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El Premio Nobel de Química, Richard E. Smalley, enumeraba en 2003 los diez problemas más importantes que la humanidad debe afrontar hasta mediados de este siglo. En orden de importancia descendente, su lista incluía: energía, agua, alimentos, medio ambiente, pobreza, terrorismo y guerras, enfermedades, educación, democracia y demografía. Energía, agua y alimentos encabezaban el ranking porque la solución a estos tres problemas generaría una especie de efecto cascada que permitiría combatir de manera eficaz los restantes. Dicho efecto también explicaría el orden relativo asignado a los tres primeros desafíos de la lista. Así, la disponibilidad de energía abundante, limpia, segura y barata, resolvería el problema del agua y, a su vez, energía y agua, asegurarían la producción de alimentos.

Con abundante energía, nada nos impediría disponer de toda el agua que necesitáramos, perforando pozos profundos, desalinizando el agua de los océanos y transportando el agua de un lugar a otro, incluso a diferentes continentes. Asimismo, con abundante agua no habría impedimentos para disponer de energía porque podríamos multiplicar la generación hidroeléctrica e irrigar vastas extensiones dedicadas al cultivo de biocombustibles. Y, sin duda, con abundante energía y agua podríamos convertir los desiertos en vergeles y desarrollar cultivos altamente productivos durante todas las épocas del año.

Un sueño muy atractivo, aunque, hoy por hoy, la realidad es muy distinta. No vivimos en un mundo de abundancia, sino de una creciente limitación de recursos, fruto de la presión ejercida por el crecimiento demográfico, el aumento de la esperanza de vida y el incremento del consumo. Y en este mundo de recursos limitados, resulta relevante comprender que la gestión de la energía, el agua y los alimentos debe abordarse asumiendo que los tres recursos están interconectados entre sí, de modo que cualquier carestía en uno de ellos puede trasladarse a los otros.

Los círculos políticos son conscientes de que energía, agua y alimentos constituyen los tres recursos más críticos del planeta. Sin embargo, no está tan claro que sepan apreciar en toda su trascendencia la interdependencia entre ellos, lo que hace de nuestras sociedades algo mucho más frágil de lo que imaginamos.

Mariano Marzo.
Mariano Marzo.

Por ejemplo, en julio de 2012, tres de las redes eléctricas más importantes de India sufrieron un colapso, desencadenando un gigantesco apagón que dejó sin electricidad a 620 millones de personas -una población algo inferior a la de toda Europa y dos veces la de EEUU. ¿La causa? El estrés generado por la falta de agua para la producción agrícola. Como consecuencia de una gran sequía, los agricultores multiplicaron el uso de bombas eléctricas para extraer agua de los pozos, incrementando notablemente la demanda de electricidad, justo al mismo tiempo que la producción de esta última caía por el descenso del nivel de agua en los embalses que alimentaban las centrales hidroeléctricas.

Pueden pensar que este tipo de situaciones no pueden darse en los países industrializados, pero esta percepción queda en entredicho por el caso de California. El delgado manto nival en las montañas, unas lluvias en mínimos históricos y la actividad en curso en la cuenca del rio Colorado han reducido en un tercio el agua aportada por este rio a la California central, donde la intensa actividad agrícola ha llevado a los granjeros a bombear grandes cantidades de agua del subsuelo (el último verano, en algunas áreas el bombeo para irrigación se había duplicado en relación a los volúmenes del año anterior). Y justo cuando la demanda de electricidad crece por este motivo, la compañía eléctrica que gestiona dos grandes plantas nucleares se ha visto obligada a cerrarlas por falta de agua para la refrigeración de los reactores.

Disponemos de soluciones técnicas para abordar la problemática derivada del nexo existente entre energía, agua y alimentos. Sin embargo, no las ponemos en marcha por razones básicamente ideológicas y políticas que nos impiden actuar con eficacia. Por un lado, políticos, empresarios y técnicos, suelen trabajar por separado. Por otro, los encargados de elaborar los planes de futuro en materia energética asumen que tendrán toda el agua que necesitan y lo mismo se hace con el agua respecto a la energía. Y para acabar de empeorar las cosas, aunque la planificación agrícola suele tener presente el riesgo de sequía, la única reacción prevista frente a ella es la de incrementar el bombeo o la de apelar a otras soluciones que también conllevan un importante incremento del consumo energético.

¿Cuándo aprenderemos que la innovación más importante en la gestión de recursos pasa por una aproximación integral y que esta es una condición “sine qua non” para la toma de decisiones políticas inteligentes?

Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona y miembro del Consejo Editorial del Periódico de la Energía.

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Un comentario

  • Dabama

    28/12/2015

    El concepto "AUSTERIDAD" en sentido antagónico a lo que nos han impuesto ayudaría mucho.

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