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El Papa Francisco o el dulce Cristo en la tierra, como le gustaba llamarle santa Catalina de Siena, ha fallecido dejando una huella profunda y un legado importante. El Papa ha sido un apóstol de la misericordia divina, en la que creía profundamente, y que ha constituido uno de los ejes de su fructífero pontificado, en el que siempre ha estado cerca de los más débiles, de los pobres, de los olvidados, de los más desfavorecidos, de los enfermos y los presos, librando a la vez una auténtica cruzado a favor de la paz.

Un Papa cercano que, desde el primer momento de su pontificado pidió a los sacerdotes “oler a oveja”, animándolos a vivir en su día a día la cercanía de una párroco de pueblo. Una invitación a una mayor proximidad a colectivos desfavorecidos como los inmigrantes. Una cercanía que espoleó su voluntad de abordar realidades cuya aproximación resultaba un tanto complicada, como el papel de la mujer en la Iglesia, la homosexualidad, el acercamiento de los divorciados o el diálogo con otras religiones.

Pero, como ningún papa lo había hecho antes, el papa Francisco ha dejado otra impronta, más enraizada en el poverello de Asís, cuyo Cántico de las criaturas, sin duda inspiró su primera (de puño y letra) encíclica Laudato Si, palabras con la que iniciaba su obra san Francisco de Asís. Una carta de presentación que constituía un mensaje relevante sobre la importancia de cuidar del medio ambiente, que le valió para que en algunos foros fuera bautizado como el ‘Papa verde’.

Laudato Si

Personalmente, me parece una visión reductiva del alcance de su pontificado y prefiero quedarme con la figura del Papa de la misericordia y de la esperanza, y si acaso, el Papa de la transición, como finalmente he titulado este artículo. Y sí, es justo considerar que Jorge Mario Bergoglio fue un hombre de su tiempo, cercano también a los problemas del medio ambiente y del clima, consciente de que Dios puso al hombre en el paraíso con la misión de que lo labrase y lo guardase.

Así, el medio ambiente, ha ocupado un lugar importante en su pontificado. En la encíclica Laudato Si, el Papa habla de san Francisco de Asis como “el ejemplo por excelencia del cuidado de lo débil”, que nos invita a “reconocer en la naturaleza un libro espléndido en el que Dios nos habla de su belleza”. En la encíclica, el Papa afirma que “sobre muchas cuestiones la Iglesia no tiene una voz definitiva, sino que debe promover debates científicos honestos”, aunque sostiene que “basta mirar la realidad con sinceridad para ver que existe un grave deterioro de nuestra casa común”.

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Para el Papa “creyentes y no creyentes estamos hoy de acuerdo en que la tierra es una heredad común cuyos frutos deben ir en beneficio de todos”. Y recuerda que, si bien la Iglesia reconoce un derecho a la propiedad, sobre éste “pesa una hipoteca social, porque los bienes sirven para el fin que Dios les ha dado”. En ese sentido, el medio ambiente es “un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos”.

Un Bien común, la Tierra

En el texto, el Papa Francisco trata de construir una ecología integral, diferenciando entre ecología ambiental, económica, social, cultural y de la vida cotidiana, remarcando en todo caso la justicia con las generaciones venideras y el principio del Bien común: “El Bien común presupone el respeto de la persona humana como tal, con derechos fundamentales e inalienables ordenados a su desarrollo integral”.

Un texto importante, una invitación a buscar otras formas de entender la economía y el progreso, el valor intrínseco de toda criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política local e internacional y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Pero un texto desaprovechado, que no ha tenido el alcance político y económico necesarios para corregir los enormes desequilibrios y amenazas que se ciernen sobre nuestro planeta. Una pena.

José Antonio Roca es editor en El Periódico de la Energía.

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