Según Wikipedia, El despotismo ilustrado es un concepto político que surge en la segunda mitad del siglo XVIII en Europa, que se enmarca dentro de las monarquías absolutas y que pertenece a los sistemas de gobierno del Antiguo Régimen Europeo, pero incluyendo las ideas filosóficas de la Ilustración, según las cuales, las decisiones humanas son guiadas por la razón.
Al igual que en la época de El despotismo ilustrado hoy en día aún existen voces que quisieran que los temas complejos fueran tutelados bajo un régimen autoritario sin participación popular. Uno de estos campos es el de la energía, candidato nato a ser tratado sin que sus directos interesados puedan participar en las grandes decisiones sobre su disponibilidad, uso o gestión.
Paradójicamente el sector energético nació a finales del siglo XIX gracias a la iniciativa privada que, a la luz de los avances que en materia de aprovechamiento de la energía hidráulica y de la extracción provechosa de combustibles fósiles sólidos, vio la oportunidad de modernizar la parte motora de sus industrias.
Pocas décadas después muchos países consideraron que las razones de Estado eran más que suficientes para hacer de la energía su reserva y desde entonces, la regulación ha sido la receta utilizada de forma similar a la de la época del despotismo ilustrado para establecer las reglas del juego.
Después de más de medio siglo de imperar un modelo con un absoluto control en manos de los Estados, hace unos 20 años se reinició la apertura de los mercados energéticos, al albur de la aplicación de los principios de la libre circulación de bienes y servicios y de la capacidad, por parte de los consumidores, de elegir su suministrador.
En el sector eléctrico, la razón fundamental por el que se implantó un determinado mecanismo de mercado para la formación de precios fue el hecho que, con la aparición de los ciclos combinados, los costes marginales de largo plazo fueron decrecientes, lo que presupuso que habría una transición tecnológica que desplazaría a las caras e ineficientes hacia su achatarramiento.
Lo que nunca llegó a pensarse fue que, pocos años después, la constatación fehaciente del calentamiento global de origen antropogénico, conllevó la aparición masiva de las tecnologías de generación eléctrica de origen renovable y que estas se convertirían en las reinas del mambo.
Por ello, a día de hoy, se cuestionan nuevamente las bondades de los mercados al ser estas energías de coste variable prácticamente nulo y en cambio de importante inversión inicial. Los costes marginales de largo plazo ya no son decrecientes sino que simplemente son nulos por lo que siguiendo la lógica de los mercados marginalistas, estas tecnologías deberían desplazar a todas las demás, quizás exceptuando la nuclear de coste variable muy bajo (que no nulo) y enorme inversión inicial.
Estamos pues enfrentando un dilema que consiste en aceptar la imperiosa necesidad de impulsar una transición energética que desemboque en un nuevo modelo descarbonizado pero para ello deberíamos revisar los mecanismos de formación de precios que de mantenerse en el sistema marginalista serían muy bajos o nulos lo que haría inviable su sostenibilidad económico-financiera.
La transición energética es un concepto ligado a la Política Energética ya que pretende modificar el mix energético actual a otro en el que desaparezcan los combustibles fósiles. Al ser un acto del Poder Ejecutivo, la participación del consumidor no está asegurada y por ello, aun aceptando que el Gobierno decidirá la más razonable solución, no cabe duda que este acto pueda ser clasificado como el de una versión actualizada del despotismo ilustrado, exceptuando eso sí, el hecho de que los Gobiernos son el resultado del ejercicio democrático de la votación a los partidos políticos que los sustentan.
Y esto no es lo peor. Definida la política energética o lo que es lo mismo la evolución del mix hasta los objetivos deseables, debe disponerse de una regulación que la instrumente de la forma más eficaz y eficiente. Es en este punto en el que la batalla se gana o se pierde.
Efectivamente, si el regulador no tiene en cuenta que los mecanismos de mercado válidos para un determinado mix pueden no ser válidos si este mix evoluciona hacia otras tecnologías, puede ocurrir y de hecho y está ocurriendo que la función asignativa de los mercados devenga ineficiente o incluso perversa. Hace unos años, el sector eléctrico intrigó hasta lograr los llamados Costes de Transición a la Competencia que aun hoy “coletean” en los programas de algunos partidos políticos.
Al no haber nada parecido hoy respecto a la nueva transición hacia la descarbonización, los agentes se enfrentan solo a la discrecionalidad de la regulación lo que sin duda nos lleva a la conclusión que la transición ilustrada es la única razón por la que a nadie le gusta lo que está pasando al no poder participar en ningún aspecto de su definición. Nunca seremos una democracia madura si temas tan transversales como el de la energía no son tratados adecuadamente con la debida participación de todos los interesados.
Jordi Dolader es socio de MRC Consultants y presidente del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía
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