Al sistema eléctrico español (y al de muchos otros países) le sucede como a la economía, que nos encargamos de complicarla innecesariamente. La economía ya es lo suficientemente compleja pero aun así, como escribía Hazlitt, su complejidad “se ve multiplicada por la marcada presencia de intereses egoístas“. Las ideologías tratan de estirar la realidad como un chicle haciendo que ésta tenga múltiples interpretaciones de modo que apenas nadie pueda ya discernir lo real de lo imaginario. Esto, unido al exceso de información, la inabarcable tarea de poder discernir la información buena de la mala y el hooliganismo ideológico de nuestra sociedad hacen que cada uno pueda creer lo que quiera y pensar, a la vez, que está en posesión de la verdad más absoluta.
Hablemos hoy del autoconsumo eléctrico, pero intentemos hacerlo sin hablar de Reales Decretos, autoconsumo sin excedentes, instalaciones tipo A o B, registro de instalaciones y toda esa jerga que sirve únicamente para camuflar con lenguaje técnico el hecho de perpetrar el último de los atracos a los que nuestros políticos nos tienen ya acostumbrados cuando del sistema eléctrico se trata.
Imaginen por un momento que vuelven (o van) a la universidad y comparten un piso con tres compañeros. Imaginen también que son ustedes jóvenes, sin muchas preocupaciones y no tienen ganas de perder el tiempo en cosas que a los dieciocho son auténticas trivialidades como, por ejemplo, cocinar. Entonces deciden ustedes bajar a hablar con Aurelio, el caballero que regenta el restaurante que está un par de portales más allá y negocian un buen acuerdo mediante el cual Aurelio les prepara la comida y la cena a diario por un precio cerrado para las cuatro personas que comparten el piso. Es un precio por debajo del mercado en el que todos ganan. Aurelio está encantado porque tiene una clientela fija y ustedes también porque no tienen que hacer la compra, ni cocinar, ni fregar.
Así van pasando los meses y un buen día uno de los cuatro dice que, a partir de ahora, se va a traer de casa de su madre los tuppers para toda la semana y que ya no va a ir más a comer al local de Aurelio. Sin embargo en el restaurante les cobran un fijo mensual que han negociado y Aurelio no les va a rebajar ese importe. Por tanto, el coste que antes asumían cuatro personas, lo tienen que asumir ahora entre tres sin tener un beneficio en el servicio (salvo poder comerse entre tres la comida de cuatro).
Este ejemplo, que parece absurdo, sucede diariamente en miles de pisos en los que la gente alquila una habitación para vivir. El contrato de alquiler suele estar a nombre de una de las personas que vive en el piso y el importe del mismo es el alquiler del piso completo. Por ejemplo, un piso de 3 habitaciones por 1.200 euros en los que cada persona paga 400 euros. Ahora bien, cuando uno de los tres se va del piso, como los otros dos no encuentren rápido a un persona que ocupe la habitación tendrán que hacerse cargo de los 1.200 euros ellos solos, con lo que su partida mensual se incrementará de 400 a 600 euros. Esto es así porque los costes fijos son los que son y no varían dependiendo de si viven 1, 2 ó 3 personas en el piso, éste vale lo que vale.
Con el sistema eléctrico sucede exactamente lo mismo. El sistema eléctrico español tiene unos costes fijos que son enormes, muy grandes, atroces, en gran medida por decisiones políticas del pasado que están lastrando nuestra competitividad y capacidad de ahorro, como por ejemplo los miles de millones de euros anuales en primas a las energías renovables. Esos costes del sistema se reparten entre todos los consumidores en función de la potencia instalada que tenemos en nuestras casas y de la cantidad de energía que consumimos. A más término fijo de potencia más pagas, a más consumo de electricidad más pagas.
Ahora bien, al igual que los amigos que dejan de ir al restaurante de Aurelio o los compañeros que se van del piso, si muchos españoles dejaran de consumir electricidad los costes del sistema (que no cambian) tendrían que ser repartidos entre un número cada vez menor de personas. Esto implica, inevitablemente, que las facturas de la electricidad de estas personas que siguen haciendo uso del sistema sean cada vez mayores.
