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El pasado 17 de Abril tuvo lugar en Doha una importante reunión entre los representantes de dieciocho países productores de petróleo, entre los que se encontraban la mayoría de los miembros de la OPEP y Rusia, con el propósito de acordar una congelación de la producción en los niveles de Enero de 2016.

Como saben, la reunión acabó en un sonado fracaso. Oficialmente, este fue atribuido a la negativa de Arabia Saudita a suscribir cualquier compromiso sin la participación en el mismo de Irán, su rival regional, que ni siquiera se molestó en enviar un representante a la reunión y que había manifestado reiteradamente su intención de seguir aumentando la extracción de crudo, como mínimo hasta alcanzar los volúmenes previos a la imposición de las sanciones comerciales

El mercado pensó que una reunión del calibre de la comentada era importante para sus intereses, de modo que las expectativas de acuerdo, que la gran mayoría de observadores daban por descontado, se tradujeron en un alza anticipada de los precios del crudo. Sin duda, el desenlace de la conferencia constituyo una rotunda sorpresa, aunque los precios del barril pudieron capear la frustración generada, evitando una recaída, gracias a la oportuna e inesperada ayuda de una huelga del sector petrolero en Kuwait y al sentimiento de que el actual exceso de oferta podría corregirse en los próximos meses.

Mariano Marzo. FOTO: UB.
Mariano Marzo. FOTO: UB.

A toro pasado, podemos preguntarnos si las expectativas de un acuerdo en Doha estaban justificadas. Y, en mi opinión, la respuesta es negativa. La reunión estaba predestinada a no ser tan relevante para el mercado como se nos quería hacer creer. O en otras palabras, que tenía más de teatro o de representación orquestada, bajo la batuta, claro está, de Arabia Saudita, que de otra cosa. Lo que se buscaba no era un compromiso, sino, simplemente el impacto psicológico que el anuncio de la celebración de la conferencia tendría sobre los precios_._

Posiblemente, el plan de los sauditas contempla dos partes bien diferenciadas, nada fáciles de conciliar. La prioritaria sería la de no ceder ni un ápice en los planteamientos iniciales de expulsar del mercado a los productores económicamente menos eficientes de fuera de la OPEP, lo que restablecería el equilibrio entre oferta y demanda, al mismo tiempo que permitiría al reino aumentar su cuota de exportaciones. La otra, buscaría atemperar los ánimos de sus socios de la OPEP, la mayoría de ellos acuciados por los gravísimos problemas financieros generados por la aplicación a rajatabla, caiga quien caiga, de la política anteriormente comentada. Reunión tras reunión, se trataría de mantener viva la ilusión de una relativa cohesión interna en pos de lograr un aumento de los precios del crudo, ganando tiempo hasta que el esperado reequilibrio entre oferta y demanda, anunciado hacia la segunda mitad de este año, se haga realidad.

Si en Doha se hubiera firmado un acuerdo de congelación de la producción, este tan solo habría dejado sentir su influencia sobre los precios del crudo a muy corto plazo, hasta la desaparición del efecto psicológico. Y lo que de verdad necesitaba el mercado para acabar con el actual exceso de oferta era un plan de reducción coordinada de la producción entre todos los participantes. Una posibilidad que ni siquiera se contempló.

La mencionada congelación tan solo hubiera significado que los dos megaproductores, Arabia Saudita y Rusia, no habrían añadido más crudo al mercado. Una posibilidad que en el caso de Rusia resultaba ya remota por cuanto este país había alcanzado en enero un nuevo máximo de la era post-soviética y existen dudas sobre su capacidad de incrementarla aún más. Por su parte, Arabia Saudita, bombeó a un ritmo medio de 10,19 millones de barriles diarios (mbd) en enero, ligeramente por encima de los volúmenes de diciembre de 2015, pero todavía 2,05 mbd por debajo de la máxima capacidad de producción del reino.

Es decir, que a efectos prácticos, el peso del esfuerzo derivado de un acuerdo hubiera recaído exclusivamente sobre Arabia Saudita. Pero el reino sabe perfectamente que no podía fiarse del cumplimiento con los términos del acuerdo por los otros firmantes: Rusia tiene un largo historial de incumplimiento de los compromisos alcanzado por la OPEP y el resto de participantes enfrentan una situación financiera, social y política tan complicada (piensen, por ejemplo, en Irak y Venezuela) que renunciar a cualquier ingreso extra procedente del aumento de las exportaciones parece ingenuo.

Y ante esta tesitura la opción de Arabia Saudita estaba clara. Siguiendo con el posible plan arriba comentado, se trataba de buscar un culpable de la no firma del acuerdo (Irán) y emplazar a los participantes a una nueva reunión (que como ya ha anunciado el representantes de Irak) tendría lugar en Mayo. Lo dicho. Puro teatro y postureo en Doha.

Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.

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