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Hace pocos siglos empezó uno de los debates más interesantes de la historia moderna. Uno que cuestiona los cimientos de nuestro sistema económico, político y social: el del crecimiento perpetuo, que es hoy una máxima de los economistas neoliberales, y un objetivo político y social incuestionable.

El debate sobre posibles límites a los recursos planetarios como petróleo o carbón, y el crecimiento económico asociado, despega de nuevo poco después de la II Guerra Mundial. Aunque hace un par de siglos que se empezó a soñar con el concepto del progreso infinito, ideando un futuro en que habría coches voladores a la salida de la ópera de Paris.

El malthusianismo

El primero en poner coto a estas ensoñaciones es Thomas Malthus, profesor, sacerdote, economista, escritor y uno de los primeros demógrafos de finales del siglo XVIII. Su teoría revolucionaria de 1798 radica en señalar que el crecimiento demográfico geométrico (cada vez más rápido) superará en algunas décadas el crecimiento aritmético de los rendimientos agrícolas. Así, destaca el que sin frenos externos a la población como pandemias o guerras, habría hambrunas masivas por agotamiento de recursos, en este caso alimentarios, y aboga por el control de la natalidad. Malthus erró, y no hubo tales hambrunas, por un crecimiento espectacular de los rendimientos agrícolas auspiciado entre otros factores por la tecnología de los fertilizantes.

En los años 1940, autores del mundo de la sociología o la ecología como William Vogt o Fairfield Osborne, retoman la cuestión de los límites planetarios por el alza de la población y de la renta per cápita, que producirían hambrunas antes de fin de siglo. En 1948 escriben ‘Our plundered planet’, que reaviva el malthusianismo, y se declaran abiertamente neomalthusianos añadiendo el ángulo ecologista como problema del crecimiento.

Pronto en los años ’50 aparecen también promotores de la corriente opuesta desde el ámbito de la economía y la sociología, prospectivistas y futurólogos como la americana RAND Corporation que buscaban dibujar idearios tecnológicos del futuro con distintos fines estratégicos y militares. Típicamente piensan que los nuevos ecologistas alarmistas cometen el mismo error malthusiano de despreciar el avance tecnológico, y que al contrario vamos hacia una abundancia gracias a la tecnología.

El debate cornucopiano

Crono, padre de Zeus, tenía la costumbre de comerse a sus hijos por una profecía de Urano según la cual moriría a manos de un hijo. Rea, pareja de Crono, cansada de tal práctica, puso al hijo menor Zeus a salvo en Creta junto a la cabra Amaltea para que lo alimentase. Zeus le rompió involuntariamente un cuerno con un rayo, y para excusarse dio al maltrecho cuerno la propiedad de dar riqueza y abundancia a quien lo poseyera. De esta leyenda mitológica, y otra ligeramente diferente, nace la ‘cornucopia’, el cuerno de la abundancia.

Así los creyentes del crecimiento infinito gracias a la tecnología y el progreso fueron apodados con cierta sorna los ‘cornucopianos tecno-optimistas’. Éstos apodaron a sus contrarios ‘neomalthusianos profetas del apocalípsis’. Ambos se enfrentan encarnizadamente en conferencias y libros durante 3 décadas. Un neomalthusiano, Paul Ehrlich, biólogo y profesor de Stanford, publica en 1968 ‘The Population Bomb’ con inquietantes predicciones malthusianas. Buckminster Fuller, brillante arquitecto, prevé un futuro de servicios desmaterializados tomando como ejemplo la radio que transmite más información con menos cobre y material.

En 1972, bajo el encargo del Club de Roma, el equipo de dinámica de sistemas de Dennis Meadows del MIT escribe el célebre ‘The limits to Growth’, que modeliza en numerosos escenarios las interacciones de algunas variables de la Tierra para confirmar que el crecimiento infinito en un mundo finito necesariamente tocará alguna restricción. Varios de esos escenarios tocan algunos techos antes de la mitad del siglo XXI, para comenzar un decrecimiento duradero de varias métricas como la población mundial y la disponibilidad de diversos recursos. Este documento hace ruido mundial y da algún punto al neomalthusianismo.

