Conceptos como movilidad sostenible, transición energética o sostenibilidad llevan años copando informes, titulares y estrategias corporativas. A nivel legislativo, la normativa de la Unión Europea ha ido estableciendo un marco común encaminado a la transformación de un sistema que, aunque insostenible a largo plazo, está tan instaurado que evoluciona muy lentamente.
La aplicación real de estos preceptos no termina de aterrizar y los ambiciosos objetivos marcados a medio plazo distan de ser cumplidos. La falta de demanda e inversión, el elevado coste de esta transformación… son algunos de los motivos que dificultan su desarrollo efectivo. En este contexto, el desarrollo de la cadena de valor del hidrógeno renovable es una vía decisiva para impulsar el cambio.
El hidrógeno puede contribuir significativamente a la descarbonización del transporte aéreo y marítimo, si bien lo hará probablemente mediante combustibles derivados del hidrógeno. En cambio, el transporte ferroviario y por carretera se muestran más propicios al uso directo del hidrógeno.
Descarbonizar el transporte
En España contamos con iniciativas muy importantes para el desarrollo de trenes impulsados por hidrógeno, que suponen una gran oportunidad para descarbonizar ciertas líneas que, aunque esenciales para vertebrar nuestra geografía, tienen una baja utilización que no justifica su muy costosa electrificación.
España tiene una especial dependencia del transporte pesado por carretera de larga distancia, uno de los ámbitos en los que la movilidad sostenible tiene más margen de mejora y donde, paradójicamente, menos implantación hay. La falta de incentivos que cubran el diferencial de coste con las soluciones fósiles, la inexistente oferta OEM de cabezas tractoras y furgonetas de hidrógeno imposibilitan que la demanda crezca. Aunque hay iniciativas españolas importantes e innovadoras para desarrollar la infraestructura de suministro, sin vehículos que garanticen una demanda estable no son viables.
Para desbloquear esta situación, son imprescindibles las ayudas públicas que fomenten la adquisición y operación de estos vehículos. Solo así se podrá generar una demanda suficiente que justifique las inversiones en infraestructura y atraiga a los fabricantes de vehículos de mercancías por carretera. Si los OEM continuasen sin ofrecerlos la demanda tendría que ser cubierta mediante la transformación local de vehículos.
Red de hidrolineras
El desarrollo de la red de suministro debe coordinarse para asegurar un despliegue racional y eficiente. Conviene empezar por “flotas cautivas” en entornos cercanos, que operen de manera local e independiente. Su infraestructura de repostado estimulará la aparición de más consumidores en su entorno.
Esta actividad puede iniciarse con hidrolineras portátiles, que por su flexibilidad permiten realizar demostraciones, cubrir eventos o el uso de los primeros vehículos en una localidad hasta que el volumen de actividad justifique la construcción de estaciones fijas. Para que este plan funcione sería deseable contar con una regulación clara para dichas instalaciones portátiles, que agilice, simplifique y abarate su despliegue temporal. Actualmente enfrentan dificultades para obtener permisos, lo que les resta parte de su gran atractivo.
Una vez existan varias “islas” consolidadas, será posible interconectarlas mediante corredores, instalando hidrolineras en rutas estratégicas. Esto permitirá el despliegue del hidrógeno en el transporte de largo recorrido, donde realmente aporta todo su valor mediante autocares, cabezas tractoras y furgonetas.
Estrategia
Con todo, España se halla ante una oportunidad única para liderar la movilidad con hidrógeno en Europa. Contamos con recursos renovables abundantes, tecnología disponible, capacidades industriales y una red de actores comprometidos. Falta, eso sí, una estrategia coordinada para aprovecharla, enlazada con un sistema de ayudas públicas bien diseñadas y una visión a largo plazo que no deje de lado las naturales dificultades de arranque.
El reglamento AFIR es un buen primer paso que España debe ejecutar con diligencia. Su cumplimiento implica que España debe tener unas 70 hidrolineras en 2030. Pueden parecer escasas, pero teniendo en cuenta los imbatibles tiempos de carga y autonomías de los vehículos de hidrógeno, y considerando que el transporte pesado sigue rutas bien definidas, será un comienzo muy razonable. Es necesario acelerar este despliegue de hidrolineras y garantizar que las ayudas lleguen también a otros actores, como operadores y fabricantes.
Continuaremos trabajando para que el hidrógeno renovable sea una realidad en las aplicaciones de cada modo de transporte donde sea la mejor opción. Más que un ideal o una promesa, la movilidad sostenible es una meta ambiental y una gran oportunidad económica, industrial y social. España tiene la oportunidad de liderar esta transformación en Europa.
Javier Arboleda es director general de SHYNE
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