Antes de que salten las alarmas, aclaremos: no, este no es un artículo sobre el presidente del Gobierno. La mención a “Pedro” es pura coincidencia literaria, un guiño a una de las fábulas más eternas de Esopo. Pero, eso sí, una fábula que, como un eco perturbador, resuena en los pasillos de la CNMC, en los centros de control de Red Eléctrica, en las salas de juntas de las distribuidoras y en los despachos del MITECO. Porque lo que está ocurriendo en el sector eléctrico español este otoño de 2025 es el cuento de Pedro y el Lobo hecho realidad. Y el lobo, esta vez, no se lleva ovejas ni pastores mentirosos. Se lleva la competitividad de nuestra industria.
Primer acto: viene el lobo, viene el apagón
La genialidad de la sabiduría popular reside en su vigencia permanente: mientras nuestras infraestructuras necesitan una actualización constante, las fábulas de antaño no requieren actualización alguna. En efecto, cuando se pensaba que el progreso nos había sacado del cuento de lobos y pastores, ha sucedido que la sabiduría popular -esa que habla de vigilar, prever, anticipar- sigue aplicando con una precisión casi molesta. Y es que, por increíble que parezca, ese cuento que todos conocimos en la infancia sigue teniendo más vigencia que muchos planes energéticos.
Sí, lo sabemos: en el cuento original, Pedro era un mentiroso compulsivo que se aburría cuidando ovejas. Pero quedémonos con la esencia del relato, con la advertencia de que nadie quiso escuchar hasta que fue demasiado tarde. La lección de ‘Pedro y el lobo’ no era solo sobre un pastor mentiroso: era sobre el colapso de la credibilidad y la ceguera ante las advertencias repetidas. Y aquí está el nexo perfecto con nuestra realidad.
Porque las señales estaban ahí. Los análisis posteriores al apagón coincidían en un punto: no fue una sorpresa total. La posibilidad de un fallo coordinado en la red era un escenario conocido, avisado, incluso anticipado por informes técnicos. El lobo ya estaba rondando el rebaño, pero, al igual que en el cuento, el grito de "¡que viene el lobo!" perdió fuerza tras tantas alarmas sin consecuencias. Se gritó, pero el mensaje se diluyó en un ruido de fondo de burocracia, intereses cruzados y una cierta arrogancia tecnocrática. La advertencia se repetía, como el grito del pastor, hasta que dejó de tomarse en serio.
Y entonces, el lobo atacó y dejó su tarjeta de visita el 28 de abril.
Y aquí es donde la alegoría se vuelve incómoda. Porque el lobo, en este caso, no viene solo a comerse a un pastor mentiroso. Viene a por nuestras ovejas más preciadas: la industria española, esa palanca de competitividad, esa parte vital de nuestra economía que no puede permitirse otro 28 de abril.
Porque las ovejas no eran solo animales en el cuento: eran el sustento, la economía, la vida del pastor. Nuestra industria es el rebaño de la economía nacional. Es el motor de empleo, innovación y PIB. Y la industria se descubre en el papel de esa oveja tan valiosa que puede quedar al alcance del lobo. Cuando el lobo del apagón (o de la incertidumbre crónica) llega, no se lleva una oveja simbólica. Se lleva pedazos de productividad, contratos de exportación, turnos de producción y, en definitiva, competitividad.
Segundo acto: la guerra de la patata caliente y el silencio de los corderos
El ecosistema energético español atraviesa semanas de máxima tensión. Desde finales de septiembre, CNMC, Red Eléctrica, las distribuidoras y el propio MITECO se enzarzan en un cruce de informes, comunicados y medidas de urgencia que se parecen más a una guerra de la patata caliente que a una estrategia compartida. En un rincón, Red Eléctrica advierte de fuertes variaciones de tensión y pide herramientas nuevas y rápidas; en el otro, la CNMC aprueba resoluciones temporales -parches sobre una herida que requiere cirugía mayor- con la espada de Damocles de un nuevo colapso sobre la red. Mientras tanto, las distribuidoras denuncian una retribución insuficiente para modernizar infraestructuras que todos reconocen como obsoletas, y el MITECO trata de sostener el equilibrio entre urgencia, regulación y transición sin romper el tablero.
La patata caliente pasa de mano en mano: “la culpa es de la generación”, la culpa es de la infraestructura”, “la culpa es del gestor”. Es una pelea estéril, un juego de suma cero donde cada uno defiende su parcela de poder. Y el lobo… el lobo se está frotando las garras. La industria, en cambio, observa desde el fondo del teatro, con sus plantas productivas en vilo y la sensación de que su papel se limita a adaptarse. Pero, si la industria espera a que otros actúen para salvarla del lobo, puede que cuando el lobo entre al corral ya sea demasiado tarde.
Desde el Foro Industria y Energía llevamos años siendo nuestro propio ‘Pedro y el lobo’ con este mensaje: la industria debe tener un rol no solo re-activo, ni siquiera activo, sino pro-activo en la configuración de las políticas que la afectan directamente. La gestión energética no es un problema técnico delegable a terceros, sino una palanca estratégica de competitividad.
Volvamos al cuento: Pedro cuidaba un rebaño, su sustento y el de su comunidad. Hoy, ese rebaño es la industria: un patrimonio que debemos proteger de los lobos energéticos (apagones, volatilidad, incertidumbre). Pero mientras los pastores discuten quién compró el silbato, o quién debe reparar la valla, el rebaño queda expuesto. Nuestra red no solo debe ser más robusta, sino más dialogante. Porque los apagones del futuro no serán por falta de electricidad, sino por falta de estrategia compartida.
Tercer acto: que no llegue otro lobo energético
Queda claro que no estamos ante una historia con final feliz garantizado. El 28 de abril no fue una anomalía: fue un aviso. El lobo ya está aquí, y el hecho de que Red Eléctrica haya solicitado medidas urgentes ante el riesgo de nuevos apagones debería quitarnos el sueño, porque la transición energética, necesaria e irreversible, es tremendamente compleja. El riesgo es presente y, si las instituciones se enredan y la industria permanece al margen, el ciclo se repetirá.
Para evitar que el lobo se convierta en la metáfora literal de una interrupción que ponga en riesgo la competitividad, la industria debe dejar de ser la oveja y convertirse en parte del pastorado, del diseño del corral, de la vigilancia, del mando. No porque quiera protagonismo, sino porque tiene el interés definitivo en que el lobo no entre. Sería un lamentable error que, tras tantos avisos, el sector industrial vea llegar otro “lobo energético” sin haber tenido voz propia en la solución. La industria no puede esperar que otros cuiden el rebaño. Es hora de encender, esta vez, el interruptor de la responsabilidad compartida. Porque el lobo puede volver, pero si nos encuentra preparados y coordinados, quizá esta vez la historia tenga otro final.
Isabel Núñez es directora de Relaciones Institucionales del Foro Industria y Energía.






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