El debate energético no suele centrarse, ni de lejos, en hechos objetivos. En buena medida pivota en torno a concepciones o visiones subjetivas de la realidad. A lo largo de nuestras vidas, las personas adquirimos y construimos una serie de filtros emocionales que utilizamos como defensa y excusa para buscar un sentido al mundo que nos rodea. Y nuestra toma de decisiones suele estar muy influenciada por encuadres mentales asociados a tales filtros. Estos determinan como se conceptualiza la energía, que variables analíticas se consideran importantes, como se valoran los diferentes recursos energéticos (fósiles, nucleares y renovables) y, también, que aspectos de la problemática energética merecen atención y cuáles no.
En un libro titulado “Fact and Fiction in Global Energy Policy: Fifteen Contentious Questions”, sus autores (Sovacool, Brown y Valentine) reconocen al menos ocho de tales encuadres o filtros emocionales (“frames”). Estos definen otros tantos posicionamientos, fácilmente reconocibles entre los participantes en cualquier debate energético.
Uno de los encuadres más populares sería el de los “optimistas tecnológicos”; que agruparía a aquellos que argumentan que con la tecnología se puede solucionar prácticamente cualquier problema y, en consecuencia, no hay impedimento para continuar viviendo tal y como lo hacemos, siempre que sigamos innovando.
Otro sería el de los “partidarios del mercado sin límites”, representado por quienes consideran que la energía (tanto primaría como final), es una mercancía, o un conjunto de ellas, cuya gestión optima pasa por la potenciación a ultranza del libre-mercado y la menor intervención posible de los reguladores gubernamentales.
Un tercero incluiría a los “defensores de la seguridad nacional”, o aquellos que sostienen que lo prioritario es considerar el suministro energético como un tema estratégico, hasta el punto de que, llegado el caso, debe ser protegido militarmente.
Un cuarto encuadre estaría representado por los “filántropos de la energía”, quienes defienden que el acceso a los servicios energéticos constituye un derecho humano fundamental. Otra visión sería la respaldada por los “conservacionistas ambientales”, que propugnan la necesidad de priorizar la protección del medioambiente a lo largo de toda la cadena de los servicios energéticos.
Un sexto posicionamiento, el de los “defensores de la justicia y el empoderamiento”, estaría representado por quienes consideran que las decisiones energéticas deben obtener previamente una licencia social, fundamentada en la información previa y en el derecho a decidir de las personas, y, además, que dichas decisiones deben ser igualitarias en la distribución de costes y beneficios.
Un séptimo encuadre sería el de los “neo-marxistas”, para quienes el sistema energético global hunde sus raíces en la explotación y lucha de clases. Y, por último, tendríamos el del “consumidor concienciado”, que defiende la necesidad de operar un cambio centrado en el comportamiento individual, es decir, en una disminución de la demanda por parte del consumidor.
Aunque los ocho encuadres comentados no son necesariamente excluyentes entre sí, y por tanto no tienen por qué entrar en conflicto de forma permanente, lo cierto es que muchos de ellos presentan un alto grado de conflictividad potencial o latente.
Si contemplamos la gobernanza energética como un empeño político que involucra a agentes sociales con encuadres mentales contrapuestos, está claro que cualquier discusión en profundidad tiene una alta probabilidad de acabar generando desacuerdo en vez de consenso. Si de verdad perseguimos este último objetivo, no estaría de más que los defensores de un sistema energético en particular tuvieran la predisposición necesaria para saber reformular sus argumentos con el fin de lograr (¿el milagro?) de hacer más permeables las defensas emocionales de sus oponentes. Lo malo es que la intolerancia sectaria y la arrogancia intelectual acostumbran a prevalecer sobre el espíritu crítico, la razón y la búsqueda de acuerdos.
Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos en la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.
Deja tu comentario
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Todos los campos son obligatorios