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Teresa Ribera.

En estas últimas horas de la Conferencia del clima de Naciones Unidas, quisiera compartir mis reflexiones sobre dos aspectos que, a mi juicio, merecen especial atención. Por un lado, la reacción de gobiernos y participantes a la irrupción de Trump en escena.

Todos sin excepción han insistido en su compromiso climático. “El cambio está en marcha y nadie nos va a detener”; “esto lo hacemos no para satisfacer a los EEUU sino para poder respirar en nuestras ciudades” y otras expresiones parecidas han sido la constante de cada día.

Queda por ver cómo evolucionan en los próximos meses, pero es interesante constatar el cambio de actitud producido en pocos años. Pone de manifiesto la voluntad de seguir adelante y la intención de aislar y minimizar en la medida de lo posible el impacto de un único actor en un complejo proceso de cambio económico que está en marcha.

Por otro lado, Marrakech ha explorado un territorio no transitado hasta ahora… Los marroquíes han insistido en que ésta es la “Conferencia de la Acción”. Pero, ¿qué es una conferencia dedicada a la “acción”?, ¿no será eso lo que necesitamos que centre nuestros esfuerzos a partir de ahora: actuar, actuar y actuar; aprender y hacer más?

Tratándose de actuar, ¿no será, sobre todo, en el ámbito nacional y local donde hay que tomar medidas?, ¿qué corresponde hacer en la escena internacional? Necesitaremos cierto tiempo antes de poder hacer una evaluación ajustada de su eficacia. Pero sí, tratándose de acción lo que cuenta son las decisiones sobre el terreno.

Sin embargo, el espacio internacional puede ayudar a encontrar respuestas, a identificar sinergias o posibilidades de apoyo y refuerzo mutuo.

En este sentido, Marrakech aporta algunas novedades interesantes. Por ejemplo, el compromiso de 48 países (entre los que se encuentran la mayor parte de los más pobres y vulnerables al cambio climático) agrupados en el denominado Climate Vulnerability Forum de alcanzar un 100% de energía renovable así como de hacer públicas sus estrategias de descarbonización a 2050 antes de 2020.

No están obligados a hacerlo y van más allá de los compromisos que anunciaron el año pasado, pero su decisión de expresarse conjuntamente y en estos términos ayuda a impulsar una dinámica de confianza y predictibilidad, a generar presión en la buena dirección y a aprender cómo la voluntad de compartir riesgos y soluciones puede facilitar la tarea.

Añaden a renglón seguido… "pedimos a los países del G20 que hagan, al menos, lo mismo que nosotros seamos capaces de hacer". Su apuesta es relevante y extraordinariamente simbólica; tanto por la elección de la energía renovable como motor de desarrollo como por el anuncio de elaborar estrategias a 2050.

De hecho, Marrakech será recordada por ser la primera conferencia en que los países entienden la importancia de aportar pistas concretas sobre las estrategias a largo plazo. Alemania, Estados Unidos –administración Obama todavía-, México y Canadá han hecho públicas sus estrategias esta misma semana y 22 países anunciaban su compromiso de elaborar y compartir estrategias de descarbonización a 2050.

El lunes el consejo de ministros alemán aprobaba la suya tras años de intenso trabajo. Preguntado al respecto el Secretario de Estado decía: no ha sido fácil y no hubiera sido posible sin ofrecer esperanza. Sus consejos estatales (de los Lander) para negociar el cierre del carbón se han convertido en consejos de desarrollo regional. Su programa ha requerido una fortísima implicación de todos los sectores y políticas: energía y clima, desarrollo regional e innovación; agricultura y economía; hacienda y política social…

No es fácil transformar las bases de nuestra economía en 20 años pero es peor no pensar siquiera en cómo poder hacerlo. ¿Para qué sirve una estrategia de descarbonización de la economía a 2050? Sirve para dar confianza a los inversores, ayudando a entender las sendas de transición –energética, industrial, del transporte o la agricultura- en los próximos años.

Sirve para identificar dificultades y oportunidades. Sirve para facilitar un debate público sobre cómo construir una sociedad distinta. Sirve para entender que no hay tiempo que perder, que conviene apurar al máximo las medidas que son hoy viables para acelerar las que deben venir después. Sirve para no tirar el dinero en grandes inversiones que tienen poco recorrido y dificultan la consecución de los objetivos que nos hemos marcado. Sirve para identificar sinergias entre distintos niveles de decisión.

Sirve para entender por qué es importante que un proceso de transición de gran alcance no puede dejarse en las manos exclusivas de los “mercados” y requiere un acompañamiento público que incorpore el apoyo solidario de la sociedad para aquellos colectivos vulnerables más afectados por la transición.

Y en ese contexto, surge una pregunta evidente –tan evidente que algún periodista se la hizo al nuevo Ministro de Energía español-: ¿aprobará España una estrategia de descarbonización de su economía a 2050? La respuesta no deja de ser sorprendente “Bastante difícil es cumplir con los objetivos europeos de 2030”. Es decir, todo apunta a que todavía no hemos entendido que es más peligroso ir contra las leyes de la física y la química, que contra las de una agenda electoral cortoplacista.

Es hora de ser serios y plantearnos qué transición energética queremos para España, qué modelo económico para los próximos años, cómo asegurar que las presiones legítimas del corto plazo no nos desvían o hipotecan nuestro futuro. No es un debate exclusivamente técnico ni propiedad de un (-o ó dos) ministro (-s). Ojalá esa prometida ley de cambio climático ayude a abordar con seriedad el asunto y no se limite a retoques estéticos.

Teresa Ribera - Directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI) de París.

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