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Marina Serrano.
Marina Serrano.

Para caminar con paso firme en la senda de la transición energética es preciso apostar por la energía que permite una mayor eficiencia y que lanza menores emisiones de CO2 a la atmósfera. Y esta no es otra que la energía eléctrica.

En efecto, ya nadie pone en duda que transición energética y electricidad constituyen un binomio indisoluble. Todo apunta a que, en las próximas décadas, la eficiencia –por un lado- y la existencia de unas redes eléctricas adecuadas –por otro- harán posible que esta energía, la electricidad, nos lleve hacia un horizonte descarbonizado.

Se suma el hecho de que la electricidad, más allá de su utilización convencional, tiene un importante potencial de desarrollo, precisamente en aquellos sectores en los que más elevada es la demanda energética: el industrial, el de la edificación y el del transporte.

En efecto, el uso de la energía eléctrica puede contribuir a mejorar la competitividad de nuestro sector industrial (especialmente, en aquellas industrias que reclaman más energía para sus procesos productivos). Al mismo tiempo -y más aún de la mano de la digitalización de las redes-, en los edificios y en los hogares puede dotar al consumidor de una mayor capacidad de gestión y decisión, así como introducir una mayor flexibilidad en el sistema.

Por lo que se refiere al transporte, la evolución de la movilidad eléctrica va a ser el factor clave a la hora de avanzar hacia una sociedad descarbonizada. El desarrollo y la extensión de este tipo de vehículos harán posible rebajar sustancialmente las emisiones en nuestros núcleos urbanos, con los consiguientes beneficios para el medio ambiente y para la salud y sostenibilidad de los pueblos y ciudades.

Para que esta movilidad descarbonizada y sostenible sea una realidad es necesario el desarrollo de una serie de infraestructuras que la hagan posible; muy especialmente, una red de puntos de recarga en las vías públicas.

Asimismo, será fundamental el desarrollo de las baterías que, al mismo tiempo, serán un elemento capaz de flexibilizar el sistema y facilitarán un mejor aprovechamiento de las tecnologías de generación renovable.

En el proceso de transición energética las energías renovables van a jugar un intenso y creciente papel; más aún, con los nuevos objetivos de penetración de renovables fijados por la Unión Europea para 2030 –del 32%-. Con todo, deberán ir acompañadas de medios de respaldo flexibles para garantizar la seguridad de suministro.

Llegado este punto,  no puedo dejar de hacer hincapié en que este escenario de sostenibilidad energética  no va a ser posible si el sistema eléctrico no dispone de las adecuadas redes de transporte y distribución. En efecto, si asumimos que la descarbonización pasa necesariamente por la electrificación, de igual modo la electrificación necesita de las redes.

Debemos, por ello, contar con un sistema bien mallado lo que, a su vez, implica realizar las inversiones precisas para que las redes sean suficientes y se encuentren en condiciones óptimas.

Las nuevas formas de consumo (como el autoconsumo), la citada digitalización y la integración de la potencia renovable representan todo un reto para los gestores de las redes.

Para que todos los esfuerzos -del sector público y del privado- se encaminen en la misma dirección, es preciso contar con un marco regulatorio estable y unas señales económicas eficientes, que permitan acometer las inversiones necesarias.

Desde la Unión Europea y desde España la apuesta por un futuro descarbonizado es decidida. Las empresas, y en concreto las empresas eléctricas, trabajan –trabajamos- para que este escenario sea una realidad.

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