La reacción cornucopiana no se hace esperar. En 1974 William Nordhaus, profesor de economía de Yale, escribe un paper con un montón de páginas y de ecuaciones, desmontando a Meadows y demostrando que el crecimiento perpetuo es posible; se basa eso sí en una super tecnología teórica aún por inventar (‘backstop technology’), con recursos infinitos y totalmente limpia. Cabe destacar que Nordhaus fue premio Nobel en 2018 junto a Paul Romer por trabajos diferentes sobre la inclusión del cambio climático en los análisis macroeconómicos. A su vez Paul Romer también cree posible un crecimiento económico durante milenios por la infinidad de combinatorias químicas existentes. Se piensa en 1974 que la ‘backstop technology’ es la fusión nuclear…

A principios de 1980, Julian Simon, profesor de negocios y escritor de ‘The ultimate resource’, retó a Paul Ehrlich a una conocida apuesta según la cual cualquier recurso caería en precio ajustado por inflación. Ehrlich aceptó, y se escogieron 5 minerales y un horizonte de 10 años. Ganó Simon, gallifante para los tecno-optimistas pues esto apoyaba que vamos hacia la abundancia. Algunos argumentaron suerte pues en otros periodos de 10 años hubiera perdido; otros argumentaron que el índice de commodities del Dow Jones sobre el periodo 1934-2013 realmente daba la razón a Simon. En los años ’80 cayó la URSS, se liberaron stocks de recursos de EEUU y la URSS con bajadas de precios fuertes y duraderas… Por lo que el debate seguía sin consenso, pero amainó hasta el principio de los años 2000, con un nuevo crecimiento fuerte de los recursos y la emergencia de nuevas potencias como China.

El crecimiento exponencial

El debate hoy sigue vivísimo. Jeff Bezos lanzó al espacio Blue Origin, explicando que en algún momento tendríamos que cubrir la tierra de paneles solares lo cual no será posible, por lo que tendremos que salir al espacio. Y es que hoy llega del sol a la tierra del orden de 5000 veces más energía de la que usamos en el año, pero ¿qué pasa si seguimos creciendo al 2%?

Hagamos un poco de matemáticas para ilustrar hasta dónde nos lleva el crecimiento exponencial. Un crecimiento (por ejemplo, del consumo energético) de 2% anual implica doblar cada 37 años. Al cabo de 4 siglos, necesitamos cubrir el planeta entero de paneles solares. Al cabo de 1000 años, la energía habría crecido 400 millones de veces, y al cabo de 1500 años necesitaríamos cubrir de paneles la superficie del sol entero (no necesitaríamos la energía que llega a la tierra, sino la que genera el sol…) Es decir que incluso si inventamos la ‘backstop technology’ de la fusión, el reactor o los reactores deberían tener el tamaño del sol. Pero 37 años más tarde haría falta otro sol, y tendríamos que ir a Proxima Centauri, la siguiente estrella más próxima que se encuentra a 4 años luz. Y 37 años más tarde, harían falta 2 estrellas más, y pronto tendríamos que conquistar la Vía Láctea viajando más deprisa que la velocidad de la luz para mantener un crecimiento energético del 2%.

… Este extremo absurdo evidencia que el crecimiento energético no será del 2% durante muchos siglos. Los tecno-optimistas resuelven esta evidencia mediante el argumento de la desmaterialización de la economía, y la economía circular. Es decir que podremos mantener un crecimiento positivo utilizando menos recursos; pero claro, ¿dentro de 1000 años, podrá cada punto de PIB utilizar 400 millones de veces menos recursos que hoy? ¿Podrán los transportes, la industria y los comercios utilizar 400 millones de veces menos energía y recursos primarios que hoy? Por cierto, hoy en día la mayoría de minerales tienen tasas de crecimiento superiores al PIB, con concentraciones decrecientes en los yacimientos, y con tasas de reciclaje entre bajas y despreciables y que difícilmente lograremos incrementar significativamente por caprichos de la termodinámica y costes logísticos.

Debate inconcluso y evolución personal

Por naturaleza y por defecto, todos partimos cornucopianos tecno-optimistas. El principal argumento implícito es que en el pasado esto siempre ha sido así. Falló Malthus. Falló Ehrlich. Para muchos falló Meadows (aunque muchos no entendieron sus análisis, y realmente sólo saldremos de dudas sobre 2050). No hay deshonra alguna en ser cornucopiano; entre otros hay un Premio Nobel en ese equipo, y se puede decir que también está la historia.

Y sin embargo, tras mi búsqueda personal (que sigue en curso) de los retos y las soluciones futuras para el complejo mundo que viene, me confieso neomalthusiano. Tampoco veo deshonra en esta posición, que no es tanto una creencia (sí lo es el tecno-optimismo!) como la conclusión de una no tan pequeña legión de científicos de diferentes disciplinas. Conclusiones difusas, sin fechas concretas, porque el mundo es extremadamente complejo, con una enorme imbricación entre tecnologías e interdependencia de recursos. Con innumerables incertidumbres demográficas y sociales por el lado del consumo, como sobre los recursos disponibles y las tecnologías futuras. Pero algunos principios materiales son inalterables, la velocidad de la luz, la entropía creciente del universo y demás principios de la termodinámica, y sobre todo la finitud del planeta.

