En ocasiones olvidamos que nuestro futuro energético está ligado de manera ineludible al de las ciudades. Y es que las concentraciones urbanas, sus edificios, sistemas de transporte, industrias e infraestructuras energéticas, tienen un enorme peso e influencia en el uso global de la energía. Basta con recordar que en 2015 las ciudades albergaban más de la mitad de la población del planeta (3.900 millones de personas), generando alrededor del 80% del PIB mundial (111 billones de dólares USA), de modo que cerca de dos terceras partes de la demanda global de energía primaria y el 70% del total de las emisiones de CO2 relacionadas con la energía se concentraban en dichas áreas.
Unos parámetros que están llamados a evolucionar al alza. De este modo, para 2050, las previsiones apuntan a que el número de urbanitas se habrá incrementado en un 62%, totalizando 6.300 millones (lo que representará alrededor de dos tercios de la población mundial) mientras que el PIB de las ciudades crecerá en más de un 200% hasta alcanzar los 337 billones de dólares USA (cifra que se aproximará al 84% del total mundial). Igualmente, las proyecciones en el horizonte 2050 nos dicen que si continuamos con el actual sistema energético, sin cambios drásticos (lo que hacia finales del presente siglo podría conducir a un aumento de la temperatura media global respecto a los niveles preindustriales cercana a los 4ºC), la demanda urbana de energía primaria crecerá en cerca de un 70%, mientras que las emisiones de CO2 derivadas del uso de la energía en ciudades aumentarían en casi un 50%.
Está claro, pues, que las ciudades deben situarse en el corazón de la transición hacia el nuevo modelo energético que el mundo persigue, particularmente tras el pistoletazo de salida que supuso el acuerdo en materia de lucha contra el cambio climático suscrito en Paris en diciembre de 2015 (COP21).
Dicha transición pasa por el desarrollo de sistemas urbanos energéticamente sostenibles, entendiendo estos como aquellos capaces de cubrir eficientemente la demanda de los servicios energéticos, compatibilizando esta tarea con otros tres objetivos irrenunciables. Primero, la protección del medio ambiente, incluyendo la mitigación del cambio climático, la reducción de la polución atmosférica y la optimización del uso de los recursos naturales. Segundo, la mejora de la seguridad y la resiliencia de las infraestructuras energéticas frente a posibles shocks externos relacionados con el calentamiento global, la evolución de los precios y/o la geopolítica. Y tercero, la consecución de un mayor bienestar y desarrollo de la población, tanto económico como humano.
En realidad, no deberíamos contemplar las ciudades únicamente desde la perspectiva de los desafíos futuros que plantean. También debemos ser conscientes de las oportunidades que ofrecen como catalizadoras de la evolución hacia una mayor sostenibilidad del sistema energético global.
En primer lugar, porque los centros urbanos pueden actuar como impulsores de la innovación. De hecho, existen ya numerosos ejemplos de ciudades que están desempeñando el rol de verdaderos laboratorios en el campo de las tecnologías energéticas limpias y la eficiencia, así como en el de las políticas necesarias para la implementación y desarrollo de estas, lo que posibilita que las experiencias de éxito pueden ser replicadas, en mayor o menor grado, en otros lugares. Además, los proyectos piloto y de demostración en áreas urbanas representan una buena oportunidad para el fomento de iniciativas público-privadas Estas suelen resultar provechosas, tanto para las ciudades como para las empresas, ya que permiten a estas últimas probar, mejorar y comercializar nuevas tecnologías, a cambio de sufragar parte de los costes de inversión, estimular la economía local y crear puestos de trabajo. Por otra parte, no podemos pasar por alto que las ciudades son un elemento clave a la hora de mejorar la seguridad energética y la resiliencia de los estados, dado su elevado peso específico en lo que respecta a la demanda energética, la actividad económica y la concentración de infraestructuras.
En cualquier caso, conviene recordar que no existe una plantilla predeterminada a la hora de diseñar un sistema urbano energéticamente sostenible. Este diseño debe fundamentarse en un análisis integrado y a la vez pormenorizado de al menos siete variables: nivel de renta, densidad de población, características del parque de edificios, edad de las infraestructuras, disponibilidad de terreno, estructura económica y condiciones climáticas. Si no disponemos de este tipo de estudio y del consiguiente plan de acción a largo plazo, será difícil que cualquier actuación puntual no genere sospechas de intereses ocultos de naturaleza especulativa y/o electoralista-populista.
Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.
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