El Gobierno tiene el suyo, donde el comité de expertos creado el pasado año acaba de facilitar su propuesta, el PSOE también está en esa línea a través del denominado Consejo Asesor para la Transición Ecológica de la Economía (CAPTE), think thanks, asociaciones empresariales, consultoras, agentes sociales, fundaciones, ecologistas, también han emitido sus propios informes.
Todos estos estudios convergen, en términos generales y a cuenta del calentamiento global, en un objetivo común: la descarbonización del planeta mediante el desarrollo de energías alternativas sostenibles en el marco temporal 2030-2050; sin embargo no existe un criterio unificado, ni mucho menos, en el camino a recorrer para llegar a ese destino concreto. Resulta obvio el sesgo en mayor o menor medida que emana de cada informe en función del órgano que lo emite.
En algunos de ellos se apuesta por la electrificación del planeta como la solución cuasi perfecta, otros abogan por la eliminación inmediata de los combustibles fósiles, otros sugieren una variedad de escenarios con distintas propuestas a “gusto del consumidor”, los hay que recomiendan el uso del gas natural para alargar la transición sin disrupciones negativas, otros defienden el mix energético y la autogeneración por encima de todo, algunos aún vislumbran una larga vida a los combustibles fósiles (más limpios) ya que no creen en la posibilidad de reemplazo inminente de acuerdo con el nivel en que los estamos utilizando, y así con un sinfín de matices y polarización.
Por supuesto, no se pone en duda la solvencia técnica de todos estos expertos que intentan aportar desde sus puntos de vista una propuesta de solución efectiva y realizable en la transición hacia un nuevo modelo energético. No obstante esta situación provoca desconcierto en la percepción sobre el modelo más adecuado a considerar en ese proceso de transformación, lo que demuestra la enorme complejidad que supone alcanzar un amplio consenso en esta materia.
La mayoría de escenarios planteados en estos informes están basados en alcanzar los objetivos de emisiones CO2 propuestos por la UE y más allá, por lo que en general los modelos están conscientemente “forzados” para poder obtener el resultado previsto. Esta condición no aporta el realismo necesario para soslayar esos objetivos teóricos, que si bien se perciben como muy admirables, son inalcanzables por irrealistas.
En general, se demoniza a los combustibles fósiles, pero resulta evidente que son absolutamente imprescindibles hoy en día para el desarrollo económico de la sociedad y muy probablemente también durante un largo periodo; aquí y en este momento surge una pregunta crítica: ¿hay que seguir invirtiendo en el desarrollo y explotación de yacimientos petrolíferos?; es fácilmente imaginable las consecuencias de la falta de inversión en el sector petrolero en caso de un peak oil supply incapaz de ser compensado por otras energías disponibles. No hay que olvidar que las grandes inversiones en la industria petrolífera suelen ser plurianuales y de elevados costes, los cuales empiezan a generar resultados al cabo de varios años, esas incertidumbres pueden presentar un importante riesgo de inversiones que pueden afectar al suministro futuro.
Hasta que exista una solución económicamente viable para el almacenamiento a gran escala de energía renovable, parece evidente que necesitaremos combustible para resolver el problema de la intermitencia energética que incorporan la mayoría de renovables. Por lo tanto, una reducción gradual del carbón y un cambio a una combinación energética del gas natural y las renovables, es una cuestión clave que hay que considerar en la transición.
Hoy nos encontramos en un mundo que se enfrenta a un doble desafío: continuar satisfaciendo las necesidades de la sociedad de obtener más energía y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de carbono. El uso de gas natural, una fuente abundante de energía con menos carbono, es una buena forma de ayudar a cumplir ambos objetivos.
Urge disponer de un cuaderno único de ruta para empezar a caminar en línea recta, iluminando ese trazado con ideas y propuestas realistas que no solo sean probables o posibles sino realizables y que, independientemente de las ideologías, intereses personales y otras influencias perturbadoras, se alcance un consenso global sin votos particulares ni abstenciones.
Tal y como plantea el profesor Marzo, hay que considerar el debate sobre la transición energética desde el punto de vista de la complejidad que supone un sistema socio-tecnológico, y que con un enorme pragmatismo describía de la siguiente manera:
“En los debates sobre la transición energética, a menudo obviamos el hecho de que los sistemas energéticos son mucho más que un determinado nivel de desarrollo tecnológico y que, en realidad, son sistemas socio-tecnológicos muy complejos”.
“Todos y cada uno de los actores implicados en estos complejos sistemas socio-tecnológicos tienen intereses creados, es decir compromisos económicos, financieros y emocionales, que les hacen intentar perpetuarse en su statu quo, de modo que cuando el sistema se ve amenazado por un cambio, las resistencias al mismo resultan inevitables. Todo cambio acostumbra a saldarse con ganadores y perdedores, de ahí que, para minimizar y suavizar las tensiones y riesgos derivados, la buena gobernanza de la transición resulta esencial.”
“Y en ese empeño sería recomendable analizar la infraestructura energética como un sistema socio-tecnológico, lo que implica reconocer el amplio espectro de fuerzas sociales, políticas, culturales, ambientales y tecnológicas que conforman y limitan la evolución del sistema.”
Quizás convendría reflexionar sobre la necesidad de constituir un comité de expertos independiente con carácter cuasi institucional a la medida del IPCC de la ONU, facultado para emitir informes económico-científicos legitimados y abordar desde una plataforma única la problemática de la transición energética.
Antonio Cano, Doctorando en Economía y Empresa.
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