Cuando hablamos del papel que puede jugar el biometano en nuestra economía, no hablamos de una quimera ni de proyectos inalcanzables, sino de una realidad tangible. Pensemos que se estima en 25.000 millones de euros la inversión privada destinada a esta tecnología de aquí a 2030 en la UE.
El cálculo proviene de la Asociación Europea de Biogás y nos habla de un futuro en el que 950 nuevas plantas se sumarán a las 1.300 ya existentes. Son números que se traducen en casi 30 millones de toneladas de emisiones de CO2 evitadas, energía para cinco millones de hogares, trabajo para 230.000 personas y 830 mil toneladas de fertilizante producidas anualmente.
Hablamos, por tanto, de una gran oportunidad, de algo que sucede aquí y ahora.
Países como Francia, con 675 proyectos, y Alemania, con 254, dan fe de este auge, de la creciente transformación de residuos en una fuente de energía rentable y estratégica. Pero el hecho de que España no llegue a la decena de proyectos nos sitúa frente al desafío de dar un salto, y muy grande, para no perder terreno en una industria que ya es en el resto de Europa sinónimo de crecimiento y diversificación económica.
No todo es electrificación
Algunos de estos datos centraron los debates durante la Primera Jornada Parlamentaria sobre biometano, organizadas por el Grupo Parlamentario Popular, donde pudimos tomar el pulso al sector. Acudieron unos doscientos asistentes de un centenar de empresas, los protagonistas de una revolución que cambiará nuestra forma de ver no solo la energía sino también la perspectiva que tenemos de nuestro campo y nuestros pueblos.
Estoy convencido de que la descarbonización no puede ser un camino único. Mientras la electrificación avanza, el biometano se presenta como la solución inteligente para actividades que requieren altas temperaturas y procesos industriales sofisticados, transporte pesado y calefacción en los hogares, que es donde el biometano despliega todo su potencial. No todo se reduce a electrificar, y este gas renovable nos ofrece una alternativa.
Debemos pensar en una tecnología que no necesita de ayudas y que se sostiene por su propia eficiencia, compitiendo en los mercados europeos de certificados. Tampoco requiere modificaciones en los equipos utilizados, por lo que no genera ningún coste adicional para los consumidores, tanto domésticos como industriales. Cada metro cúbico de biometano es una declaración de principios, porque da pruebas de que la circularidad puede ser rentable.
Además, no es solo energía, sino que es vida para zonas rurales, donde cada planta de producción significa la creación de empleos especializados para jóvenes profesionales, oportunidades para agricultores y ganaderos, fijación de población en municipios amenazados por la despoblación y transformación de residuos en riqueza local. Podemos pasar de exportar habitantes a exportar innovación.
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