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Con la periodicidad anual de tantas otras conmemoraciones de trámite, llega de nuevo el Día Mundial del Medio Ambiente. Una iniciativa de largo aliento de las Naciones Unidas que data de 1972 y que suele pasar entre nosotros como el Día Mundial de la Radio, de la Poesía o el Día Meteorológico Mundial. Desgraciadamente otorgar el distintivo de Día Mundial a cualquier asunto es una manera más de banalizarlo, aunque no sea esa la intención de sus inspiradores.

El que nos ocupa hoy data de 1972, como señalé al principio, y la situación medioambiental global de hoy, es la mejor demostración de su modesta eficacia. Ciertamente, sería ilusorio pensar que una conmemoración de este tipo fuese el bálsamo de Fierabrás para las gravísimas dolencias climáticas que le hemos provocado a nuestro planeta, pero lo cierto es que el proceso de deterioro medioambiental avanza a buen ritmo y la respuesta de las naciones sigue limitada a declaraciones, cumbres, conmemoraciones, días mundiales y acuerdos tardíos de los que ciertas potencias se bajan con arrogante frivolidad e indolencia.

Siento manifestar en estos términos mi nihilismo respecto de estos días mundiales, pues en este momento, el Secretario General de Naciones Unidas -entidad que promueve la celebración- es el señor Antonio Guterres, que ha acreditado una verdadera preocupación por el derrotero de destrucción ambiental en que estamos calificando con toda justicia el problema del cambio climático como “el mayor reto global de nuestro tiempo”.

En este momento no sabemos el verdadero alcance de los daños ambientales ya infligidos. Se cree que muchos serán ya irreversibles y, los que no lo sean, se revertirían tras muchos años de un efectivo control de emisiones.

No tengo nada en contra de Naciones Unidas, ni mucho menos de su Secretario General, que me merece todo el crédito. Mi nihilismo hacia esta iniciativa del Día Mundial, nace de ver la desproporción aterradora entre la velocidad de destrucción ambiental y la calidad de una respuesta global concertada, que nunca llega. La desproporción entre el desenfado naif de una conmemoración global como esta, y la desesperación que expresan movimientos como el de Greta Thunberg, que se está extendiendo entre los colectivos estudiantiles de muchos países de Europa.

No deja de sorprender que el portaestandarte de la edición 2019 sea China, uno de los países más emisores del mundo. China reclama un derecho a contaminar, que el mundo occidental avanzado ejerció en su primera industrialización y que ellos ahora consideran que es su momento. “Ahora nos toca a nosotros” parece que sería su planteamiento. “Nuestro crecimiento económico es irrenunciable y depende de una industrialización que no podemos hacer con vuestros estándares ecológicos de ahora, sino con los mismos vuestros de hace un siglo”.

Así las cosas, China abandera un Día Mundial que clama por la limpieza del aire. Cualquier lector que haya visitado alguna de las muchas grandes urbes chinas, compartirá su perplejidad conmigo.

En todo caso, nada cambia las cosas que sea China o fuese Finlandia o Costa Rica quienes auspiciasen la celebración. Y mi escepticismo sería el mismo, pues nace -como digo – de la desesperante desproporción entre el problema y las soluciones que el mundo es capaz de habilitar.

Estamos básicamente ante un problema científico. Me refiero al diagnóstico de salud del planeta. Lo político está en la manera de arbitrar soluciones globales, pero ese diagnóstico es científico. Como tal asunto científico, no admite negación desde la opinión sino desde el conocimiento y la ciencia. El cúmulo de pruebas, mediciones e indicadores que la comunidad científica especializada dispone sobre el impacto de las emisiones y el calentamiento, es algo que no admite discusión. De hecho, los negacionistas del cambio climático no son científicos, sino opinantes sin conocimiento que piensan que lo del cambio climático “es de izquierdas” y hay que negarlo.

El colmo del ridículo son las declaraciones que en campaña presidencial hizo el candidato Trump hace algo más de dos años para aportar su impronta intelectual en un problema de esta magnitud: “El ecologismo está fuera de control”. En efecto, está fuera de su control, como lo está también el calentamiento global. Su primera decisión al respecto una vez nombrado presidente fue abandonar los acuerdos de París. Supongo que considerará ahora que ya está bajo control. Pero esta sexta extinción masiva que estamos viviendo en lo que la comunidad científica denomina como la nueva época geológica del “Antropoceno” está muy lejos de ser entendida y asumida por los habitantes y la mayoría de los gobiernos de los países de este frágil planeta.

Parte de la comunidad internacional trata de arbitrar medidas paliativas, con muy escaso éxito, muchas dificultades y poca determinación. Los días pasan sin que nada relevante ocurra. Por eso, no puedo dejar de pensar si este Día Mundial del Medio Ambiente, no es un día más sin hacer nada. O sea, un día menos.

Ernesto Macías Galán es d****irector general de Solarwatt España

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