Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver, y aunque muchas veces la tentación de cerrar los ojos para no afrontar los problemas está ahí, esto no hace que desaparezcan por arte de magia. Hacer de esta práctica una costumbre es especialmente peligroso para un cargo público al que, precisamente, se le exige tener los ojos bien abiertos para atajar problemas, proponer soluciones y ser coherente con los hechos y la experiencia.
En España, pasan los años y ahora empezamos a recoger lo que sembramos: una política energética basada en decisiones dogmáticas. La energía nuclear, que en un plazo corto podría ser gran aliada en los tiempos inciertos que vivimos, fue denostada más por fe ciega ideológica que por evidencias científicas.
La situación es clara. Los ambiciosos planes de descarbonización se aceleraron en España y Europa hace un lustro. Se puso fecha de caducidad a las centrales térmicas y nucleares y se anunció a bombo y platillo un all-in a las renovables que, de no torcerse nada a nivel geopolítico, podía significar un avance definitivo en la lucha contra las emisiones contaminantes en apenas una década. Sin embargo, el trascurso de la historia no ha sido apacible: todos los problemas han llegado de golpe.
Nadie tiene una bola de cristal, pero al cierre apresurado de las centrales térmicas, que dejó varias regiones huérfanas de proyectos energéticos y sin alternativas para la reindustrialización, se sumó al ostracismo al que se ha relegado la energía nuclear. Y esto sí debe enmarcarse en la responsabilidad política. Jugárselo toda a una carta sin planes de contingencia es una irresponsabilidad que nos puede salir muy caro.
El caso de la energía nuclear es especialmente sangrante. España se ha quedado sola en Europa negándose a alargar la vida útil de las centrales que todavía operan en el país. ¿Podemos prescindir de una fuente segura y limpia como la nuclear para empezar a quemar carbón indiscriminadamente? Tal fue el esperpento en el gobierno alemán que el ministro de Economía, Robert Habeck —de los Verdes—corrigió hace apenas unos días y abrió la puerta a prolongar el funcionamiento de dos (Isar-2 y Neckarwestheim) de las tres centrales nucleares que le quedan operativas en Alemania. Alega un motivo evidente: el peligro de no mantener el suministro es real, mantener operativas estas centrales es una cuestión de supervivencia.
Esa es la paradoja: Alemania da marcha atrás por la evidente incertidumbre con el gas ruso y porque, colateralmente, están sufriendo problemas de suministro con la energía proveniente de Francia. Con 31 de los 56 reactores nucleares franceses fuera de servicio por mantenimiento o reparaciones, Alemania no podrá contar este invierno con la energía que suele importar del país vecino. La postura de los Verdes era ya insostenible, por lo que la rectificación es bienvenida por inevitable.
¿Cuál es la moraleja? Presentemos alternativas y soluciones para potenciar las fortalezas que ya tenemos.
Proyecto piloto
Eso, precisamente, es lo que he intentado hacer desde el Parlamento Europeo durante los últimos meses con la presentación de un proyecto piloto que plantea una administración paneuropea de los residuos radioactivos. Esto es, una propuesta enfocada a evitar duplicidades, sobrecostes e ineficiencias. Y, sobre todo, un proyecto decidido a crear un marco común entre los Veintisiete para unificar criterios y remar en la misma dirección a la hora de abordar el tratamiento de residuos, algo que tendremos que afrontar en el futuro: por mucho que hoy se cierren las centrales nucleares, los residuos no desaparecen. Obviar esto sería una necedad.
El proyecto piloto toma como referencia la experiencia de Finlandia, donde desde hace años se trabaja en un almacén de residuos geológico profundo (AGP) que albergará el combustible nuclear de forma segura a más de 500 metros de profundidad. Una alternativa suficientemente acreditada en seguridad y solvencia.
Un proyecto similar, pero de carácter paneuropeo, supondría una solución a largo plazo para el continente, razón por la cual la Comisión Europea ha recibido mi propuesta de forma muy positiva y le ha otorgado la máxima calificación en el proceso de evaluación (A). Un visto bueno también compartido por la Comisión de Medioambiente de la Eurocámara.
En la actualidad, los residuos radiactivos son una cuestión nacional y su eliminación es una competencia exclusiva de cada uno de los Estados miembros, tal y como está fijado en el Tratado EURATOM. La posibilidad de trasladar combustible ya utilizado a otros países está limitada a acuerdos bilaterales, lo que entorpece un proceso que choca con una planificación a largo plazo tan esencial como inexplorada a nivel conjunto como bloque.
Y con residuos nucleares no solo hablamos de los residuos de las centrales: hospitales, industria y centros de investigación también entran dentro de la ecuación. Por tanto, dentro del proyecto piloto pongo sobre la mesa que los enormes esfuerzos financieros y de ingeniería necesarios, además de los larguísimos plazos de construcción, hacen que la duplicidad de varios depósitos geológicos profundos dispersos por la UE pueda convertirse en un proceso extremadamente ineficiente.
La gestión de los residuos
Y en este contexto, crear estándares comunes y explorar soluciones conjuntas parece una alternativa más que razonable. Es un reto lo suficientemente importante y de un calado tal que una acción a nivel europeo parece la única solución viable a la larga.
A principios de septiembre remití una carta a la ministra Teresa Ribera reclamando la ampliación de la vida útil de las centrales nucleares operativas en España y el establecimiento de un marco fiscal que incentive su explotación.
Pero hay que ir más allá. Emanciparnos del gas ruso se traduce en buscar nuevos proveedores y rutas de abastecimiento mientras el consumo de la materia prima siga siendo inevitable; en invertir para mejorar la eficiencia de la solar y la eólica; en potenciar proyectos de hidrógeno en busca de combustibles 100% renovables y en desarrollar proyectos innovadores relacionados con la nuclear que sirvan para combatir la irracionalidad ciega de algunos.
En este tipo de proyectos no se debe hacer batalla partidista, sino aplicar una visión estratégica a nivel nacional y comunitario. Espero que, en este caso, igual que ha ocurrido con el propio MidCat, seamos capaces de unirnos y hacer frente común en algo que no tiene que ver con las siglas, sino con el proyecto estratégico de España como país.
Tenemos el respaldo de la Comisión y el trabajo se está haciendo a nivel europeo. Solo queda, por tanto, hacer presión entre todos para que, a fuerza de hechos y realidad, gobiernos como el español abran los ojos y rectifiquen cuanto antes una política energética tan ineficaz como desoladora.
Susana Solís es eurodiputada de Ciudadanos en el Parlamento Europeo
Iases
06/10/2022