De todas ellas la más pujante, en opinión de muchos, es la fotovoltaica, que finalizó 2020 con unos excelentes resultados y aún mejores previsiones. El sector ha experimentado un crecimiento exponencial, pasando de ser un nicho de mercado basado en aplicaciones de pequeña escala a convertirse en una fuente convencional y generalizada de energía.
Este crecimiento está siendo posible gracias al consenso de los agentes institucionales, sociales y económicos, pero, sobre todo, gracias al compromiso de todos ellos para hacer realidad los proyectos en marcha; siguiendo las directrices del Acuerdos de París que instan a los países miembros a generar flujos financieros compatibles con un desarrollo resiliente al clima y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero.
También se han comprometido con el crecimiento de la fotovoltaica los pequeños y grandes inversores que hacen posible que las empresas del sector continúen investigando y aplicando nuevas tecnologías que hagan que la energía fotovoltaica sea cada vez más eficiente alcanzando, por ejemplo, un Coste Nivelado Eléctrico (LCOE) en los proyectos de entre 23-29 USD/MWh, asegurando una atractiva rentabilidad a los inversores.
A nadie escapa que los inversores buscan rentabilidad. Es lógico y absolutamente lícito. Pero es que, además, en el caso de la fotovoltaica, la inversión se traduce de manera rápida y eficaz en claros beneficios ambientales, sociales y laborales.
¿Es la inversión en fotovoltaica atractiva porque es sostenible o es sostenible porque es atractiva? No hay una respuesta única. Ambas afirmaciones son las caras de una misma moneda: hoy no es concebible obtener beneficios financieros sin aportar beneficios ambientales, porque lo que no es sostenible ya no es financieramente viable. La visión del inversor no puede orientarse exclusivamente a obtener beneficios rápidos, sino a hacerlo, además, de forma sostenible.
Sería fácil otorgar todo el valor del progreso de la fotovoltaica a las empresas que trabajamos en el sector ofreciendo, como es nuestro caso, soluciones tecnológicas en seguidores solares y estructuras fijas fotovoltaicas. Pero sería injusto obviar el papel que merecen los inversores públicos y privados y las entidades financieras que han confiado en ella, facilitando las necesarias herramientas financieras para su desarrollo.
Pocas veces confluyen de manera tan clara el valor ambiental y el valor financiero. Quizás esa sea la verdadera razón por la que la fotovoltaica encabezó las inversiones mundiales durante todo 2020, obteniendo un crecimiento del 12% respecto al año anterior. De los 304 mil millones de dólares de inversión registrados, 148,6 fueron destinados a la energía procedente del sol. Mantener esa inversión es fundamental para seguir creciendo… y para seguir siendo rentables.
Alejandro Molina es director financiero de ESAsolar.
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