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El cambio climático y la necesidad de reducir considerablemente las emisiones de gases de efecto invernadero han impulsado una transformación en la forma en que producimos y consumimos energía. La transición energética global se ha convertido en una prioridad para los gobiernos y tiene como objetivo mitigar los impactos del calentamiento global, garantizar la seguridad energética y descarbonizar sectores estratégicos.

El hidrógeno verde, uno de los elementos clave para impulsar dicha transición, se perfila como una pieza central en las políticas de descarbonización de la Unión Europea. A diferencia del hidrógeno gris, producido a partir de gas natural, un proceso que conlleva altas emisiones de CO2, el hidrógeno verde no genera emisiones de gases de efecto invernadero durante su fabricación.

Es, por tanto, una alternativa más sostenible. Se produce a través de electrólisis. En este proceso se separan las moléculas de hidrógeno (H2) y oxígeno (O2), utilizando electricidad generada a partir de fuentes renovables como la solar o la eólica.

No obstante, la expansión del hidrógeno renovable enfrenta importantes desafíos. Más allá de los costes de producción, la principal dificultad del hidrógeno renovable es su volatilidad y la baja densidad energética por volumen. Esto hace que resulte complejo su transporte tanto en estado líquido como gaseoso.

Aquí es donde entra en juego el amoniaco renovable. Producido por energías limpias, este compuesto químico es más fácil de manejar y de transportar, y además puede hacerse aprovechado la infraestructura existente utilizada para el amoniaco convencional. Experiencia logística acumulada e infraestructuras consolidadas en más de 120 puertos a nivel mundial convierten al amoniaco verde en un medio seguro y eficiente para almacenar y exportar energía renovable a escala global.

Almacenamiento

Otro de los grandes beneficios del amoniaco verde es que permite el almacenamiento estacional de energía renovable, es decir, puede almacenar los excedentes de producción eléctrica de fuentes intermitentes como la solar o la eólica, lo que permite gestionar de forma más flexible y resiliente los sistemas eléctricos, facilitando la integración de energías no gestionables.

Esta capacidad de almacenar los excedentes de energía limpia provenientes de fuentes renovables es fundamental para lograr una transición energética eficiente, segura y sostenible. Al final, las energías renovables no siempre producen electricidad de forma constante y almacenarla permitiría equilibrar en muchos casos la oferta y la demanda.

De igual forma, al ser fácil de almacenar y transportar a gran escala, el amoniaco renovable puede integrarse en sistemas energéticos distribuidos, lo que conllevaría una mayor descentralización del sistema eléctrico, útil frente a un fallo en la red eléctrica, como los apagones.

En definitiva, el amoniaco renovable es más que un producto final usado en fertilizantes. Es un vector estratégico para la implantación del hidrógeno verde y la expansión de las energías renovables, un compuesto clave para consolidar la transición energética del futuro.

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