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El cofundador de Google tiene una fábrica secreta donde se cocina el coche volador del futuro

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Si Julio Verne levantara la cabeza vería como en el siglo XXI las oníricas ideas de ciencia-ficción pueden ser una realidad en muy poco tiempo. Eso es lo que ha pasado con "Larry" Page, creador, junto con Serguéi Brin, de Google, y uno de los hombres más ricos del mundo. Ha creído posible que los coches pueden volar y se ha puesto manos a la obra.

Cerca de la sede de Google, en California, fundó hace tres años una pequeña start-up, llamada Zee.Aero. Sorprendió a todo el mundo cuando se filtró a la prensa que estaba diseñando aviones totalmente eléctricos capaces de despegar y aterrizar verticalmente, pero lo que ahora sabemos es aún más sorprendente.

Zee.Aero no solo quiere marcar el comienzo de una era de viajes aéreos personalizados, quiere algo más, calles libres de congestión y tráfico y un modo diferente de volar al actual, al que lo denomina "indignidad de hacinamiento de vuelo moderno". Al igual que Jeff Bezos y Elon Musk, Page está utilizando su fortuna personal para construir los sueños de su infancia.

La sede Zee.Aero es un feo edificio industrial de 2.700 metros cuadrados en dos plantas. Page inicialmente restringió trabajar a su equipo en la primera planta porque la segunda la había convertido en la cueva de los típicos genios y excéntricos multimillonarios: un dormitorio, un cuarto de baño, pinturas costosas y uno de los primeros motores de los cohetes de SpaceX, un regalo de su amigo Musk. Como parte del secreto, los empleados Zee.Aero no podían dirigirse a él por su nombre sino como GUS, el 'tipo de arriba'.

El Kitty Hawk

Zee.Aero emplea a unas 150 personas y su centro de operaciones ya no está solo en ese edificio, donde pronto tuvieron que necesitar el espacio de la segunda planta. Además ocupa un hangar del aeropuerto en Hollister, a 70 minutos en coche al sur de Mountain View, donde un par de aviones prototipo realiza vuelos regulares de prueba, conocidos como Kitty Hawk. La compañía también tiene una planta de fabricación en el campus del Centro de Investigación Ames de la NASA y dos pisos de un edificio de oficinas donde ha establecido la sede oficial. En total, ha invertido más de 100 millones de dólares en esta fantasía.

¿Y todo para qué? Para construir coches voladores, una idea que ha sobrevolado la cabeza de muchos locos inventores durante décadas, además de inversores decepcionados y de cuentas bancarias agotados. Pero nada de eso ha cejado en su empeño. Ahora Page cuenta con los mejores materiales, los sistemas de navegación autónomos y otros avances tecnológicos que han conseguido convencer a un creciente número de inversores inteligentes y ricos. Y podría ser que en los próximos años tengamos un coche auto-volador que despegue y aterrice verticalmente, o por lo menos un avioncito pequeño y eléctrico para muy pocos pasajeros, incluso solo uno.

Cerca de una docena de empresas de todo el mundo, incluyendo start-up y gigantes fabricantes aeroespaciales, están trabajando en prototipos, pero Page quiere que su trabajo se mantenga en secreto. Pronto se sabrá más.

Fuente: Bloomberg

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