En artículos futuros, os haré partícipes de estas reflexiones, porque de su entendimiento y aceptación dependen las decisiones políticas, económicas y sociales que tendremos que adoptar para un mundo que progrese. Tendremos que redefinir ‘progreso’, en lo que realmente será el mayor reto al que nos enfrentemos nosotros y nuestra descendencia, ¿qué construimos y para qué? También trasladaré las reflexiones de quienes me hacen ver todo esto con optimismo, porque se puede crecer en numerosas métricas diferentes del PIB conteniendo el voraz consumo de recursos. El futuro será probablemente una mezcla de muchas soluciones, no sólo tecnológicas.

Retos y soluciones futuras

Como escuché a mi apreciado científico y filósofo Aurélien Barrau, “ser la primera generación que tiene el reto y la posibilidad de rediseñarlo todo hacia la sostenibilidad, ¡no deja de ser emocionante!” Y ojo que ni Barrau ni esa legión de científicos neomalthusianos resuelven los retos futuros únicamente poniendo paneles solares y molinos, ni imponiendo frenos a la natalidad. Tampoco Philippe Bihouix, uno de los científicos a los que más sigo y admiro, gran impulsor del concepto de la Lowtech, los resuelve con más nuclear en el futuro. Sus soluciones pasan generalmente por grandes reducciones de los flujos energéticos, y con ello económicos, repensando muchos de los principios que mueven a nuestros ingenieros y economistas de hoy. Este es el reto mayúsculo, cambiar también y sobre todo a los consumidores, y no sólo a los ingenieros para descarbonizar y desmaterializar a unos consumidores business as usual.

Y enhorabuena a los que hayáis leído hasta aquí sin perder el interés. Os adentráis en un mundo tan interesante como lleno de preguntas sin respuesta; el de salir del confort cornucopiano y empezar a entender algunos límites de nuestro modo de vida; el de empezar, quizás, una transformación de esquemas mentales.

Insisto, no hay deshonra en esta transformación al neomalthusianismo. El neomalthusianismo no es nada parecido a ser un profeta del apocalipsis y querer frenar la natalidad, sino tomar consciencia de los límites al crecimiento y tratar de diseñar soluciones acordes, también en el lado del (tipo de) consumo sin dejar de lado a la tecnología y sin volver a las cavernas. No perdemos nada por apostar por nuevos modelos sociales, económicos y de interacción más sostenibles, incluso si finalmente nos equivocamos y aparece una solución cornucopiana, pues tendremos una sociedad más eficiente, más frugal en el consumo de recursos y con indicadores de desarrollo más variados. Si se equivocan los tecno-optimistas, y la cornucopia se queda en la leyenda de Zeus, estaremos todos en problemas un tanto más serios, con menos tiempo y recursos para construir la reacción.

Mi agradecimiento a Philippe Bihouix por su asombroso y valiente trabajo, así como su labor de divulgación, en la que me he basado para escribir este artículo que realmente es suyo.

Algunos de mis próximos artículos: “Mitos sobre el crecimiento económico – el PIB como indicador”, y ”Mitos sobre el crecimiento económico – reflexiones sociales”.

Javier Revuelta es Senior Principal de AFRY.

3 comentarios

  • Dabama

    31/01/2023

    Muy buen artículo, valiente al tratar un tema que parece tabú. Tengo la impresión de que en el bando del crecimiento infinito hay más economistas, y en el de los límites gente de ciencia y tecnología.
  • Roberto Legaz

    31/01/2023

    Interesantísimo artículo Javier. Los ingenieros solemos decir que es imposible que dos economistas se pongan de acuerdo. Pero sin economistas los ingenieros estaríamos todos arruinados.
    Creo que la Tecnologia y la economía tendrán que ponerse de acuerdo alguna vez. Aunque sea solo por seguir creciendo.
  • William Valencia Lenis

    04/02/2023

    El debate sobre el crecimiento y si este debe tener límites o no, es una urgencia mundial; el problema para llegar a acuerdos o soluciones correctas, está en que este es un tema que cae dentro de lo normativo (lo que debe ser), y no dentro del análisis positivo (lo que es). Pero lo que sí resulta paradójico, es que la ciencia económica que parte del principio de la escasez relativa de recursos y de bienes (dado que nuestras necesidades son infinitas), se proponga como objetivo un crecimiento económico ilimitado; se proponen maximizar la función de producción, olvidándose de las restricciones. Y Malthus, que de cierta manera, podemos considerar el primer teórico del decrecimiento (aunque no por el lado de la producción, sino de la población), al plantear el problema, por lo menos, tenía en cuenta que había alguna restricción. Ahora, suponiendo la posibilidad de un desarrollo tecnológico ilimitado, la cuestión no es "ser o no ser", sino, "debe ser o no debe ser".

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