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Por qué París no es ni Kioto ni Copenhague

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Representantes de 195 países más la Unión Europea se reúnen a partir del lunes en París con el objetivo de adoptar un acuerdo global de lucha contra el cambio climático; se trata del tercer intento internacional para lograrlo tras Kioto (1997) y Copenhague (2009)... ¿En qué se diferencia esta cita de las anteriores?

En primer lugar y respecto a Kioto, el pacto de París aspira a incluir a todos los países independientemente de su nivel de riqueza; prevé que las responsabilidades de lucha contra el calentamiento sean “comunes pero diferenciadas”, pero para todos.

El Protocolo de Kioto sólo planteó obligaciones para los países industrializados -una reducción de emisiones del 5% en 2008-2012 respecto a niveles de 1990- y apenas un reducido grupo de los que tienen obligaciones se han mantenido en él, fundamentalmente la UE.

Ante la incapacidad de acordar un tratado que lo sustituyera en Copenhague (2009), los países decidieron extender Kioto hasta 2020, comprometiéndose a una reducción del 18% para ese año respecto a 1990; de manera que el acuerdo de París, aunque diferente, será el que dé continuidad a Kioto.

Kioto, ¿éxito o fracaso?

¿Ha sido un fracaso el Protocolo? No para quienes los firmaron, que en los diez años que lleva en vigor han reducido sus emisiones un 22,6% frente al 5% que se comprometieron; sí si se valora como instrumento internacional de lucha contra el cambio climático, en tanto que los países que cumplen sus obligaciones sólo representan el 11% de las emisiones mundiales.

“Sin Kioto los esfuerzos por descarbonizar la economía mundial hubieran sido mucho más lentos“, señala la secretaria de la Convención de Cambio Climático de la ONU, Christiana Figueres, quien considera el Protocolo como “la semilla que desarrolló las primeras legislaciones para una economía baja en carbono los países”.

En un artículo publicado en Nature, el profesor de Estudios Ambientales de la Universidad de Colorado Roger Pielke, considera que “Kioto fue un gran experimento político, y estableció las primeras reglas transparentes para reportar, evaluar y verificar las reducción de emisiones, reglas que ahora serán muy útiles en el acuerdo de París”.

“Kioto fue el primer paso concreto en este camino, y aunque corto fue importante y marcó la dirección a seguir”, señala a Efe Mar Asunción, que lleva años siguiendo las negociaciones de cambio climático para WWF.

Copenhague, palabra prohibida

Sin embargo, la palabra de la que no quieren oír hablar quienes ambicionan un acuerdo en París es Copenhague, la ciudad que acogió la cumbre en la que se trató de alcanzar un pacto, esta vez sí, muy similar al que se pretende alcanzar ahora.

Las expectativas de cara a Copenhague eran descomunales y pese a que los países mostraron buena voluntad en los meses previos, la reunión se convirtió en un angustioso cruce de acusaciones entre países ricos y pobres sobre de quién era la responsabilidad de combatir el cambio climático, además de en un entramado de encuentros paralelos a puerta cerrada que desprestigiaron las negociaciones.

Teresa Ribera, secretaria de estado de Cambio Climático de España durante aquella cumbre reconoce hoy que Copenhague 2009 “fue muy traumático” y han hecho falta seis años “para limpiar las heridas abiertas en aquella cumbre, y que los países recuperaran la confianza entre ellos y en el proceso”.

En 2011 los países vuelven a hablar de lograr un pacto global y se proponen como límite para alcanzarlo 2015. La cita ha llegado y la pregunta es: ¿Por qué París puede ser diferente de Copenhague?

“Por el grado de madurez de la comunidad e internacional, hemos pasado de una época que se inicia en Río (Cumbre de la Tierra, 1992) y que a mi juicio termina en Copenhague, con cierto ensayo en Kioto, que podemos identificar a escala humana con la infancia, con el entendimiento de que hay algo que aprender y que vas descubriendo”, describe Ribera.

Lara Lázaro, investigadora de cambio climático del Instituto Elcano coincide con esta teoría y sostiene que “las negociaciones han llegado a su mayoría de edad”, y un ejemplo de ello “es la implicación creciente de los países en desarrollo, que se han dado cuenta de que todos deben contribuir y poner de su parte”.

Al margen de esa “madurez”, en los seis años que separan las dos cumbres “las evidencias científicas de la gravedad cambio climático han sido más contundentes que nunca” y la toma de conciencia global del problema (Encíclica del Papa Francisco, declaración de descarbonización del G-7, entre otras) “muy positiva”, señala Tatiaña Nuño, portavoz de una de las organizaciones más críticas, Greenpeace.

Nadie dijo que “poner de acuerdo a 195 países con un pasado, una tradición y una ambición diferente fuera sencillo”, como recuerda Ribera, ¿Lo conseguirá París?

Análisis realizado por Caty Arévalo, de la agencia EFE

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