La Transición Energética no es una opción. De hecho, ya ha empezado y probablemente se acelerará durante la próxima década respecto a los planes a 2030 que puedan esbozarse en estos momentos.
En el sector eléctrico hay un tema sobre el que existe un consenso absoluto. Toda la nueva capacidad será renovable. A nadie se le ocurriría promocionar una nueva central nuclear, de carbón o un nuevo ciclo combinado. Y como, al tiempo que asistiremos a un gran despliegue de centrales fotovoltaicas e instalaciones de autoconsumo, se comenzarán a cerrar progresivamente todas las centrales de carbón, las nucleares y algún que otro ciclo, la pregunta es evidente: ¿Quién reemplazará la energía eléctrica de la fotovoltaica a partir de la puesta de sol y durante toda la noche?
Ante esta respuesta surgen inmediatamente dos posicionamientos que de una u otra forma sustentan la dependencia permanente a futuro del gas natural, autodenominado energía de transición.
Por una parte, están los que dicen que, en el fondo, el respaldo con gas no tiene tantas emisiones como con carbón y que, por tanto, sería recomendable promocionar solo las energías renovables no gestionables y más baratas, ya que las emisiones asociadas a los ciclos combinados serían asumibles. Las exigencias de descarbonización y el coste del gas y de las emisiones parecen debilitar la confianza en esta alternativa cada día que pasa.
La segunda línea de pensamiento la representan los creyentes del almacenamiento en la red con baterías. Creen que el coste de las baterías va a experimentar la misma curva de reducción que la de los paneles fotovoltaicos y que serán la solución que acompañe a la masiva penetración de eólica y fotovoltaica. Sin embargo, no existe el producto de “central fotovoltaica de 100 MW con 12 horas de almacenamiento” y, según los expertos, tampoco se le espera. Aunque, sin duda, los costes de las baterías se reducirán, los sistemas auxiliares y de control representan una parte elevada de la inversión y, además, hay dudas sobre su durabilidad y sobre la disponibilidad de determinadas materias primas.
A día de hoy el almacenamiento eléctrico está en torno a los 500 €/kWh mientras que el térmico, en términos de capacidad eléctrica equivalente, está a unos 50 €/kWh. El almacenamiento en la red genera además incertidumbres debido al aspecto fundamental de toda inversión (“comprar barato y vender caro”), ya que es dudoso que los inversores eólicos y fotovoltaicos se vuelvan locos ofreciendo electricidad excedente a precios casi regalados y la gestión de la demanda aplanará las diferencias de precio pico-valle en el futuro. Los que creen en esta teoría tampoco tienen problema en seguir aceptando el respaldo del gas con sus emisiones hasta el esperado advenimiento.
Ante estas posturas existe una tercera vía, real y cierta: las centrales termosolares, que permitirían empezar a construir un horizonte 2030 con reducida función del gas como respaldo, basada en una tecnología existente y demostrada en España, en la que nuestro país es líder mundial con excelentes perspectivas en el emergente mercado exterior y que tendría una contribución destacada al impulso de la economía y el empleo. Además, su coste es actualmente muy inferior a la alternativa de las baterías y casi competitivo en estos momentos al mantenimiento del respaldo con gas, con la diferencia de que los precios de la termosolar continuaran bajando mientras que los de los ciclos continuaran subiendo.
La clave está en que esas nuevas centrales termosolares estarían dotadas de sistemas de almacenamiento en torno a las 12 horas y su despacho se realizaría a partir de las últimas horas de la tarde, respondiendo a la famosa “curva de pato” a la que avocaría cada día la fotovoltaica con la necesidad de grandes rampas de entrada en operación cuando comienza a caer el sol.
En el informe de Protermosolar Transición Energética del Sector Eléctrico. Horizonte 2030, puede comprobarse, basándose en datos reales horarios de generación renovable en los últimos años, que con un mix renovable más equilibrado, en el que hubiera una significativa contribución de centrales termosolares con almacenamiento, se podría alcanzar un 85 % de contribución de las renovables a la generación eléctrica, sin nucleares ni térmicas de carbón, con emisiones muy reducidas de la flota de ciclos que, a nivel anual, aportarían menos del 5% de la energía en 2030.
El mismo problema con la falta de gestionabilidad de las renovables fluyentes lo tienen la mayor parte de los países europeos que se encuentran en estos momentos en un mar de dudas. Solo España cuenta con las condiciones necesarias para un despliegue termosolar de cierta relevancia, con posibilidades incluso de exportar ese valioso suministro eléctrico a partir de la puesta de sol.
La transición exige que el respaldo a las renovables fluyentes lo den mayoritariamente las renovables gestionables como la termosolar y la gran hidráulica (con el bombeo que sea económicamente viable). La biomasa también podría aportar una contribución significativa y muy flexible a nivel estacional. La proactividad en la gestión de la demanda, los contratos de interrumpibilidad y las interconexiones harían el resto.
Luis Crespo, presidente de Protermosolar y de ESTELA.
Fukushima4ever
28/11/2018