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Teníamos en la cabeza aquello de que el corto y el largo plazo empiezan en el mismo instante. Pero de la llegada del futuro nadie había escrito nada avisando sobre su advenimiento. Y hete aquí que ya lo tenemos: la tercera guerra mundial.

Ni bombas atómicas, ni misiles intercontinentales ni amenaza biológicas ni cantidades astronómicas de capital invertido. Simplemente cuchillos, hachas, bombonas de butano, furgonetas, algún camión y de vez en cuando algún fusil kalashnikov.

Si por mundial se acepta que puede acontecer en cualquier lugar del mundo y por guerra aceptamos acto con resultado de multitud de muertos y heridos, deberemos concluir que estamos en estado de guerra. Ciertamente no es una guerra convencional, pero sí declarada por una de las partes y publicada con gran difusión en los medios actuales como lo son las redes sociales y la red global internet.

Y como siempre que se inventa alguna nueva estrategia, la ventaja competitiva sorprende al oponente y debe prepararse de una forma completamente diferente a la utilizada hasta ahora.

De nada sirven los ejércitos ni las armas convencionales. Frente a una nueva amenaza debemos prepararnos con una nueva estrategia. Y no parece que nos estemos armando en este sentido. Las fuerzas de seguridad del Estado están sin duda preparadas para una reacción rápida y más si se han declarado previamente niveles altos de alerta como la que ha pillado a los dramáticos sucesos de Cataluña del pasado jueves 17 de agosto.

Pero ni estando alertados bajo un nivel 4 ha sido posible impedir la barbarie y que el terror haya alcanzado un exitoso resultado bajo la macabra estadística de su eficiencia: solo 5 terroristas muertos frente a 14 víctimas, más de 17 heridos muy graves y más de 100 afectados.

Nunca en las guerras convencionales se había logrado tanta eficiencia como hasta las de estos recientes episodios. Cierto es que las guerras de guerrillas son muy antiguas y que la experiencia indica que siempre han finalizado por agotamiento de una de las partes.

Pero también lo es, que esta vez no estamos frente a una nueva guerrilla convencional. La extracción de sus militantes provenientes de cualquier lugar del mundo, incluido el occidental, la falta total de sentimientos de sus actos (atropellamientos, degüellos, violaciones, y un largo etcétera de barbaridades) hace de estos nuevos enemigos un objetivo difícil por no decir imposible de prevenir.

Sin duda habrá que hurgar en todas las áreas del conocimiento para pertrecharnos y pensar cómo afrontar con eficiencia esta nueva amenaza que nos ha traído el futuro. No era éste el futuro al que queríamos llegar, pero es el que nos ha alcanzado la realidad.

De la misma manera que frente a la amenaza del cambio climático deberemos oponer mucha más voluntad política que la que vemos expuesta en las cumbres climáticas como las COP de Paris o subsiguientes, frente al terror global deberemos repensar asimismo una estrategia global declarando en primer lugar que la tercera guerra mundial ya ha llegado y que todos somos objetivo del terror.

Como en el caso del cambio climático, que por cierto puede causar muchas más víctimas que los actos terroristas todos juntos, deberemos aceptar que este es un reto global, que afecta a toda la humanidad, y diseñar por tanto una estrategia para ello.

Pero es muy difícil que a nivel mundial nos pongamos de acuerdo en algo tan rotundo. Quizás, como con en el cambio climático, deberemos utilizar la palabra adaptación. Adaptarnos al cambio climático es algo que ya empezamos a saborear: inundaciones, sequías, pérdida de los hielos árticos. Adaptarnos al terror será otra forma de vida, otro grado de libertad, otra realidad. Veremos cómo reaccionamos frente a todo ello.

Jordi Dolader es presidente del Consejo Editorial de El Periódico de la Energía.

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