente (aunque no lo suficientemente rápido).

En segundo lugar, las numerosas y ambiciosas promesas de los agentes estatales y no estatales son un reflejo de las presiones que enfrentan para actuar y del hecho de que la acción a favor del clima es ahora cada vez más atractiva desde una perspectiva económica. En particular, el acuerdo firmado por 100 países (liderados por la UE y los EE.UU.) para reducir las emisiones de metano en un 30% para 2030 tendrá un impacto importante en las emisiones de gases de efecto invernadero, siempre que se cumplan los compromisos. Asimismo, en la COP26, los gobiernos, las ciudades, los principales fabricantes de automóviles, las instituciones financieras y otros firmaron un acuerdo para la transición a un 100% de ventas de automóviles y camionetas nuevas cero emisiones para 2040 a nivel mundial y para 2035 en “mercados líderes”. Aunque estas promesas no incluyen a todos los países clave, son una señal de la creciente ambición de los actores estatales y no estatales. De hecho, es justo decir que estamos siendo testigos de la competición entre los principales actores políticos regionales y grupos industriales para ser los primeros en llegar a cero emisiones netas y en desarrollar las tecnologías y los modelos comerciales del futuro.

En tercer lugar, la COP26 ha comenzado a abordar cuestiones que anteriormente se habían ignorado o tratado de manera inadecuada. El Acuerdo de París no se refiere en absoluto a la energía. Pero bajo el Pacto Climático de Glasgow final, 196 países acuerdan “acelerar los esfuerzos hacia la reducción progresiva (“phasedown”) de la generación del carbón (‘unabated’) y la eliminación progresiva (“phase out”) de subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”; definitivamente no es tan audaz como la mayoría de los países exigían, pero ciertamente un progreso. La COP26 también ha anclado permanentemente al océano en el régimen multilateral de cambio climático.

Cuarto, el progreso es especialmente evidente en la participación del sector financiero privado. Más de 400 de las instituciones financieras más grandes del mundo, que gestionan más de 120 billones de dólares ($120 ‘trillion’ en términos anglosajones), firmaron la “Glasgow Financial Alliance for Net Zero”. Estas empresas no prometen invertir todos sus activos en actividades netas cero, pero han acordado utilizar pautas basadas en la ciencia para alcanzar emisiones netas cero para 2050, cubrir todos los alcances de emisiones, incluir la configuración de objetivos intermedios para 2030 y comprometerse con informes transparentes y contabilidad de acuerdo con los criterios “Race to Zero”. Este es un cambio fundamental. Cuando los bancos escuchan que el mundo debe invertir 4 billones de dólares al año ($4 ‘trillion´ en términos Anglosajones) para abordar el cambio climático, ahora comienzan a calcular cuánto pueden beneficiarse de estas transacciones.

En quinto lugar, la COP26 ha finalizado el libro de reglas para el Acuerdo de París, en particular sobre transparencia, para garantizar que los signatarios hagan compromisos que puedan ser verificados, en un marco de tiempo común que lleve a una mayor ambición, y en un marco de comercio de carbono que permita descarbonización a menor costo. Las reglas están lejos de ser perfectas – en particular para el comercio de emisiones, como he destacado – pero proporcionan un marco necesario; como un tablero de ajedrez con reglas que permiten jugar este crítico juego global de ajedrez.

En sexto lugar, China y EE. UU. alcanzaron un acuerdo inesperado al final de la COP26 para trabajar más de cerca combatiendo el cambio climático con urgencia en esta década. Aunque el acuerdo es ligero en detalles, establece que ambos países trabajarán para reducir las emisiones de carbono y metano y emplearán tecnologías como la captura y secuestro de carbono. Al ser los dos mayores emisores, este acuerdo tiene el potencial de alentar a otros países a ser más ambiciosos, al igual que el acuerdo entre Estados Unidos y China en 2015 fue fundamental para hacer posible el Acuerdo de París.

Séptimo, hubo algunos avances limitados en los compromisos financieros. Los países desarrollados acordaron duplicar su financiación para la adaptación a partir de 2019, para 2025; el Diálogo de Glasgow entre las partes sobre pérdidas y daños se celebrará de 2022 a 2024; y el texto final insta a los países desarrollados a cumplir plenamente el objetivo de 100.000 millones de dólares «urgentemente» hasta 2025.

En octavo lugar, al entrar en la COP, la ONU estimó que las NDC llevarían a 2.7ºC de calentamiento global para el 2100, muy por debajo de las estimaciones de los 3.7ºC antes del AP. Teniendo en cuenta las promesas nacionales netas cero, las nuevas NDC antes y durante la COP26 y otros compromisos (especialmente la Promesa Global de Metano), las estimaciones del calentamiento global para 2100 ahora podrían oscilar entre 1.8ºC y 2.º4C, asumiendo en la primera que las promesas se implementan completamente. Ciertamente no es lo suficientemente bueno, pero definitivamente avanzamos hacia el objetivo de limitar el calentamiento a 1.5ºC.

Finalmente, el mensaje más positivo de la COP26 es la evidencia de que el activismo ciudadano importa y puede tener efecto, especialmente en países con sistemas democráticos. Por supuesto, los activistas estarán decepcionados con el resultado de la COP26; porque nunca podría entregar todo lo que exigen. Por otro lado, sus acciones antes de la COP tienen impacto, al igual que su presencia en la COP. Hemos sido testigos de este poder en casos judiciales exitosos presentados por jóvenes contra empresas y gobiernos, y a través de acciones que han llevado a políticas y decisiones corporativas más amigables con el clima. Aunque los activistas no participan activamente en las negociaciones de la COP26, su presencia dentro y fuera del lugar (y el sonido de los helicópteros que controlan sus movimientos) es un recordatorio constante para todos los participantes estatales y no estatales en la COP y para el mundo en general de que están mirando y nunca serán silenciados ni estarán satisfechos.

David Robinson es presidente de DR & Associates, Investigador del Instituto de Estudios Energéticos de la Universidad de Oxford, miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía y asistió en Glasgow a la COP26.

Este artículo fue anteriormente publicado en el blog de Economics for Energy.

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