En 1942, James B. Conant en la Universidad de Harvard recibía una llamada telefónica con el siguiente mensaje en clave: “Le interesará saber que el navegante italiano acaba de desembarcar en el Nuevo Mundo. La Tierra no era tan grande como habíamos estimado y ha llegado al Nuevo Mundo antes de lo previsto”.
De nuevo la historia de Europa y América volverían a cambiar de manera definitiva pues al alcanzar la criticidad (estado en el que la reacción nuclear es autosostenible) el primer reactor construido por hombres -Chicago Pile 1- la gran cantidad de energía contenida en el núcleo atómico se ponía a disposición de la humanidad. Comenzaba así la era nuclear.
El navegante italiano del siglo XX era Enrico Fermi, el cual tras ser galardonado con el Premio Nóbel en 1938 por sus trabajos sobre elementos transuránicos (elementos químicos con número atómico mayor que el del uranio: 92) se instaló en Norteamérica no volviendo a pisar nunca más suelo italiano. La prensa fascista italiana le había criticado duramente por asistir a la ceremonia sin el uniforme del partido y por no saludar brazo en alto al recibir el galardón.
Tres bombas -Trinity, Little Boy y Fat Man- fueron finalmente fabricadas, miles de científicos dedicaron varios años de sus vidas a dicha investigación en la que se invirtieron en total alrededor de 1500 millones de dólares al final de la guerra. Varios sistemas de separación de uranio fueron investigados así como toda la química y los métodos de separación del plutonio.
Al igual que hay evidencias de que Cristóbal Colón no fue el primero en llegar al continente americano por el Atlántico, tampoco la reacción en cadena (reacción nuclear que se sostiene en el tiempo) lograda por Fermi y su equipo era la primera en producirse en la Tierra. Posteriores estudio de minerales de Uranio procedentes de la mina de Oklo en Gabón permitieron probar que ya se había producido mucho antes en la naturaleza, hace 2000 millones de años.
Fermi trabajaba con el mayor secreto posible en una pista de squash situada debajo de las gradas del estadio de fútbol de la Universidad de Chicago, donde estaba montando una estructura en la que se apilaban decenas de miles de bloques de grafito, algunos de ellos perforados y rellenos con uranio en forma de óxido o metal. Al tratarse de un apilamiento, esta estructura recibió el nombre de “pila atómica” en lugar de reactor, expresión que se acuñaría mucho más tarde. Según sus cálculos cuando la estructura alcanzara los 7 metros de lado se produciría poco a poco la reacción en cadena, pero antes de finalizar su construcción las mediciones indicaron que el tamaño crítico con el que se produciría la reacción era algo inferior al previsto en el diseño.
Durante la construcción de la pila, la broma más corriente entre los científicos que trabajaban en ella era: “Si los contribuyentes vieran en qué hemos gastado millón y medio de dólares pensarían que estamos locos, pero si supieran por qué los hemos gastado, entonces sí que no les cabría duda alguna de que lo estamos”. Sabían que su objetivo era la obtención de plutonio para fabricar una bomba cuyo poder destructivo sería superior a todas las armas conocidas hasta el momento, pero el temor obsesivo a que los alemanes trabajaran en la misma dirección y pudieran adelantarse junto con el apasionamiento por la investigación hizo que los escrúpulos morales se dejaran de lado.
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