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Aunque sin duda muy loable por pionero, el enfoque de Nordhaus está basado en análisis coste-beneficio, un tanto reduccionistas, sobre la disminución de emisiones de CO~2~. Según sus trabajos revisados[1] recientemente, lo que apunta el IPCC de que es posible limitar el crecimiento de la temperatura a 1,5ºC por encima de los niveles preindustriales, no es económicamente factible y prácticamente imposible. Además, la trayectoria óptima de Nordhaus hasta alcanzar el año 2100, con un impuesto moderado sobre el carbono, nos llevaría a un incremento de 3,5ºC. Reducir más esa cifra conllevaría decenas de billones de euros de pérdidas económicas en todo el Planeta. Curioso, ¿no? ¿Con qué quedarnos?

Es evidente que el Cambio Climático, las Tensiones Migratorias, la Transición Ecológica y la Transformación Energética son conceptos muy interrelacionados (y sin duda preocupantes) que nos deben ocupar intelectual y materialmente los próximos lustros. Con más o menos cotidianeidad nos referirnos con ellos, implícitamente, a las señales clamorosas que nos manda nuestro Planeta de que los recursos que nos proporciona gratis, en forma tangible —agua, aire, materiales, recursos energéticos, bosques, biodiversidad, la humanidad misma y sus formas de vida, la flora, la fauna, el terreno, etc.—, e intangible —la belleza estética de los paisajes, la regulación del cambio climático, los mecanismos de secuestro de carbono, la fotosíntesis, etc.—, cada día los utilizamos más groseramente y los despilfarramos (cuando no los agotamos directamente) de forma absurda y con visión miope de corto plazo.

Si seguimos esta senda muchas décadas, en una carrera para consumir más bienes materiales y hacerlo más aceleradamente, siguiendo así el paradigma de crecimiento perpetuo que nos impone el modelo económico actual (con un pavoroso aumento de las desigualdades sociales, por cierto), llegará un momento en el que la Tierra diga basta y no pueda seguir soportando la civilización humana tal cual la conocemos hoy.

Toda la actividad que los seres vivos de nuestro Planeta llevamos a cabo se basa en explotar las posibilidades que extraemos de los recursos biofísicos, renovables y no renovables, de lo que podemos denominar nuestro Patrimonio Natural —nuestro Capital Natural de todos—. Es decir, lo que la naturaleza pone a nuestra disposición sin pedirnos nada a cambio (que no sea el esfuerzo de conseguirlo en la forma que nos sea más conveniente).

Con ese capital y con ayuda de la energía del sol —en sus diversas formas ahora presentes, y pasadas almacenadas en forma de combustibles fósiles— los humanos nos proporcionarnos alimento, cobijo, confort, salud y trabajo. Éste en forma de movilidad y de actividad económica para surtirnos de diversos bienes materiales y bienestar. Los recursos y materias primas que necesitamos para ello los transformamos mediante procesos industriales que añaden no poco esfuerzo e inteligencia humana y que así los dotan de valor económico de intercambio. Toda la producción y su ulterior consumo generan desechos y elementos que contaminan y que, de una u otra forma, vuelven al medio natural.

Los seres humanos nos hemos convertido, gracias a nuestra inteligencia y especialización tecnológica, en auténticos ingenios de hacer todo ello de forma eficaz y a una escala y ritmos que empiezan a parecer no poderse aguantar mucho tiempo.

El gran desafío que como humanidad tenemos, de forma acuciante, es no tanto paliar los efectos que ese uso y agotamiento de recursos causan en forma de Cambio Climático y tensiones demográficas y ambientales —que SÍ por supuesto—, sino tratar de conseguir que nuestro Capital Natural, en todas sus dimensiones (como los son también el capital humano y el capital físico), sea sostenible para todos los pobladores del Planeta y se reconozca es y será parte esencial de la materia, o fibra, con la que los seres humanos construimos nuestra economía y desarrollo,

Para conseguirlo necesitamos reconceptualizar y reevaluar la naturaleza —no únicamente en términos de capital capaz de invertirse para producir bienes económicos con precio superior a lo invertido—, parametrizar lo mucho que nos aporta, y estimar esto en términos y métricas referenciables por todos. Es importante inventariar qué nos aporta nuestro mundo natural y qué se necesita entre todos para mantenerlo y potenciarlo, cuando no reconstruirlo (donde sea menester) o evitar agotarlo (las reservas de energía no renovables, los diversos metales no reemplazables, la calidad del aire, etc.), y cómo aportar lo necesario para ello desde el punto de vista material, intelectual y nuevos modelos y estándares de comportamiento y modo de vida. Desafío sin duda monumental, pero acometible.

Para siquiera mantener este Capital Natural en sus justos términos globalmente habrá que aportar recursos. Estos deberán competir para satisfacer, en diferentes escalas de tiempo, otras necesidades importantes como la salud de las personas, los colegios y universidades, el transporte, infraestructuras diversas, así como la protección de los ríos, espacios abiertos, la biodiversidad, etc. Es algo a lo que tarde o temprano tendremos que empeñarnos con ahínco si queremos pensar en un mundo sostenible a largo plazo. Evidentemente, los que más tienen y “drenan” del sistema deberán ponerse al frente.

Para que haya crecimiento y sea sostenible, y el Capital Natural que conservar o potenciar esté adecuadamente calculado a lo largo de periodos, necesitaremos indicadores para cuantificar los activos naturales y su evolución a lo largo de los años, así como los límites ecológicos que los caracterizan. El habitual PIB no es suficiente como indicador de sostenibilidad. Está basado sólo en caja y no tiene en cuenta cuánto del capital natural se utiliza cada año y no se repone. No tiene una hoja de balance o equilibrio al comenzar un periodo o el siguiente, y por tanto no refleja la degradación de la naturaleza, su mejora o el stock de materias que hay que abatir o aportar.

En definitiva, además de planificar —imaginando en qué devendrá el futuro— cómo paliar los problemas del Cambio Climático y cómo abordar técnicamente una Transformación Energética —o de explotación de recursos de uno u otro tipo— hacia un abastecimiento más sostenible en las próximas décadas —piezas del mismo puzle—, es imprescindible concebir con cierto detalle y globalmente lo mucho que la naturaleza nos da —y le quitamos a diario— y cuantificarlo convenientemente con el fin de tratar de abordar cómo podemos seguir contando con sus inmensos recursos, servicios y beneficios de forma sostenible. Ello con la ayuda de la inteligencia humana y nuestra continua forma de reinventarnos, teorizar, descubrir nuevo conocimiento y aportar mediante él  soluciones técnicas e ideas  a los problemas y desafíos que se nos presentan.

José Luis de la Fuente O’Connor fue vocal de la reciente Comisión de Expertos sobre Escenarios de la Transición Energética.

[1] http://www.nber.org/reporter/2017number3/nordhaus.html

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