Esto es lo que sucede cuando la gente instala paneles solares en los tejados de sus casas para hacer autoconsumo. Consumen menos energía del sistema y, por tanto, no contribuyen en igual medida a financiar los costes fijos del mismo puesto que “no lo están usando”. Si fueran realmente capaces de autoabastecerse completamente y se desengancharan del sistema podríamos no tener reticencias a que no contribuyeran a los costes del mismo. Pero entonces este mismo argumento debe servir para todos los demás servicios (no pagarás la sanidad si no vas al médico, no pagarás la educación si no tienes hijos, no pagarás las carreteras si no tienes coche, etc.). No tiene sentido aplicarlo en unas cosas sí y en otras no.
Pero lo que realmente sucede no es esto. Lo que realmente sucede es que estas personas son autoconsumidores “un ratito” al día. ¿Qué pasa cuando se hace de noche y sus paneles solares no producen electricidad? Obviamente, que entonces se conectan a la red eléctrica para seguir manteniendo su nivel de vida. Esa red eléctrica que nosotros mantenemos para que ellos tengan la posibilidad de conectarse “a capricho” cuando así lo deseen. Es decir, volviendo al ejemplo del restaurante, los tres amigos que siguen yendo cada día cubren los costes de cuatro personas y el del tupper, el día que se le olvida sacarlo del congelador, se va donde Aurelio a comer por la cara.
La legislación eléctrica anterior cargaba a esos autoconsumidores con unos costes para compensar este hecho. Aunque fueras autoconsumidor “a ratos” tenías que contribuir a los costes del sistema puesto que hacías uso del mismo. Lo que se mal llamó “Impuesto al Sol” que, como muy bien explicaron los amigos de Ingebau, ni era un impuesto ni era al Sol (Ellos tomaron como referencia este artículo del Grupo ASE). Sin embargo, con la nueva legislación, si usted tiene un chaletazo y puede poner paneles solares en el tejado no lo piense, hágalo, que usted no pagará en igual medida los costes del sistema y el resto de españoles que no tenemos chalet pagaremos los costes por usted. Esta deber ser la famosa transición energética justa y solidaria de la que hablan.
Sin embargo, si bien este artículo está escrito en modo informal, no debemos frivolizar con el sistema eléctrico. Se trata de un tema muy serio en el que se asienta nuestra calidad de vida y nuestro bienestar. La ministra Ribera llegó al gobierno diciendo que iba a cerrar las nucleares y al final tuvo que extenderles la vida, porque la realidad es tozuda y acaba pasando por encima de las ideologías. Si analizan el programa energético de Podemos para las próximas elecciones generales se darán cuenta de a lo que me refiero, un total y completo brindis al Sol con medidas absolutamente utópicas que solo sirven para dar de comer a los unicornios y que llevarían al colapso del sistema en poco tiempo. Ese tipo de medidas populistas, cuando llegan a hacerse realidad, convierten el sistema eléctrico en un monstruo, un engendro infame tan pervertido que está enviando al mercado las señales incorrectas y nos obliga a posicionarnos en contra del ahorro energético porque cuanto más ahorren algunos más cara nos costará la electricidad a los demás. Por una razón tan absurda como que el mecanismo que la legislación habilita para poder ahorrar implica que la gran mayoría de la población no puede acceder a ese mecanismo al necesitar, para empezar, disponer de un chalet o una finca donde poner los paneles.
Si es usted una persona de clase media no pierda el tiempo, la Ley solo facilita que pueden ahorrar los ricos, los de los chalets con paneles solares y los de los Teslas de 60.000 euros. A usted y a mí nos toca preparar la cartera, acatar la coacción del estado y no alzar mucho la voz, que encima nos acusarán de insolidarios. Absolutamente kafkiano.
Manuel Fernández Ordóñez es Doctor en Física Nuclear y analista del mercado eléctrico.
Sergi S.
08/04/2019