En la carrera contra el cambio climático, la captura del CO2 se ha convertido en una de las propuestas más discutidas, financiadas y también cuestionadas. Promovida por sectores industriales, respaldada por normativas europeas y objeto de fuertes resistencias ideológicas, la Captura, Uso y Almacenamiento de Carbono (CCUS) representa hoy una encrucijada entre intereses económicos, innovación tecnológica, urgencias ecológicas, directrices geopolíticas y narrativas políticas enfrentadas.
Una tecnología, múltiples promesas
La CCUS no es una tecnología única, sino un conjunto de procesos que permiten capturar el dióxido de carbono (CO₂) emitido por instalaciones industriales para luego transportarlo y almacenarlo bajo tierra o reutilizarlo en otros procesos. Su atractivo radica en su capacidad para reducir emisiones sin desmantelar infraestructuras existentes, lo cual la convierte en una solución especialmente seductora para sectores industriales de difícil descarbonización (cemento, acero, refinerías, centrales térmicas, fertilizantes, yeso, cal…).
Estos procesos permiten, también, capturar carbono neutro, es decir no procedente de fuentes fósiles ni de fuentes biogénicas, simplemente procedente del ambiente permitiendo remover CO2 y ofrecer una fuente de carbono para diferentes usos. Por ello, existen también las opciones para la captura del CO2 directamente del aire (DAC direct air capture) o del agua del mar (DOC direct ocean capture).
De hecho, la Agencia Internacional de la Energía (IEA) considera que la captura de carbono debe desempeñar un papel relevante para alcanzar la neutralidad climática en 2050, aunque advierte que no debe sustituir la reducción estructural de emisiones. Y es aquí donde empieza el debate.
Normativas que presionan: CSRD, taxonomía y el coste del carbono
En Europa, el despliegue de CCUS se ve impulsado por una convergencia normativa sin precedentes. Por un lado, la nueva Corporate Sustainability Reporting Directive (CSRD) obliga a las grandes empresas a reportar sus emisiones, riesgos climáticos y planes de descarbonización con un detalle y transparencia nunca vistos. Las industrias intensivas en carbono no solo deben contar lo que emiten, sino cómo piensan reducirlo y con qué tecnologías.
Por otro lado, la Taxonomía Verde de la UE —el sistema de clasificación de actividades económicas sostenibles— permite incluir inversiones en CCUS como “verdes” si cumplen ciertos criterios técnicos y de viabilidad climática. Y finalmente, el mercado de derechos de emisión (ETS) impone un precio creciente al CO₂ no capturado, lo que transforma el carbono en una liabilidad económica: quien contamina, paga, y cada vez más.
Este marco normativo explica el renovado interés por tecnologías que, como la CCUS, deberían permitir el cumplimiento de los objetivos señalados sin alterar la base de los actuales modelos productivos. No obstante, hay que subrayar que estos procesos de captura implican un importante incremento en el consumo de energía y en definitiva un considerable aumento del coste económico. Además, por otra parte, se abre otra pregunta ciertamente incómoda, ¿es todo esto suficiente?
Tipos de CCUS: ventajas, límites y costos
Existen varias modalidades de CCUS, cada una con niveles de madurez, coste y aplicabilidad distintos. Las más utilizadas son la captura postcombustión, que permite adaptar instalaciones ya existentes capturando el CO2 emitido diluido en los gases de la chimenea en concentraciones que van en el rango del 5% al 15%. y que precisan separar el CO2 del N2 También hay las opciones que modifican las condiciones de precombustión, exigiendo rediseñar y modificar procesos industriales. La captura directa del aire (DAC), pretende llevar a cabo esta captura del aire que solo contiene unas 429 ppm, que permiten remover del ambiente previamente emitido CO2, pero con elevados costes que pueden superar los 500 €/tCO₂ debido a la baja concentración. Similar aproximación se sigue con la captura directa del agua de los océanos (DOC)
Además del coste energético y económico, otro problema persistente es el transporte y almacenamiento del CO₂. No todos los países disponen de infraestructuras subterráneas adecuadas, y los proyectos de almacenamiento geológico —como los pozos salinos o las cavernas naturales— despiertan resistencia social, temores ambientales y barreras legales.
