El pasado 1 de abril, el gigante de la energía térmica de carbón alemán RWE siguió los pasos de su competidora alemana E.ON y se dividió en dos compañías: una, la vieja, gestionará las energías convencionales - nuclear, gas y carbón-; la otra –la nueva-, se centrará en las energías renovables, las redes y la comercialización.
En noviembre de 2014, el principal competidor de RWE, E.ON anunció sus planes de dividir su negocio convencional y renovable en dos compañías separadas. La medida fue ‘vendida’ a la comunidad de inversores como una medida inteligente. Los observadores experimentados de la Energiewende –transición energética alemana- aplaudieron la noticia, ya que la eléctrica alemana se disponía a aplicar una estrategia de negocio lógica con el principio de que la energía renovable acabará ganando la batalla a los activos de las energías convencionales.
Durante un tiempo, parecía que la eléctrica RWE podría no seguir el ejemplo de E.ON, ya que las diferencias entre las dos empresas son importantes: E.ON estaba más centrada en la energía nuclear (que está siendo eliminada) y el gas natural (que previsiblemente no será competitiva a medio y largo plazo), mientras que RWE está centrada en la generación de carbón (lignito) que de momento tiene el futuro asegurado para la próxima década. Así pues, parecía razonable pensar que RWE tenía un futuro más prometedor y, por tanto, no daría el paso, sino que se sentaría a ver los resultados de la división de su competidora y aprender de sus errores.
Pero antes de diciembre de 2015, RWE había adoptado oficialmente su propia estrategia para dividirse en dos compañías. Nuclear, gas y carbón permanecerán en la empresa vieja manteniendo el nombre de RWE, mientras que la nueva compañía se ocuparía del negocio de las energías renovables, las redes y las ventas. A pesar de que la nueva compañía arranca con el nombre provisional de RWE Internacional, en breve adoptará un nuevo nombre.
En realidad, el nombre provisional probablemente describe el enfoque del negocio bastante bien: internacional. Como lo explicó recientemente, las grandes compañías eléctricas están llevando su negocio renovable al extranjero ante la realidad mencionada anteriormente de que las inversiones en energías renovables acabarán hundiendo las energías convencionales existentes.
Este es el caso, por ejemplo, de la francesa EDF que, casualmente, anunciaba la semana pasada que fue el mayor promotor de energía eólica en EEUU en 2015, donde instaló 1,06 gigavatios de turbinas eólicas, casi la misma cantidad que los 1,07 gigavatios instalados en toda Francia ese mismo año.
La nueva filial de energía verde de RWE al parecer también tiene previsto centrar las inversiones fuera de Alemania, no vaya a ser que su lignito y otros activos domésticos resulten seriamente afectados. Además, un enfoque internacional tiene sentido porque Alemania está a punto de frenar la expansión de las energías renovables en el hogar, cuyo mercado potencial podría verse recortado en dos tercios durante la próxima década.
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