_No hay nada más entrañable que recibir una carta en Navidad, siempre están llenas de buenos deseos y esperanza para el futuro. Pero de entre todas las posibles, la carta a los Reyes Magos es la más excitante de todas. Suelen escribirlas los niños y comienzan casi siempre con “Este año me he portado bien y quisiera que me trajerais…”. _Como bien expresaba Madame Curie, un científico es su laboratorio «es también un niño colocado ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas» y que mejor deseo para ellos que llegar a entenderlos.
“Lunes 19 por la tarde, en el laboratorio”, así encabezaba el profesor Otto Hahn en diciembre de 1938 una larga carta destinada a su ex colaboradora, la física austriaca Lise Meitner. En una era en la que las mujeres eran todavía una rareza en los laboratorios, en el Instituto de Química Kaiser Wilhelm en Berlín, un radio químico y una física nuclear formaban una combinación excelente. Por desgracia, su relación profesional cambiaría definitivamente en marzo 1938 cuando Hitler anexionaba Austria y Lise, pese a su larga trayectoria científica y estar bautizada, pasaba a ser considerada tan solo como una judía alemana. Su vida corría peligro, por ello, en julio de ese mismo año, apenas cinco meses antes de conseguir el descubrimiento más extraordinario de sus vidas, Lise escapaba a Suecia vía Dinamarca.
Hahn recordaría con nostalgia las muchas fiestas navideñas del Instituto compartidas con Lise en Berlín. Pero para compensar la pérdida, esta vez su cabeza estaba ocupada con los datos de sus últimos experimentos. Deseaba publicar sus resultados antes del cierre navideño y para su interpretación necesita la ayuda de Mietner. «Quizás tú puedas sugerir una fantástica explicación» aventuraba en su carta, y estaba en lo cierto, pues por fin se descubría y aceptaba que el núcleo de uranio podía dividirse.
Casi ningún descubrimiento es cuestión de suerte, detrás de ese mágico momento hay siempre una larga historia de duro trabajo realizado por muchos y concienzudos científicos. Hay aciertos y errores que nos acercan y alejan del resultado final. De hecho, cuatro años de errores e hipótesis equivocadas precedieron al descubrimiento, en diciembre de 1938, del hecho decisivo de que el núcleo de uranio podía dividirse. Otto Hahn y Fritz Strassmann, responsables del descubrimiento, declaraban que éste se produjo “cuando el momento estuvo maduro para ello”.
Esta historia en realidad comenzó en los años treinta, cuando por fin los núcleos desvelan su verdadera naturaleza. Nombres conocidos y laureados, como J.J. Thomson, Ernest Rutherford, James Chadwick o Niels Bohr cambiarían de manera radical la idea del átomo y abrirían una moderna era de la física nuclear experimental.
Irónicamente, ya en 1934 Enrico Fermi se topó con la fisión sin advertirlo. Fermi y su grupo de Roma bombardeaban con neutrones, uno tras otro, todos los elementos de la tabla periódica hasta llegar al último, el uranio. Su expectativa era encontrar elementos más masivos que este (transuránidos) que no se encontraban de forma natural en la Tierra. La Química Alemana Ida Noddack envió a Fermi un artículo en el que sugería que algunos de los resultados de sus experimentos podían significar que en realidad se había producido una ruptura del átomo de uranio. Quizás porque no estaba bien argumentado y los datos de las masas nucleares no parecían encajar, o simplemente porque en ese momento era un hecho inconcebible, el artículo de Ida fue completamente ignorado.
Cuatro años más tarde, la Dra. Lise Meitner recibía en Suecia la interesante carta de Otto Hahn mientras disfrutaba sus vacaciones navideñas en compañía de su sobrino, el físico Otto R. Frisch. En ella, Hahn le consultaba si existía alguna posible explicación, de acuerdo a las leyes de la física, para sus extraños resultados: al bombardear uranio con neutrones en busca de elementos transuránidos habían detectado bario, elemento muy alejado del uranio en la tabla periódica y mucho menos masivo.
Lise y Frisch, basándose en el modelo de núcleo de la “gota líquida” postulado un par de años antes por Bohr, valoraron la posibilidad de que el núcleo pudiera partirse en dos mitades casi iguales, las cuales al estar eléctricamente cargadas se repelerían fuertemente. Usando la ecuación de Einstein (E=mc2) calcularon que la energía liberada en cada fisión sería suficientemente grande –200 millones de eV- como para causar un salto visible en un grano de arena.
Unos días más tarde, Frisch regresaba a Copenhague y en un breve encuentro transmitía las nuevas a Niels Bohr, quien partiría de inmediato a Estados Unidos. «¡Pero qué idiotas hemos sido! ¡Es exactamente como debe ser!» exclamó entusiasmado y les animó a publicar sus resultados.
A través de largas conversaciones telefónicas, Otto Frisch y Lise Meitner escribieron un artículo con sus hallazgos, en él se acuñaba por primera vez el término “fisión”. El artículo se recibió en la sede de la revista Nature, en Londres, a mediados de enero pero no sería publicado hasta un mes más tarde. Mientras tanto, el secreto viajaba a través del Atlántico de la mano de Bohr, quien por error se lo confió durante la travesía a su colaborador Leon Rosenfeld, el cual creyendo que ya estaba publicado, lo mencionaría en una conferencia de físicos teóricos indicando además sencillas técnicas experimentales para demostrarlo. Los físicos experimentales presentes, se levantaron de entre la audiencia y aun con su sus trajes de etiqueta, fueron inmediatamente a sus laboratorios a repetirlo y confirmarlo.
Dos o tres días más tarde, los periódicos nacionales informaban sobre los resultados y cuando los artículos de Frisch y Meitner y de otros físicos alemanes, que lo confirmaban de forma independiente, fueron finalmente publicados, los laureles ya habían sido depositados sobre otras cabezas, en este caso la de Enrico Fermi y la Universidad de Columbia. Según The Times: “La mayor conversión de masa en energía obtenida por métodos terrestres”.
Siete años más tarde, en 1945, Otto Hahn recibiría el premio Nobel por el descubrimiento de la fisión nuclear. Nunca sabremos porqué la Academia eligió ese momento, justo tras acabar la Segunda Guerra Mundial, ni tampoco por qué no incluyo a sus colaboradores de origen judío. Afortunadamente estos serían reconocidos en 1966 con el premio Enrico Fermi, “por sus contribuciones a la química nuclear y sus estudios experimentales, que culminaron en el descubrimiento de la fisión”.
No cabe duda de que este descubrimiento tuvo, entre sus aplicaciones, una contribución decisiva en la forma de producir energía. Pero lo cierto es que los descubrimientos en Ciencia Básica son fundamentales en sí mismos, con independencia de que en un futuro tengan un uso práctico. Por ello, hoy más que nunca siguen vigentes las palabras de Hahn: “Os suplico que os intereséis por esos sagrados edificios llamados laboratorios. Solicitad que sean multiplicados y completados. Son los templos del futuro, de las riquezas y del bienestar”.
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