Las redes de electricidad y transporte pueden asimilarse a una telaraña entretejida con elementos de naturaleza muy diversa, entre los que cabe citar: factores técnicos, realidades socioeconómicas y políticas, valores culturales y reglas de juego institucionales.
Contemplada con una visión puramente tecnológica, un ducto es simplemente un conducto físico para transportar petróleo o gas, pero desde la perspectiva de un sistema socio-tecnológico también incluye otros muchos elementos tales como: estaciones de bombeo, operadores, instituciones financieras, inversores, territorio, terminales de importación y exportación, refinerías de petróleo y plantas de tratamiento del gas natural, comercializadores de energía, consumidores, y así un largo etcétera.
Análogamente, desde una perspectiva tecnológica, un coche es una especie de caja o habitáculo más o menos robusto y aerodinámico provisto de un determinado tipo de motor y ruedas, pero contemplado como sistema-socio-tecnológico pasa a incorporar una larga lista de componentes, entre los que , sin ánimo de ser exhaustivo, podemos identificar: calles y carreteras, señalización, organismos de tráfico, estaciones de servicio y refinerías, industria del automóvil y empresas auxiliares, concesionarios, talleres de reparación, compañías de seguros y de asesoramiento legal…..
Todos y cada uno de los actores implicados en estos complejos sistemas socio-tecnológicos tienen intereses creados, es decir compromisos económicos, financieros y emocionales, que les hacen intentar perpetuarse en su statu quo, de modo que cuando el sistema se ve amenazado por un cambio, las resistencias al mismo resultan inevitables. Todo cambio acostumbra a saldarse con ganadores y perdedores, de ahí que, para minimizar y suavizar las tensiones y riesgos derivados, la buena gobernanza de la transición resulta esencial.
Y en ese empeño sería recomendable analizar la infraestructura energética como un sistema socio-tecnológico, lo que implica reconocer el amplio espectro de fuerzas sociales, políticas, culturales, ambientales y tecnológicas que conforman y limitan la evolución del sistema.
Esta conceptualización amplia permite comprender que promover una transición desde una tecnología energética a otra, está menos relacionada con facilitar el cambio tecnológico que con superar intereses y emociones sólidamente arraigados. Las centrales térmicas, los vehículos con motor de combustión interna, los reactores nucleares, etc., son mucho más que un hardware físico que ocupa un determinado lugar en un paisaje energético en vías de transformación. Son testimonios vivos de determinadas agendas comerciales, políticas y sociales.
Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la UB y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.
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