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Estados Unidos se ha visto involucrado en un sinfín de guerras a lo largo de su historia. Muchas habrá perdido, otras tantas habrá ganado, pero de alguna u otra forma siempre se ha cerciorado de “llevarse algo para casa”. La guerra en Ucrania, por ejemplo, sin ser Estados Unidos ni mucho menos protagonista de la misma ha jugado un papel clave. Con más de 130 mil millones de dólares destinados a ayudas para Ucrania, el país de las bandas y las estrellas se ha convertido en una pieza fundamental dentro del conflicto geopolítico en Europa Oriental.

Estas ayudas, concedidas en su mayoría durante la administración Biden, no han supuesto ningún tipo de conflicto o tema de conversación en las tertulias hasta la entrada de Donald J. Trump. Tal y como nos tiene acostumbrados, Trump ha revuelto el panorama internacional en todos los ámbitos, y su condición de “mediador” entre Rusia y Ucrania se ha convertido en uno de los papeles principales dentro de su extensa obra teatral.

Con la excusa del “bonachón” que quiere acabar con los ríos de sangre en Ucrania, Trump ha visto una oportunidad de oro para sacar algo de provecho en su negociación. Bajo el paraguas de acuerdo de paz entre Kiev y Moscú, el magnate está tratando de presionar a Ucrania para recuperar todo (y más) de las ayudas financieras concedidas previamente durante el mandato de Biden. La administración Trump sugiere que podría asegurar 500 mil millones de dólares en beneficio con la explotación de recursos naturales en Ucrania.

El papel de Ucrania

En la otra parte de la mesa, Volodymyr Zelensky espera que este acuerdo sea una oportunidad para modernizar su país, buscando la paridad absoluta a través de la partición de beneficios extraídos al 50-50. Desafortunadamente, me atrevería a decir que ni Zelenskyy se cree sus propias expectativas mientras las verbaliza. Veamos porqué.

Cito textualmente la intención de Trump en esta negociación: “Hemos gastado demasiado. Ahora es el momento de recuperar algo". Dudo, teniendo en cuenta los precedentes de este señor, que quiera hacer un acuerdo que beneficie a ambos. Por el contrario, debe de pensar: “Os hemos dado dinero gratis, ahora lo vamos a recuperar pero con intereses”. Esta intención se materializo el pasado 30 de abril, a través de la creación de un nuevo fondo de inversión bilateral que permite a Estados Unidos tener acceso a nuevos proyectos que involucren la explotación de minerales raros, grafito, litio, petróleo y gas.

Algunos advierten que este acuerdo es limitante para Ucrania, en cuestiones relacionadas con la elección de partners comerciales o la independencia financiera. No solo va a limitar el papel de Ucrania, sino que Estados Unidos tenía algún que otro as más guardado en la manga.

En una segunda versión del acuerdo, Kiev asegura que Estados Unidos no se está comprometiendo a garantizar la seguridad del país en caso de ataque ruso, algo de lo que ya se había tratado en profundidad en la versión anterior del acuerdo. No solo eso, sino que la delegación ucraniana dio cuenta de una condición insólita por parte de la administración Trump.

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El gasoducto

A través del fondo mencionado, Estados Unidos quiere tomar el control de un gaseoducto perteneciente al gigante Gazprom y que lleva cerrado desde inicios de año, tras el fin del acuerdo comercial entre Ucrania y Rusia. Aunque es un gaseoducto actualmente inoperativo, es un activo de valor incalculable del cual se ha beneficiado anteriormente Ucrania dejando cientos de millones de euros en las arcas públicas a través de impuestos de tránsito.

Trump y su administración no dan puntada sin hilo, sabiendo perfectamente que ese gaseoducto, que cruza Ucrania hasta la frontera con Eslovaquia, es una infraestructura clave para el país y una de las mayores rutas de energía hacia Europa. No contentos con eso, Trump tiene un par de acciones en paralelo que pueden remover todo el panorama geopolítico y energético en Europa.

Dado el baneo al petroleo y gas ruso, Estados Unidos ve la oportunidad de reemplazar toda esa demanda por Gas Natural Licuado (GNL) estadounidense. En el caso de Ucrania, por ejemplo, se han llevado a cabo acuerdos de compra de GNL procedente de Estados Unidos, haciendo que los lazos comerciales entre ambos países se estrechen.

Otra vía de actuación es la cooperación americana en la restauración del gaseoducto Nord Stream 2, lo cual se ve como una oportunidad para restaurar relaciones comerciales con Rusia. Aparte, por supuesto, no deja de ser una estrategia más para influir sobre un activo tan estratégico como este, y ya de paso ganarse un “dinerito” en el camino.

En definitiva, el control del gasoducto permitiría a Washington no solo estar presente en una infraestructura energética clave en Europa, sino también reforzar su influencia en la disputa energética con Rusia, al intervenir en el tránsito de gas ucraniano, debilitar la posición de Moscú y afianzar su presencia económica en Europa del Este.

No obstante, analistas advierten que esta estrategia podría generar tensiones dentro de la UE, especialmente entre los países que aún dependen de rutas orientales para sus importaciones energéticas. Trump quiere hacer de la politica energética europea uno de sus patios de colegio más en donde divertirse y tomar decisiones a sus anchas, todo por el “bien” de Estados Unidos. Deleznable.

Antonio García Amate trabaja en el Departamento de Economía y Empresa en la Universidad Pública de Navarra.

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