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Abril: lluvias por doquier, chubasquero y manga larga como un invierno cualquiera. Mayo: sol, picos de hasta más de 30 grados y bañador. No se trata de ninguna distopía o de un clima tropical en algún lugar remoto de la Tierra. Es España y estamos en 2022. A cualquiera le sonará esta loca meteorología cada vez más extrema fruto del cambio climático. Y esta primavera no podría ejemplificar mejor lo que precisamente avisa la reciente tercera entrega del Sexto Informe de Evaluación del IPCC, basado en más de 18.000 publicaciones científicas: que no estamos en condiciones de limitar el calentamiento global a menos de 1,5 ºC (como se definió en el Acuerdo de París), y que por ello hay que reducir las emisiones de CO2 entre un 40% y un 70% hasta 2050.

Algunos se preguntarán si todavía estamos a tiempo de evitar un desastre mayor, o si preferimos ya dar por perdido el planeta y seguir como hasta el momento e incluso aumentar el consumo de los recursos naturales. La respuesta es que sí: es posible dar un cambio de guion a esta película distópica con toques de Interstellar, aunque esta sexta revisión del informe da un ultimátum para que todos los gobiernos, empresas y ciudadanos den un gran paso.

Bien, ¿qué podemos hacer para conseguirlo? Más allá de intentar impulsar la electrificación basada en la generación mediante energías renovables, un reto que costará todavía mucho tiempo y esfuerzo económico hasta suplir totalmente la actual demanda de energía, podemos empezar por acompañar este desarrollo con algo más sencillo y efectivo. Uno de los puntos clave de dicho informe del IPCC es precisamente la referencia al uso de combustibles alternativos como los biocombustibles sostenibles. Entre estos, cabe destacar dos relativamente menos conocidos, como el biopropano o el dimetileter renovable, que son energías bajas en carbono que ayudan a reducir las emisiones.

Transición hacia energías limpias

El escenario actual es que las energías convencionales fósiles son todavía la base de nuestro consumo energético (70% de la energía primaria en 2020), pero cabe destacar que entre estos los combustibles gaseosos son los de menores emisiones. Son la más sencilla alternativa a los combustibles líquidos y sólidos por su mejora directa de la eficiencia, su impacto inmediato en la sostenibilidad ambiental y el muy bajo coste de transformación. Según la última actualización de tablas de factores de emisión del Miteco, el gas licuado convencional emite un 20% menos de CO2 comparado con el gasóleo de calefacción o con el fuelóleo, llegando al 80% en el caso del biopropano.

A modo de ejemplo, según el mismo organismo, en España se consumen 1,5 millones de toneladas de gasóleo para calefacción, en su gran mayoría en ubicaciones fuera del alcance de la red de gas natural, que generan casi 5 millones de toneladas de CO2. Su conversión a gas licuado, que es sencilla, rápida y de mínimo coste, supondría un ahorro directo de casi 1 millón de toneladas al año de emisiones de CO2, llegando a más de 4 millones en un escenario de consumo de biopropano.

Pero además los gases licuados prácticamente no emiten hollín, de forma más gráfica no provocan las manchas negras que se pueden ver en cualquier salida de humos de gasóleo. El hollín es considerado el segundo factor principal que contribuye al cambio climático global y que a menudo se identifica como el principal causante del calentamiento del Ártico.

Tenemos otras oportunidades por ejemplo en las islas Canarias y en su mix de generación eléctrica. Según el Anuario del Sector Eléctrico de Canarias este consumió en 2019 casi un millón de toneladas de fuel y otras 700.000 toneladas de gasóleo (que sumadas representan más que todo el consumo de gasóleo de calefacción de toda la España peninsular). Casi la mitad de las emisiones del archipiélago vienen de esta generación con lo que tenemos otra oportunidad de conversión.

Movilidad sostenible

Otro punto calve es la movilidad. Los vehículos que funcionan con autogas emiten un 96% menos de óxido nitroso (NOx) que los vehículos diésel y un 68% menos que los de gasolina. Una acción decidida que llevara a la conversión de sólo el 15% de los vehículos de gasolina existentes hoy a autogas daría un ahorro de otro millón de toneladas de CO2.

“Las pruebas son claras: el momento para actuar es ahora”, apunta el IPCC en una de las primeras frases, a modo de advertencia sobre el momento límite que estamos viviendo. Por este motivo nos podemos encontrar en una situación donde la solución óptima llegue demasiado tarde.

Y, dando un paso más adelante tenemos el biopropano. En la actualidad existen ya unas 250.000 toneladas anuales disponibles en Europa del mismo y se estima que en 2030 podemos llegar a una producción de 1,5 millones de toneladas. Esto es debido a que no sólo existe la principal fuente de producción actual, el biorefino, sino que existen muchos otros caminos para su producción, como el biogas o la gasificación de biomasa.

La gran ventaja de esta solución es que químicamente es idénticos al de origen fósil, pero con un origen completamente orgánico. Esto significa que el cliente puede utilizar las mismas instalaciones y equipos de los que dispone hoy beneficiándose de la reducción de emisiones sin necesidad de más inversión, como sería el caso de optar por una solución “todo eléctrica”

En conclusión, desde Primagas creemos que no hay mejor o peor descarbonización, ya que todo esfuerzo cuenta y es necesario. Y en ese camino, el gas licuado y el biopropano son sin duda grandes aliados, que como tales deben formar parte de la planificación energética y el desarrollo de políticas públicas.

Xavier Martínez es director de Operaciones de Primagas

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