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La transición energética del planeta avanza y los esfuerzos de todos los agentes por la descarbonización de la economía y de la sociedad son cada vez más evidentes. El paso de una energía basada en los combustibles fósiles a otra apoyada en fuentes limpias y renovables no es una tarea ni sencilla ni rápida. A la vez, no existe una forma única de abordarla, sino múltiples soluciones y fórmulas que combinadas pueden contribuir a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero.

Un caso especial de la transición energética es el que se refiere al sector del transporte. Este sector ocupa en España el primer lugar en el ranking de emisores de gases, suponiendo más de la cuarta parte de las emisiones totales en el país. Y la mayor parte de ellas corresponde al transporte por carretera. A nivel europeo, los países de la Unión Europea se han comprometido a alcanzar la neutralidad climática en 2050, lo que implica que el sector del transporte debe reducir en un 90% las emisiones de gases de efecto invernadero respecto a los niveles de 1990.

¿Cómo se puede hacer esto? En un escenario de descarbonización, la estrategia más razonable es combinar la electrificación del parque móvil con combustibles que produzcan emisiones muy bajas o nulas. Los biocombustibles juegan un papel muy importante donde la electrificación, bien sea de forma directa mediante el uso de baterías o por la implantación de la pila de hidrógeno, no puede llegar. El crecimiento del parque de vehículos eléctricos no es todavía lo suficientemente rápido, ni puede llegar a completarse en un país donde casi 10 millones de vehículos pernoctan en la propia calle, no pudiendo convertirse en la única alternativa, teniendo que coexistir con los combustibles fósiles y con unos biocombustibles cada vez más presentes, un escenario que será dominante en los próximos años.

Las tres generaciones de biocombustibles

En la evolución de los biocombustibles, combustibles líquidos neutros o bajos en carbono que no tienen un origen fósil, sino que se fabrican a partir de materias primas alternativas al petróleo, ya se puede hablar de generaciones. Estas generaciones dependen de las materias primas con las que se elaboran.

En la primera se generan combustibles a partir de cultivos agrícolas (caña de azúcar, remolacha o melaza), cereales (trigo, cebada o maíz) o aceites (de palma o de girasol) cuyas materias primas compiten con el consumo humano y la UE está restringiendo poco a poco su uso hasta que se puedan complementar con otras alternativas. La segunda se apoya en los residuos, bien sean residuos sólidos urbanos y agrícolas y biomasa de naturaleza leñosa para producir el combustible; o aceites de cocina y residuos de grasas animales, materias primas que tienen la ventaja de que no se utilizan para la alimentación de las personas y son los que está fomentando la UE.

Los biocombustibles de primera generación son los que actualmente tienen un uso más amplio y el objetivo es ir sustituyéndolos por los de la segunda, que son más avanzados. Y se empieza a hablar también de una tercera generación, en la que la materia prima son las algas.

En cualquiera de estas generaciones se encuentran biocombustibles con una enorme capacidad para reducir las emisiones de CO2 respecto a los combustibles tradicionales. Y esta capacidad los convierte en una alternativa perfectamente válida para las diferentes modalidades del transporte, por tierra, mar o aire.

En el caso del transporte por carretera, la gran ventaja de los biocombustibles es su similitud química con los combustibles tradicionales, lo que implica prestaciones similares. Por lo tanto, pueden utilizarse en los motores de los vehículos en circulación y no obligan a una revolución acelerada del parque automovilístico, sino que facilitan su coexistencia con los combustibles tradicionales. Además, los biocombustibles son compatibles con las infraestructuras y redes de distribución y suministro existentes, sin necesidad de grandes cambios logísticos. Esto implica un escenario similar al actual.

Pero las ventajas de los biocombustibles no acaban ahí. En un sector de la energía muy volátil y sujeto al impacto de numerosas fuerzas que tienen que ver con la economía, la geopolítica o las fuentes de energía, la aparición de nuevas modalidades supone una alternativa que contribuye a garantizar el suministro a todos los usuarios. Los biocombustibles añaden una nueva opción energética y diversifican las fuentes existentes, impulsando la independencia energética de países como España.

De la economía circular a la lucha contra la despoblación

La materia prima para la generación de biocombustibles, sobre todo los de segunda generación, está formada básicamente por residuos de biomasa, lo que convierte a estos combustibles en un potente impulsor de la economía circular. Es decir, los biocombustibles permiten reutilizar y dar una segunda vida a residuos que, de otra forma, irían a parar a depósitos o vertederos, lo que es un gran objetivo de la economía circular.

En el caso español, por ejemplo, la disponibilidad de residuos de biomasa es significativa. España se sitúa como uno de los países con mayor disponibilidad de este recurso, lo que es el resultado de la extensión de la agricultura y la ganadería. Además, supone un paso importante utilizar los residuos forestales como medida de limpieza de los montes para evitar los daños potenciales causados por los incendios forestales. Para estas actividades los biocombustibles pueden suponer nuevas oportunidades económicas y de desarrollo en las zonas rurales, así como una herramienta para generar empleo en la denominada economía de las moléculas verdes. Y aportan un valor añadido a la actividad de agricultores y ganaderos al permitir diversificar sus modelos de negocio y sus fuentes de ingresos. Este escenario permite beneficiar, a la vez, a la industria y al campo.

En un país aquejado por la despoblación de grandes territorios en algunas áreas geográficas, los nuevos combustibles abren oportunidades para dinamizar zonas rurales, desarrollar nuevos negocios, crear puestos de trabajo y luchar contra esa despoblación.

Por otro lado, el futuro de los combustibles pasa también por la superación de algunos retos. El primero de ellos es la disponibilidad de materia prima para generar biocombustibles. Esa materia prima existe en España, pero será necesario fortalecer la colaboración entre los distintos actores de la cadena de valor (generadores de biomasa, empresas procesadoras, compañías energéticas, etc.) para acelerar el desarrollo de los biocombustibles. Asociado a este reto está el de conseguir la disponibilidad suficiente de este combustible para satisfacer la demanda existente y, a la vez, para no generar un incremento de precios en toda la cadena de valor. Finalmente, la evolución de los biocombustibles requiere seguir invirtiendo en I+D de tecnologías más eficientes para la producción de los nuevos productos energéticos.

Cabe reseñar que la tecnología de la pirólisis, en la que España es pionera, esta permitiendo que cada vez más empresas estén valorizando este tipo de residuos de biomasa obteniendo los citados biocombustibles cumpliendo tres objetivos: dotar al mercado de combustibles avanzados con valores muy bajos de emisiones de CO2, reducir de forma drástica el depósito de los mismos en vertederos y creando oportunidades laborales estables, muchas de ellas en zonas rurales.

Por otro lado, sería deseable que el ministerio considerara incluir también los plásticos como materias primas para fabricar combustibles avanzados, ya que son muy dañinos con el medio ambiente, y además la UE recomienda hacerlo, si bien lo deja a la elección de cada estado miembro.

En este escenario, ¿cuál es el futuro de los biocombustibles? Atendiendo al nivel de inversiones previsto a nivel global para aumentar su capacidad de producción, ese futuro parece muy prometedor. Los biocombustibles se configuran como una herramienta que será fundamental para conseguir los objetivos de la transición energética y hacer posible un futuro más sostenible y renovable. Además, el desarrollo de este tipo de combustibles es estratégico para garantizar a medio plazo el suministro energético en el transporte y, a la vez, para impulsar la industria y la economía españolas mediante nuevos modelos y negocios energéticos.

Javier del Amo es Director Técnico de Grupo Hafesa

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