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La guerra de Rusia contra Ucrania ha provocado dolorosas sacudidas en los mercados mundiales del gas, no sólo en Europa, sino también en Asia y en las economías en vías de desarrollo. La crisis geopolítica está acelerando los esfuerzos de transición hacia una energía más limpia, segura y fiable, a la vez que desencadena una carrera por conseguir nuevos suministros de gas para suplir los que antes provenían de Rusia.

Cómo satisfacer esa necesidad a corto plazo sin una construcción masiva de nuevas infraestructuras, que iría en detrimento de los objetivos climáticos y supondría el riesgo de inmovilizar miles de millones de capital? Una solución clave -señalada por EDFE, la Agencia Internacional de la Energía (IAE) y otros organismos- radica en las enormes cantidades de gas que actualmente desperdicia la industria del petróleo y el sector gasístico a través de la quema, venteo, ventilación, fugas y otras emisiones.

Partiendo de esta premisa, un nuevo análisis publicado recientemente por S&P Global calcula que, si se redujeran estas pérdidas evitables en seis regiones exportadoras clave, podrían capturarse más de 80.000 millones de metros cúbicos de gas natural (80 bcm) y comercializarse de forma rentable. Eso equivale a casi el 60% - 70% de las importaciones anuales de Europa procedentes de Rusia antes de la guerra.

El informe expone medidas concretas que podrían llevar 40 bcm de gas al mercado en sólo dos o tres años, utilizando la capacidad de exportación ya existente o que se encuentra actualmente en construcción, y evitando, de esta forma, 760 toneladas métricas equivalentes de CO~2~ justo en el momento en que las empresas y los países intentan cumplir los objetivos de emisión de metano.

Antes de la guerra de Ucrania, Europa importaba unos 150.000 millones de metros cúbicos de gas natural al año a través de gasoductos desde Rusia, aproximadamente el 40% de su suministro. Desde entonces, las exportaciones rusas a Europa se han reducido a tres cuartas partes, mientras que las importaciones de GNL de otras partes del mundo han aumentado en unos 50.000 millones de metros cúbicos, lo que ha provocado subidas de precios de la energía, perjudicando a hogares y empresas de todo el mundo.

Desbloquear la oportunidad

S&P no es la primera empresa que menciona la captura de metano como una solución beneficiosa, tanto para la seguridad energética como para la climática. Pero su análisis -encargado por EDFE- es el primero en determinar cuánto metano capturado podría introducirse en el mercado de forma rápida y rentable, de dónde podría proceder y qué obstáculos habría que superar para hacerlo realidad.

Con los precios tan elevados actualmente, los ingresos por captura de gas a 10 años rondarían un nivel de entre un 140% y un 240% más alto de lo que habría sido antes de producirse dicha escalada de precios. Asimismo, los proyectos que podrán ser ejecutados el año que viene serían un 50% más rentables que los realizados en 2026, lo que pone de relieve no sólo la urgencia, sino también la oportunidad que aguarda a quienes actúan con rapidez.

Sin embargo, una cosa es detectar una oportunidad y otra desbloquearla. El análisis de S&P identifica los principales obstáculos que hay que superar, como la disponibilidad de capital para las compañías petroleras de propiedad nacional en el Sur global; las condiciones de arrendamiento y las políticas nacionales que distorsionan los precios y los ingresos; y la necesidad de gasoductos de recogida para llevar el gas capturado a las instalaciones de exportación. A diferencia de las grandes instalaciones de GNL, los sistemas de recogida suelen amortizarse rápidamente, lo que minimiza el riesgo de activos bloqueados y de bloqueo de carbono.

Perspectivas políticas

En EDFE creemos que también es necesaria una política que exija prácticas sólidas de detección y reparación de fugas, así como el uso de equipos de bajas emisiones y prohibiciones estrictas de venteo y quema rutinaria. Para que el gas capturado llegue al mercado, es posible que los países necesiten también medidas que le den acceso prioritario a las infraestructuras intermediarias y de exportación y que garanticen que los productores hagan un uso productivo del gas asociado de sus pozos petrolíferos, en lugar de simplemente quemarlo.

Las nuevas normas sobre metano que se están debatiendo en EE.UU., Europa y Canadá representan pasos importantes en materia de política. Por eso, esos paquetes deben reforzarse antes de ser finalizados.

Mientras tanto, otros grandes importadores como China, Europa, Japón y Corea del Sur -que en conjunto representan el 70% del gas comercializado en todo el mundo- deben asumir la responsabilidad de las emisiones de metano en las fases iniciales del proceso de producción del gas que compran. Para ello, deberían trabajar con los países proveedores con el fin de incluir objetivos de intensidad de metano, financiación de proyectos de mitigación y transferencia de conocimientos técnicos como elementos básicos de sus acuerdos de suministro.

La Declaración Conjunta de Importadores y Exportadores de Energía, anunciada en las conversaciones sobre el clima el mes pasado, podría ser una herramienta para este tipo de asociaciones regionales, pero para que funcione se requiere una participación más amplia de los compradores de los mercados europeo y asiático, junto con la seriedad a la altura del reto.

Del mismo modo, casi todas las grandes compañías petroleras han asumido compromisos significativos en relación con el metano. Por tanto, su deber reside en ampliar dichos compromisos a todas sus redes de empresas asociadas y aportar su capacidad técnica y su capital para facilitar y financiar proyectos de mitigación del metano con sus socios del Sur global.

Una solución con la que todos ganamos

La crisis energética ha puesto de manifiesto la fragilidad de un sistema mundial excesivamente dependiente de la volátil energía fósil, que no sólo impulsa un peligroso cambio climático, sino que también hace que tanto las economías desarrolladas como las que se encuentran en desarrollo sean vulnerables a los caprichos de los déspotas. En última instancia, la seguridad energética, la seguridad económica y la seguridad climática sólo pueden ir de la mano.

Por ello y como colofón, reducir las emisiones de un potente contaminante climático para satisfacer necesidades urgentes y a corto plazo, sin bloquear la dependencia futura, es una oportunidad que no debemos desaprovechar.

Matt Watson es vicepresidente de Transición Energética en Environmental Defense Fund (EDF).

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