Desde hace años se sabe que la industria del carbón era un zombie que caminaba en los principales países productores como China, India, EEUU, Australia o Polonia. Pero la situación ha cambiado, a pesar de que nuestros gobernantes se empeñen en mirar hacia otro lado y, víctimas de su dependencia clientelar de los sindicatos, hayan decidido prolongar la agonía del carbón español ignorando las negras perspectivas del más sucio de los combustibles fósiles.
Gonzalo García, el codirector de recursos naturales de Goldman Sachs a nivel mundial, ha dicho recientemente que personalmente siente que "no veremos otra planta de carbón construida en Europa occidental" y que será muy difícil que eso ocurra "en la mayoría de los países de la OCDE". Esa es una declaración importante en la medida que proviene de una de las instituciones financieras globales más grandes del planeta. Pero realmente no es tan contundente como podría haber sido a la vista de lo que hoy se conoce sobre el crecimiento mundial de las plantas de carbón.
Hace solo unos pocos meses, el grupo CoalSwarm publicó un informe de investigación que proyecta que el carbón llegará a su máximo histórico mundial en 2022. Pero aún es más contundente la mejor historia climática que no se ha contado: los 573 gigavatios de nuevas plantas de carbón programadas en India, que es el doble del tamaño del parque térmico de carbón de EEUU, que nunca se han llegado a construir. Con la energía solar ahora más barata que las nuevas centrales de carbón, esas plantas no serán resucitadas nunca porque ya no tienen sentido económico.
La muerte del crecimiento mundial del carbón es en gran parte resultado de la volatilización de una asombrosa cantidad de capacidad que se había planeado construir, en gran parte en India y China, junto con un aumento en los cierres de las plantas de carbón, en su mayor parte en EEUU y Europa.
Los cierres seguirán creciendo, preferentemente en Europa, donde la potencia industrial del continente, Alemania, formó una comisión para eliminar la industria del carbón por completo en 2019. Solo Alemania, con 50,4 GW de capacidad de carbón, está por encima de los 35,5 gigavatios de capacidad operativa, un 22% por ciento de la flota de carbón europea, cuyo cierre está comprometido por otros países del viejo continente.
Como señalaba Justin Guay, director de energía limpia de la Fundación ClimateWorks, en un reciente artículo, “resulta difícil subestimar la importancia de la volatilización de todas estas centrales y la muerte del crecimiento para la industria mundial del carbón. Una vez que el crecimiento se desvanece, una industria no tiene futuro que vender a los inversores, reguladores o al público, lo que hace que los impactos futuros se acentúen con el paso del tiempo”.
La tendencia regresiva del sector del carbón se está viendo muy claramente en Estados Unidos, a pesar de los apoyos recibidos por la administración Trump, pero se está extendiendo rápidamente por todo el mundo. No se trata solo de grupos que apoyan la transición energética como CoalSwarm los que pronostican este negro futuro; los augures convencionales están observando las mismas tendencias. La Agencia Internacional de Energía ya ha pronosticado una década de estancamiento sin crecimiento entre ahora y 2022 . Exxon, un gigante de los combustibles fósiles, prevé que la participación del carbón en el mix energético disminuirá del 40% en 2016 al 30% en 2040. Desde los gobiernos al sector privado, las perspectivas para el carbón son sombrías.
En caída libre
Esas proyecciones son muy importantes porque construir nuevas plantas es una cosa, pero si funcionan o no es otra muy distinta. Desde China hasta la India y el sudeste asiático, los factores de carga de la planta (el porcentaje de tiempo en que las plantas realmente queman carbón) han estado cayendo vertiginosamente. La mayoría de las plantas asumen que funcionarán el 85% del tiempo, lo cual ya es de por sí crítico para su capacidad de devolver los préstamos sobre los que se sustentan la construcción y operación de las centrales. En muchas partes del mundo, ahora se pueden observar normalmente factores de capacidad del 50% al 65%, muy por debajo de lo que los desarrolladores de centrales de carbón están diciendo a sus financieros.
En China, por ejemplo, los factores de capacidad recientemente cayeron al nivel más bajo desde 1978. En la India, han caído al 56% en los últimos años y podrían caer aún más si se construyen nuevas plantas. Lo que significa que no solo estas plantas están pugnando financieramente, sino que hay una creciente divergencia entre la construcción de las plantas de carbón y la cantidad de carbón que se quema. Este desacoplamiento echa por tierra los aspectos económicos de las plantas existentes y significa que lo que en última instancia debería preocupar son los teravatios-hora (la cantidad de tiempo que están operando) y no los gigavatios (la cantidad de capacidad en el sistema).
La industria, por supuesto, apuntará a focos de crecimiento para justificar unas previsiones contrarias que les permita conseguir la financiación y reunir el apoyo político necesario para su supervivencia. Pero, como apunta Guay “no se equivoquen: el carbón está dando su último aliento de crecimiento, incluso en la última frontera del sudeste asiático. La fría y dura realidad es que Indonesia acaba de archivar 11 gigavatios de nuevas plantas propuestas, en gran parte porque la demanda de electricidad se ha estancado y el país está desangrando las reservas de divisas. En Filipinas, las empresas de almacenamiento y energía solar están superando en precio al carbón. El sudeste asiático puede haber sido el último en unirse a la fiesta, pero aún así está llegando".
¿Riesgo de rebote?
La única nube oscura en este brillante horizonte es la reciente noticia revelada por CoalSwarm, de la que se hizo eco El Periódico de la Energía, de que China, a pesar de sus mejores esfuerzos por controlar la sobrecapacidad, ha estado ampliando su flota silenciosamente con una adición del tamaño del sector en Estados Unidos.
Pero incluso esto debería verse como lo que realmente es: un último suspiro antes de un inevitable declive. Lo mismo, que el Gobierno español está haciendo -salvadas las distancias- con su decisión de prolongar la agonía del sector del carbón español en contra del sentido común y del deseo de las propias compañías eléctricas de deshacerse de sus activos de carbón.
Aunque China pueda construir una parte de esa nueva capacidad, prácticamente todos los analistas creen que el pico real del consumo de carbón -no el de capacidad- se estableció en 2013 . Incluso un probable repunte en el consumo de carbón este año en China no revertirá ese pico. Los días de crecimiento han terminado, lo que significa que el destino de la industria del carbón es el abismo.
Así parece haberlo entendido hasta el mismísimo Donal Trump, que no ha dudado en dar marcha atrás a sus planes de apoyo al carbón por los que el secretario de Energía, Rick Perry, ha venido luchando a brazo partido desde hace más de un año. Según ha informado el portal _Politico, _ "la Casa Blanca ha dejado de lado el plan en medio de la oposición de los propios asesores del presidente en el Consejo de Seguridad Nacional y el Consejo Económico Nacional, según cuatro personas con conocimiento de las discusiones".
La quema máxima de carbón ya está en el espejo retrovisor, y pronto lo estará también la construcción de nuevas plantas. Para ello, es de vital importancia que los financieros y los responsables políticos mundiales separen la señal del ruido. La desaparición de esta industria es inevitable y la única incertidumbre es cuándo se producirá, pero si se quiere ganar la batalla por el clima y llevar a buen puerto el Acuerdo de París, lo mejor es que se produzca cuanto antes.
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