Uno de los principales debates que ha estado (y está) encima de la mesa este año trascendental es el del despliegue de las energías renovables. Se trata de un tema en el que la inmensa mayoría social (casi un 80%) se muestra conforme, pero que ha despertado problemáticas, aristas y discusiones. Y está bien que así sea, porque hay un amplio consenso en que las renovables son uno de elementos tractores de la transformación de nuestro país hacia un futuro más sostenible y próspero y, porque, además, protagonizan una transición de crucial importancia para las próximas generaciones. Por tanto, es ahora cuando tenemos que cuidar cada detalle, de fondo y de forma, y hacer bien los deberes.
En un contexto social en el que la ciudadanía exige mayores cuotas de participación, de respeto a sus derechos, de atención a sus miedos y de complicidad con sus anhelos, las empresas deben añadir un plus al mero (y complejo) cumplimiento de la legalidad. Es un hecho que las autorizaciones administrativas, que garantizan estándares urbanísticos, fiscales, medioambientales, económicos o laborales, no son suficientes para ofrecer respuestas a las múltiples voces discordantes que emanan desde las comunidades que se han visto (y sentido) directamente afectadas. Por tanto, es necesario un nuevo reto centrado en la dimensión social de la cuestión. Hay que contar con el beneplácito de la población o, en otros términos, con la licencia social.
Basada en el diálogo entre las partes (promotora, instituciones públicas y ciudadanía), la licencia social es el sello más importante que un parque renovable puede conseguir. Solo a través de él se logra credibilidad, confianza y, en definitiva, consenso, ingredientes todos indispensables para hacer crecer social, reputacional y económicamente un proyecto.
O, por usar una metáfora propia del período estival en el que estamos, solo así las renovables pueden ser el fichaje ilusionante que a las comunidades les gustaría tener en su vecindad. Porque hemos comprobado que existen casos de buenas prácticas en los que las promotoras han pasado de generar suspicacias a forjar acuerdos y mejorar las condiciones de vida. Mediante la información y la escucha, la mitigación, la mediación y la compensación, las renovables han conseguido ser algo de lo que sentirse orgulloso.
Buenas prácticas
En Renovemos las renovables se recogen algunas experiencias que pueden servir de inspiración para esas buenas prácticas. Cada una con sus características particulares, han sabido llegar a puntos de encuentro que resolvían los conflictos generados y marcan el camino para futuros debates.
En general, podemos clasificar las buenas prácticas en cuatro esferas. La primera de ellas, integrada por todas las medidas de respeto y preservación del medio ambiente, la biodiversidad, el patrimonio y el paisaje. La segunda, en el marco de la economía, la fiscalidad, la atracción de industria sostenible, la creación de puestos de trabajo y el respeto a las actividades locales.
En tercer lugar, la participación social, la transparencia, la información y la gobernanza. En último lugar, pero no menos importante, el apoyo al desarrollo local, en convivencia con las dinámicas agrarias, turísticas o productivas de cualquier tipo, la atracción de población y consiguiente freno al éxodo rural, las ayudas a la formación y al talento local y la implicación con los proyectos locales en materia social, cultural, lúdica o de cualquier tipo que resulte relevante.
Todas ellas, además, deberán garantizarse en su vigencia y cumplimiento a lo largo de toda la vida útil del proyecto, siendo seguidas, fiscalizadas y, en su caso, adaptadas y modificadas, desde organismos público-privados con fuerte arraigo en lo local.
De esta manera, las medidas de la transición energética no serán percibidas como un chantaje, una exigencia de sacrificio o discriminación territorial, sino como demostración de respeto, complicidad e, incluso, oportunidad. Y, lo mejor de todo, es que lograrlo no es ni difícil, ni caro, ni ralentizador: los ejemplos de Renovemos las renovables nos demuestran que es posible hacer bien las cosas.
El verano es, en muchos sentidos, el momento de hacer repaso de lo conseguido en el curso, descansar y buscar los elementos que nos hagan afrontar con fuerzas renovadas el siguiente. Pensemos en cuáles son los fichajes que queremos en la vecindad de nuestros pueblos, comarcas y regiones y cuáles son las mejoras energías para alimentar un porvenir de ilusión y orgullo.
Jaume Moya i Matas es Codirector Projecte EUDEMON
galan
30/06/2023