El cambio climático es uno de los grandes desafíos de nuestra sociedad. Se trata de un problema mundial que necesita soluciones decisivas y urgentes, ya que el incremento de la temperatura de la Tierra a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) está generando impactos económicos y medioambientales severos e irreversibles, con implicaciones sociales y políticas. El calentamiento global genera, entre otros cambios, unas condiciones meteorológicas más extremas, el deshielo de los glaciares y un crecimiento del nivel del mar. Todo ello afecta a las generaciones presentes y futuras y repercute cada vez más en nuestras economías, el medio ambiente, la salud y la vida cotidiana.
A finales del año pasado, la Organización Meteorológica Mundial (OMM), con motivo de su participación en la COP25 de Madrid, ponía de manifiesto que el año 2019 será, con toda seguridad, uno de los tres años más calurosos desde que comenzaron los registros en 1880, con un incremento en la temperatura media en la superficie del planeta de aproximadamente 1,1˚C en comparación al período pre-industrial (1880-1900). Más allá del análisis coyuntural a partir de la evolución en años concretos, lo más relevante es el análisis de la tendencia a largo plazo y ésta, como cabe esperar, ha sido ascendente: las temperaturas medias del quinquenio (2015-2019) y de la década (2010-2019) serán las más elevadas de las que se tiene constancia, con repercusiones profundas y duraderas en el nivel del mar y en los patrones climáticos de determinadas regiones del mundo.
Por su parte, las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) a nivel global también han ido aumentando en estos últimos años, en especial de dióxido de carbono (CO~2~). Las concentraciones de CO~2~ en la atmósfera alcanzaron un nuevo máximo histórico de 407,8 partes por millón en 2018, y en 2019 no dejaron de aumentar. Mientras se emita más CO~2~ del que la naturaleza es capaz de absorber, la temperatura del planeta seguirá aumentando. Y aunque seamos capaces de estabilizar el volumen de las emisiones, eso no impide que los efectos del calentamiento global perduren en el tiempo. De ahí la necesidad de no retrasar las actuaciones y políticas de mitigación.
Todo ello en un contexto de demanda energética creciente. De acuerdo a las últimas estimaciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), está previsto que la demanda de energía a nivel global experimente un crecimiento del 24% entre 2018 y 2040, impulsada por el crecimiento demográfico y económico. De forma más ilustrativa, un crecimiento de la demanda de tal índole, equivale a agregar América del Norte y Latinoamérica a la actual demanda global.
La combinación de ambos efectos, crecimiento económico y evolución demográfica, nos hace plantearnos la pregunta fundamental: ¿cómo garantizar el acceso a la energía necesaria para abastecer las necesidades crecientes de la población mundial dando respuesta, al mismo tiempo, a los retos derivados de la emergencia climática? El sector energético, principal responsable, está llamado a desempeñar un papel vital para hacer frente a este reto global, que hace necesario transitar hacia un nuevo modelo económico sostenible medioambientalmente.
Es por todo ello que, no sólo se requiere de un cambio estructural en el modelo energético, sino también de una transformación en el modo de producir y consumir por parte de todos los agentes. Es necesario seguir avanzando en el proceso de transformación de nuestras pautas actuales de consumo energético, sin que ello afecte a la capacidad de crecimiento económico. En este proceso de transición ecológica, una de las principales palancas del cambio será la eficiencia energética, que se erige como uno de los ámbitos de actuación capaz de aportar soluciones a cada uno de los retos planteados.
Por sus características intrínsecas, la eficiencia energética contribuye a la consecución de los objetivos climáticos, al reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, mejorar la seguridad del suministro y reducir el coste de las importaciones energéticas. Pero además fomenta la competitividad empresarial, un aspecto crucial para los sectores industriales energético-intensivos.
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