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Venezuela es, probablemente, junto con Irán, el país que más está sufriendo los rigores del descenso de los precios del petróleo. La histórica dependencia de las grandes superpotencias del crudo de la OPEP está dejando paso a una autosuficiencia que, en el caso estadounidense, se ha convertido en una gozosa realidad gracias al fracking y a los hidrocarburos no convencionales. Los países productores de crudo han dejado de tener en su mano los resortes para influir en la geopolítica mundial alterando el precio del petróleo, y los dictadores inútiles y ruinosos como Maduro han  dejado escapar la posibilidad de disfrazar su incompetencia a base de petrodólares gracias a los pingües ingresos de un mercado limitado. De ahí al pánico solo hay un  paso, y ese es el estado en el que se encuentra el gobernante bolivariano, tras su reciente  gira a China y países de la OPEP, con  escala improvisada en Moscú a la vuelta, en busca de esa ayuda imprescindible -que no ha logrado- para seguir en su peculiar huida hacia delante.

Mientras Nicolás Maduro sigue recurriendo al lenguaje belicista para justificar la ruina económica en la que se halla sumido el país que dirige, los venezolanos se encuentran en una situación de precariedad injustificable en un país que, por sus recursos naturales, debería ser una de las principales economías de Latinoamérica, pero al que el chavismo irresponsable ha conducido a un desplome estrepitoso del PIB y a ostentar el más que dudoso honor de ser el campeón de la Champions League de la inflación mundial, con una indecorosa tasa del 64% anual.

El chavismo y no otra cosa, es el responsable de que uno de los países con mayor riqueza energética tenga a su población pasando todo tipo de privaciones como si se tratara de una nación inhóspita del tercer mundo. El chavismo y no EEUU, es el responsable de haber destruido la mayor fuente de riqueza del país, cuyo hundimiento comenzó en 1998 con la nacionalización de Petróleos de Venezuela (PDVSA), la principal productora de petróleo del país. La compañía tenía 42.000 empleados y producía 3,5 millones de barriles de crudo diario antes de ser intervenida por el Gobierno de Chávez. Hoy tiene 120.000 personas en nómina y apenas produce 2,2 millones de barriles, y eso si hemos de creer las cifras del régimen, cuyos datos sobre producción energética no se actualizan desde hace un par de años.

La inmensa corrupción que impera sobre el mercado del crudo venezolano, la incompetencia de los dirigentes bolivarianos para explotar un sector que en manos privadas era de los más eficientes y la dependencia absoluta del país de los ingresos del petróleo, puesto que el Gobierno se ha encargado de arruinar cualquier iniciativa económica privada, hacen que Venezuela necesite hoy en día un petróleo a más de 100 dólares el barril para poder seguir tapando los enormes sumideros de recursos provocados por la gestión del socialismo bolivariano. En estos momentos, el precio del barril de petróleo venezolano se sitúa en los 43 dólares, con lo que la única incógnita de los expertos es determinar en qué momento la economía venezolana entrará en bancarrota.

Con este panorama resultan poco más que ejercicios de retórica vacía las afirmaciones del mandatario venezolano sobre la “guerra económica” que vive el país. Además, a Maduro se le va agotando la lista de personas e instituciones a las que usar de chivo expiatorio. Si el presidente venezolano persiste en una permanente huida hacia adelante, caracterizada por el reforzamiento del autoritarismo en todos los campos, llegará un momento en el que la reparación del daño será larga y tediosa.

En la situación económica actual, los ajustes al programa PetroCaribe , que representa el 3% del PIB de países como Jamaica, Guyana y Belice, y que se estima le ha costado a Venezuela unos 44.000 millones de dólares en ingresos no percibidos desde 2005, parecen inevitables, aunque dada la política errática de Maduro no significa necesariamente que vayan a suceder.  Venezuela se encuentra en un  callejón de difícil salida. La situación es tan dramática que para enderezarla resulta imprescindible el consenso nacional, algo que pasa necesariamente por la liberación de los opositores y el regreso a los cauces democráticos. Algo que, hoy por hoy, se antoja poco menos que imposible.

José Antonio Roca es editor de El Periódico de la Energía

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