La situación financiera de Pemex es realmente delicada. La agencia de calificación crediticia Fitch Ratings dijo el lunes pasado que Pemex ya no es solvente, que todo lo que pide prestado es para pagar impuestos, y que esta situación es insostenible.
Lógicamente, los responsables de la compañía han salido al paso para asegurar que su situación financiera es sana. Primero lo hizo José Antonio González Anaya, director de la petrolera, quien dijo que la empresa tiene futuro, y a continuación lo hizo Pedro Joaquín Coldwell, secretario de Energía y presidente del Consejo de Administración, quien aseguró que Pemex pasa por un momento de ajuste en sus finanzas públicas, pero es una empresa que está al día y financieramente sana.
¿A quién creer? Los datos hablan por sí solos. En primer lugar, como advierte Atzayaelh Torres en el diario El Financiero, la compañía no ha ganado ni un solo peso desde hace 10 años. La última vez que dio beneficios fue en 2006, con apenas 46.953 millones de pesos (unos 2.300 millones de euros). Desde esa fecha, la compañía pierde dinero año tras año, por lo que su balance financiero va a seguir saliendo negativo mientras tenga que destinar la mayor parte de lo que ingresa pagar impuestos e, incluso, tener que pedir prestado para satisfacer obligaciones con la Hacienda mexicana.
En segundo lugar, Pemex anunció a principios de este mes que había logrado reestructurar parte de su deuda a corto plazo, cuando en realidad, lo que había hecho es tapar un agujero (extender el pago de 3.000 millones de dólares de los 100.000 que debe en total), en base a pedir otros 2.500 millones de dólares prestados, es decir, tapó un agujero para abrir otro.
En tercer lugar, la deuda de Pemex supera en más de 70.000 millones de dólares el valor de la empresa. Si no fuera del Estado mexicano, nadie le prestaría a Pemex, y la supervivencia de la compañía sería un milagro, ya que no hay empresa que soporte fuertes pérdidas durante diez años seguidos.
En resumen, Pemex necesita dinero, y la solución pasa por capitalizar la empresa para poder llevar a cabo sus proyectos de inversión, y para ello hay dos vías: la primera es que el gobierno le inyecte ese dinero directamente, lo cual no parece muy viable a la vista de la situación de las arcas públicas del país. La segunda es hacer una OPV en los mercados bursátiles internacionales. Es decir, que se ponga en venta una parte de la petrolera, como han hecho otras petroleras públicas como Petrobras en Brasil o Statoil en Noruega.
Pero el famoso Plan de Negocios que presentará Pemex en las próximas semanas sólo contempla la venta de activos, es decir, reducir el tamaño de la ‘casa’ pero con el mismo número de inquilinos. Es decir, alargar la agonía de un negocio que como señala Fitch, “es insostenible”.
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