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El sector renovable español vive en un permanente estado de agitación que amenaza con afectar, en el mejor de los casos, la salud mental de los que tenemos la suerte de trabajar en él, y en el peor a los planes de inversión de decenas de empresas de todos los tamaños. O incluso al éxito de la tan necesaria transición energética. El último capítulo de esta turbulenta historia son las recientes alusiones al pinchazo de una presunta burbuja renovable.

En los últimos diez años la industria ha pasado del letargo impuesto por la moratoria en la concesión de incentivos del año 2012 a una explosión sin precedentes del número de iniciativas de grandes plantas que, combinada con el tan deseado despegue del autoconsumo y la ralentización de la demanda, corre ahora el riesgo de ver truncado su desarrollo por la sobreoferta de proyectos y la dificultad para financiar y ejecutar inversiones millonarias, resultado también de unos plazos legales diseñados para evitar la especulación con los derechos de acceso a la red pero que se han convertido en una carga insoportable para la administración.

Por el camino hemos vivido, por solo nombrar algunos ejemplos, una reforma de la ley del sector eléctrico, un recorte retroactivo de los incentivos a priori garantizados a la inversión en renovables, un abaratamiento histórico de los costes de producción de electricidad renovable, la toma de conciencia a nivel político sobre el cambio climático y sus consecuencias, una pandemia que puso patas arriba la actividad económica y las cadenas de suministro globales y una guerra que, además de sufrimiento humano, ha supuesto el comienzo de la era de la volatilidad en los precios energéticos y ha puesto el foco en la soberanía energética.

Situación de incertidumbre

La coyuntura actual no es más tranquila. Proliferan proyectos fotovoltaicos y eólicos que acumulan capacidad instalada que supera abundantemente los objetivos más ambiciosos, y por supuesto la capacidad de la demanda de absorber toda la generación renovable. Si todos ellos llegan a buen puerto y el almacenamiento no lo remedia veremos congestiones en la red y cantidades ingentes de energía primaria no aprovechada o vendida a precios cercanos a cero.

Esto, combinado con la bajada de las estimaciones de precios de la electricidad para los próximos años, ha supuesto una disminución muy significativa de la valoración de los activos renovables y un razonable temor a que el fruto de tantos años de trabajo desarrollando proyectos contra viento y marea resulte en beneficios que languidecen comparados con las expectativas generadas hace apenas un año.

Con este panorama no sorprende que oigamos hablar de forma machacona sobre el pinchazo de la burbuja renovable. Sin embargo, en opinión de este autor, esto no debería desembocar necesariamente en histeria colectiva y espantada del capital, pues la historia reciente nos enseña que lo que hoy parece tierra quemada mañana se convierte en un campo fértil de oportunidades para quien tiene la osadía, la paciencia, el capital y/o los medios de análisis para afrontar el reto.

Gestión fría

En lugar de eso el sector debería tomar conciencia de que no hay empresa segura y de que el valor en tiempos de incertidumbre y volatilidad está en operar de forma consciente pero fría y sistemática. Y para eso existen en el sector herramientas y grandes profesionales habituados a aplicar metodologías de monitorización y gestión del riesgo que permiten, si se dispone de una misión a largo plazo como debiera ocurrir en el sector de las infraestructuras, no solo adaptarse a los cambios sino propiciar que estos se produzcan en la dirección adecuada.

La electricidad es un recurso que es y será necesario en cualquier horizonte temporal que podamos imaginar. Y una bajada de precio de la misma envía una fuerte señal de inversión en actividades intensivas en su uso que, llegado el momento, recuperará el equilibrio entre oferta y demanda necesario para rentabilizar las inversiones de aquellos que hayan sabido gestionar correctamente su exposición sin entrar en pánico y tomar decisiones precipitadas.

Como si se tratara de no perder la cabeza, el sector necesita de la capacidad de analizar sensatamente, sin hacerse trampas ni sobrerreaccionar, los vaivenes a los que el entorno nos somete.

Matías Gallego es socio de Optimize Energy.

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