El 28 de enero es el Día Mundial para la Reducción de las Emisiones de CO2. Hace ya varios años que el cambio climático y los gases de efecto invernadero forman parte del día a día de las noticias políticas y discusiones económicas en múltiples foros: desde el Foro Económico Mundial de Davos, donde se ubica como el riesgo global más importante el clima extremo -y lleva siendo así varias ediciones- pasando por mesas de debate y tertulia de medios de comunicación, hasta los bares y mentideros de las localidades más pequeñas.
Pero, al contrario que los sucesivos informes del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), donde se asume que el cambio climático está siendo producido y acelerado por las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas por el ser humano, en el resto de los innumerables foros donde se aborda el asunto, está presente la polarización extrema para desacreditar los argumentos y hechos ciertos expuestos.
En cambio, por el lado de consenso político, en múltiples Conferencia de las Partes (COP) se han asumido compromisos estatales para la reducción de emisiones con el objetivo de contener los efectos del cambio climático para el mantenimiento de la vida humana en la Tierra. La COP21 celebrada en París en 2015 fue un hito importante ya que todos los países del mundo acordaron unos objetivos de reducción de emisiones para 2030. El pasado mes, en la COP28 celebrada en Dubái, tras varios días de fracaso en el consenso sobre el futuro de las emisiones, se alcanzó un acuerdo para poner fin a la era de los combustibles fósiles.
Por tanto, si aparentemente existe consenso político y todos los países del mundo presentan a Naciones Unidas sus compromisos de reducción de emisiones, al menos desde 2015, el sentido común nos dice que las emisiones han debido reducirse conforme los planes estatales se han ido aplicando, y los debates de los foros deberían centrarse en la forma y/o velocidad de la aplicación de las medidas implementadas.
Con motivo del Dia Mundial para la Reducción de Emisiones, veamos qué está pasando con las emisiones de CO2 desde 1990 (año de referencia para los objetivos de reducciones) hasta hoy, para comprobar qué hay de realidad en los compromisos de los países, porque, como decía Antonio Machado, “la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”.
Considerando la Unión Europea como un solo estado, y centrándonos en los seis países que más emisiones generan (China, EEUU, Unión Europea, India, Rusia y Japón) vemos, de una forma sorprendente, que desde 1990 hasta 2020 la suma de las emisiones de estos seis países ha representado aproximadamente el mismo porcentaje, el 67%: es decir, dos de cada tres partículas de CO2 contabilizadas como emisiones han correspondido a estos seis países en los últimos 30 años.
Este dato, más allá de ser curioso, no indica cómo se han comportado las emisiones globales y las de estos seis países concretos; para confirmar los impactos que están teniendo las políticas públicas gubernamentales en la contribución de emisiones, comparemos las emisiones del 2019 con las de 1990 y las de 2015 para ver cómo vamos en el objetivo y cómo han cambiado las emisiones en los estados desde la COP21.
El mundo libera casi un 67% más de emisiones en 2019 que en 1990, y un 4% más en 2015; es decir: el mundo en conjunto no ha rebajado las emisiones, sino que las ha aumentado desde que todos los países acordaron reducirlas.
Analizando estos seis países de forma individual, vemos que China e India lideran los crecimientos, con un casi 400% de China y un 330% de India sobre 1990. En ese año, ambos países partían una situación de industrialización menor y el crecimiento de emisiones se justifica con la teoría económica. Al analizar el comportamiento desde 2015 hasta 2019, estos países han incrementado sus emisiones más de un 9% y más de un 12%, respectivamente.
Los otros cuatro países han tenido otros comportamientos: el segundo emisor, Estados Unidos, ha reducido sus emisiones un 0,55% desde 1990 y un 3,47% en el periodo 2015-2019. Japón ha reducido en 1,55% las emisiones desde 1990 y casi un 9% en el periodo de 2015-2019, lejos del objetivo de 2030 y a un ritmo insuficiente como para alcanzarlo.
En cuanto a la Unión Europea y Rusia, sorprendentemente han disminuido sus emisiones casi de igual modo, un 23% y un 21% respectivamente desde 1990. Es una reducción significativa y dentro de los objetivos marcados. Sin embargo, en el periodo 2015-2019 Rusia ha incrementado sus emisiones en casi un 7% y la Unión Europea tan solo ha rozado el 6% de reducción.
Analizando los compromisos públicos gubernamentales, los debates y comentarios en medios de comunicación y las cifras de emisiones, solo podemos tratar de explicar lo observado de la siguiente manera: el mundo se ha dado cuenta de que hay un gran incendio, nos hemos puesto de acuerdo en que este incendio hay que apagarlo para que no acabe con las personas de la Tierra, hemos acordado que, para apagarlo hay que echar una cantidad de agua durante varios años, cada país en porcentaje de la que tiene… Y, en su conjunto, la humanidad está echando más combustible al incendio, mientras todos corren despavoridos gritando que hay que apagar el incendio.
Claramente las medidas que implementan los estados no están funcionando, y se requiere de más y mejor multilateralismo y cooperación para afrontar la reducción de emisiones hasta la deseada neutralidad climática. Pero, como hasta el viaje más largo del mundo empieza por un primer paso, se requieren controles y seguimiento de indicadores mucho más certeros, a corto, medio y largo plazo, porque se requiere una reducción de emisiones del 3,33% anual desde 2020 hasta 2050 para la neutralidad climática.
Y, ante esta situación, ¿qué podemos hacer los ciudadanos? No echando más combustible al incendio, empujando a nuestros gobiernos y a nuestro propio consumo a niveles y formas de menor generación de emisiones, calculando nuestra huella de carbono y exigiendo, como ciudadanos, un reporte claro. Hay que visibilizar el problema, ponerlo en el foco con datos, eliminar los relatos y asumir compromisos incomodos, porque solo bajo el prisma de la responsabilidad individual compartida podremos alcanzar la meta de la descarbonización.
Jesús Alijarde Cavero es economista y director de Ibersyd.
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