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Los datos confirman que España dispone de espacio y recursos suficientes para expandir las energías renovables sin comprometer la agricultura ni los ecosistemas naturales.

Tras Francia, España se erige como el territorio nacional más extenso de la Unión Europea. Sus vastos y viejos campos dan fe del avance vertiginoso de una nueva era. El rápido despliegue de placas solares y molinos eólicos está cambiando la fisonomía del país. Seamos justos, esto no solo está siendo clave para reducir costes energéticos y emisiones de gases de efecto invernadero, sino también para situar a España en una posición de ventaja competitiva en la carrera industrial verde.

A diferencia de otras grandes transformaciones anteriores, esta se está produciendo a plena vista de todos, generando debates en casas, bares y plenos de ayuntamientos. Quizás por ello y ante el aumento de los movimientos de oposición, la transición energética requiere de una mayor pedagogía y participación que aborde las preocupaciones legítimas y disipe los miedos infundados.

La crisis climática, manifestada en repetidas olas de calor, DANAS y pérdidas millonarias en el campo, se encuentra entre las principales preocupaciones de los españoles. Ya no se trata tanto de discutir el porqué de la expansión de las energías renovables —la tecnología más rápida y económica para reemplazar los combustibles fósiles— sino sobre cómo hacerlo, dónde y en qué medida.

Máximo beneficio con poco territorio

Un informe reciente de la Oficina Europea del Medio Ambiente (EEB) estima que solo el 2,6% del territorio español sería suficiente para albergar todos los proyectos solares y eólicos necesarios para descarbonizar la economía. Por poner esto en perspectiva, el 55% del suelo español se dedica a usos agrícolas y 28% son espacios naturales protegidos. Con una mínima parte del territorio, podríamos lograr un sistema energético eficiente, autosuficiente y 100% renovable que cubriera todas nuestras necesidades industriales, de transporte y domésticas.

Espacio para una expansión sostenible

Dos grandes temores sustentan los discursos contra los proyectos renovables: su impacto medioambiental y su repercusión en la economía local, principalmente en la agricultura y el turismo.

Partiendo de estas consideraciones, el Centro Común de Investigación de la UE (JRC) ha elaborado un análisis de las tierras con potencial renovable en Europa, excluyendo parajes protegidos, zonas ricas en biodiversidad, tierras agrícolas productivas y áreas cercanas a núcleos poblados. Los resultados revelan que Europa cuenta con suficiente espacio para expandir las energías renovables sin comprometer la producción de alimentos ni la protección de la naturaleza.

De hecho, aplicando estos criterios España destaca como uno de los países con más tierra para un despliegue sostenible de proyectos renovables. Cuenta con suficientes áreas artificiales, degradadas o de bajo interés agrícola, que representan hasta un 6% del suelo español, y que deberían priorizarse si quiere garantizarse una transición respetuosa con el medio ambiente y la agricultura

A la izquierda, producción potencial anual estimada de energía eólica terrestre, a derecha, de energía solar.JRC

Este análisis no es prescriptivo; no determina dónde deben instalarse todas las infraestructuras renovables. Sin embargo, da pistas sobre dónde podrían ubicarse las "zonas de aceleración de renovables", áreas que los gobiernos deben identificar según la nueva directiva europea para agilizar permisos. Tierras con alto potencial solar o eólico y bajo valor agrícola o medioambiental son las mejores candidatas.

Además, las energías renovables no tienen necesariamente que competir por los recursos con otras actividades; pueden compartirlos. El avance de proyectos agrovoltaicos en Europa demuestra que es posible combinar actividades agrícolas y energías renovables, optimizando el uso del suelo. Los sistemas agrovoltaicos están diseñados para no interferir con las prácticas agrícolas, utilizando estructuras elevadas y sistemas de rotación de módulos fotovoltaicos que se adaptan a las necesidades tanto de los cultivos como del ganado.

El papel del mundo rural

La mayor parte de las zonas óptimas para un despliegue sostenible y rápido de renovables en España se encuentran en el mundo rural (72%), mientras que el resto se sitúan en ciudades y zonas periurbanas (28%). Se trata de suelos artificiales y degradados o tierras agrícolas con avanzado estado de erosión, abandono o baja productividad.

Aunque los tejados urbanos jugarán un papel clave en la penetración de la energía fotovoltaica, no son suficientes para satisfacer las necesidades energéticas de una España descarbonizada. El foco, inevitablemente, se dirige hacia las regiones rurales, quienes van a liderar esta transición.

Cómo ganar el apoyo local

Una vez aclarados los factores espaciales y técnicos, queda abordar el más sensible: el factor humano. La oposición local a proyectos de energías renovables ha ido en aumento. Aunque los motivos varían, el fenómeno “Not In My Backyard” refleja la desconexión entre los argumentos macro, climáticos o geopolíticos, y las realidades locales, cómo lo es una intervención en el entorno.

Es clave darle la vuelta al sentimiento de agravio comparativo entre campo y ciudad. Las renovables deben ser un revulsivo económico, respetuoso con el medio y la economía local, para que las comarcas receptoras de proyectos no se perciban como “zona sacrificada” de la transición energética. Las experiencias internacionales nos dicen que la participación ciudadana en los proyectos renovables es la llave para ganarse la confianza de las comunidades locales.

Más allá de los empleos que generará el montaje y supervisión de los parques renovables –unos 300.000 puestos de trabajo en esta década, según el Ministerio de Transición Ecológica– es vital apoyar fórmulas que retengan y hagan palpables los beneficios a nivel local, como cooperativas, comunidades energética o la mejora de servicios con los impuestos recaudados a las plantas renovables.

España tiene el potencial para liderar una transición energética que no solo contribuya a mitigar el cambio climático, sino que también revitalice zonas rurales y atraiga industria verde interesada en electricidad limpia y económica. No será necesario "enladrillar el campo" con placas solares ni arrasar con las actividades económicas existentes. Sin embargo, es esencial que administraciones y promotores se hagan cargo de los sentimientos de agravio de la gente del territorio, con generosidad, inclusividad y audacia, porque de las personas depende que esta revolución, en la que tanto nos jugamos, se complete a tiempo.

Alberto Vela, portavoz de la Oficina Europea del Medioambiente (EEB) y Jérémie Fosse, presidente de Eco-union.

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