La creación de un reactor de fusión nuclear experimental es una empresa de gran envergadura que hace frente a desafíos técnicos y políticos, aunque estos últimos son "más incontrolables", según el director general del proyecto ITER, Bernard Bigot, en el que participan 35 países.
Todos son desafíos, pero "de tipo diferente". En cuanto a los técnicos Bigot está "bastante seguro" de que se pueden resolver, mientras que los políticos son "mucho más incontrolables" puesto que "pertenecen al mundo político".
El ITER quiere demostrar que la fusión nuclear -la energía que hace brillar al Sol- puede lograrse a gran escala en la Tierra, lo que haría de ella una fuente de energía abundante -depende del hidrógeno-, limpia, económica y segura.
Físico, químico y profesor universitario, Bigot ha ocupado puestos como el de director general del Comisariado francés para la energía atómica y las energías alternativas, hasta que en noviembre de 2014 fue llamado para ocupar la dirección del ITER.
De hablar pausado y con el afán didáctico de un profesor, Bigot está convencido de que el futuro de la energía pasa por la fusión, aunque para tenerla en los hogares habrá que esperar medio siglo.
Sin embargo, no hay que olvidar que "desde la primera extracción de petróleo hasta tener una industria a escala mundial hicieron falta 150 años".
La historia del ITER comenzó en 1985, el acuerdo entre los miembros -Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, Japón, China, Corea del Sur e India- se firmó en 2006 y la construcción comenzó en 2010.
Aunque las previsiones fijaban en 2016 el fin de las obras, el proyecto empezó a acumular retrasos y costes. Y es que -reconoce- se empezó con una "voluntad política formidable", pero al llegar a la fase de comprensión técnica se hizo patente que el calendario "no estaba adaptado".
Ahora "tenemos la experiencia de los años previos, interlocutores industriales cualificados y personas que han desarrollado una comprensión fina de lo que hay que hacer", por eso el nuevo calendario, aunque "es ambicioso y el más corto técnicamente posible" también es "realizable".
Pero para ello es necesario que los países (Unión Europea, Estados Unidos, Rusia, Japón, China, India y Corea) y el resto de implicados cumplan con la parte que les toca para construir este reactor de 23.000 toneladas de peso y las infraestructuras asociadas, advirtió.
Con todo, se tratará de un largo camino, vista "la complejidad de las técnicas necesarias", que tendrá su primer hito en 2025 cuando se consiga el primer plasma -con el que funciona el reactor- y de ahí se seguirán dando pasos hasta conseguir el primer prototipo industrial, que espera que se cree hacia 2055 o 2060.
Esa espera puede parecer larga, sobre todo ante las amenazas del cambio climático, y aunque asegura que "le gustaría ir más rápido", sobre todo hay que ser "realista". Se trata de una tecnología "muy muy especializada y si queremos correr vamos a fracasar".
"Ya me gustaría que fuera para mañana, pero no hay que alimentar a la gente de ilusiones", exclamó Bigot, favorable además al desarrollo de las energías renovables y del uso de la nuclear en los países donde es posible, pero consciente de que "necesitamos otra energía alternativa y la fusión es la más prometedora".
Desde el gran ventanal de su despacho, observa a diario las obras de construcción de las infraestructuras del ITER, "si no hay niebla como hoy", así puede ver los avances cada día.
Contemplando el que es uno de los mayores proyectos científicos del planeta, Bigot se siente parte de algo que le "transciende". "Si somos capaces de importar en Sol a la Tierra (...) y lograr una energía sin impacto sobre el medioambiente, entonces creo que vale la pena intentarlo".
Por Carmen Rodríguez para la Agencia EFE.
Dabama
29/10/2016