Aun así, la CCUS sigue avanzando: según la IEA, hay más de 150 proyectos en desarrollo en todo el mundo. Los más ambiciosos se concentran en Estados Unidos, Brasil, China y el Golfo Pérsico,. regiones donde el binomio entre industria fósil y captura de carbono aparece como una vía de transición menos disruptiva y en donde la principal apuesta es el secuestro geológico del CO2 capturado En Europa son destacables los proyectos en Noruega y en Holanda.
La paradoja fósil: ¿quién impulsa la CCUS?
Muchas de las grandes petroleras, como ExxonMobil, Shell, Total Energies o Aramco, lideran proyectos de CCUS como parte de sus estrategias climáticas. Esta aparente conversión ecológica esconde, sin embargo, una lógica de continuismo extractivo: si puedo capturar parte del CO₂, puedo seguir explotando gas o petróleo sin (tanta) penalización reputacional ni regulatoria.
No es casual que muchas de estas empresas promuevan una narrativa basada en “emisiones netas cero” que no implica dejar los fósiles, sino compensarlos mediante tecnologías como la CCUS. Algunos informes críticos, como los del Carbon Tracker Initiative, alertan del riesgo de convertir la captura de carbono en un vehículo de greenwashing que perpetúe el statu quo en vez de transformarlo.
Paradójicamente, aunque la CCUS pueda ser funcional para industrias fósiles, la extrema derecha suele oponerse con vehemencia a esta tecnología. No tanto por sus implicaciones técnicas, sino por lo que representa como una cesión ideológica ante la "agenda climática globalista”.
El rechazo a la CCUS forma parte de un paquete ideológico más amplio: negacionismo climático, hostilidad a la transición ecológica y defensa sin matices del productivismo fósil. En algunos casos, esta oposición es contradictoria, ya que ciertos líderes ultras sí promueven la geoingeniería o las energías nucleares, pero siempre bajo la consigna de minimizar el papel del Estado y las restricciones ambientales.
Geopolítica del CO₂: entre dependencia y transición
La captura de carbono también forma parte de las estrategias geopolíticas de grandes potencias. Estados Unidos y China la ven como un instrumento clave para preservar su tejido industrial. Otros países como Brasil justifican su creciente política extractiva en base a la captura del CO2 a igual que los países del Golfo, como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Estos integran en sus visiones de futuro para seguir exportando petróleo bajo el relato de “hidrocarburos limpios”.
Europa, por su parte, mantiene una postura más ambigua. Promueve proyectos CCUS, pero dentro de una taxonomía regulada, bajo presión social y con creciente competencia por fondos públicos. Algunos países como Noruega (con el proyecto Northern Lights) lideran iniciativas ejemplares, mientras otros, como Alemania o Francia, se muestran más prudentes.
¿Solución o espejismo? A la busca del camino a seguir
La CCUS no puede ser la solución central a la crisis climática. No sustituye la electrificación, la eficiencia energética ni la transformación de los sistemas de transporte, vivienda y alimentación. Pero puede ser una herramienta complementaria en sectores difíciles de electrificar, siempre que se utilice con criterios de eficiencia, justicia climática, control democrático y se valoren el crecimiento de costes y su repercusión en la economía, así como los efectos sobre el aumento en el consumo energético para proceder a la captura, procesado, presurización, transporte, secuestración final del CO2 y vigilancia de potenciales fugas.
Los expertos del IPCC coinciden: la captura de carbono puede ayudar, pero no reemplaza la reducción directa de emisiones. De hecho, su eficacia depende no solo de la tecnología, sino del modelo político y económico en el que se implemente.
La clave está en evitar que la CCUS se convierta en un subsidio encubierto al fósil. Para ello, se necesita:
- Que los proyectos sean auditables y comparables en términos de reducción neta.
- Que no reemplacen inversiones en renovables o en mejorar eficiencia.
- Que no sirvan para alargar la vida útil de plantas contaminantes sin abordar cambios sustanciales
- Que los costes recaigan en quien emite, no en el contribuyente.
Solo así, la captura de carbono podrá formar parte de una estrategia climática honesta, eficiente y orientada al bien común, y no de una huida tecnológica hacia adelante.
Hay que enfatizar que reemplazar los carbonos fósiles requiere disponer de un mercado estable y controlado de carbonos verdes, fuente biogénica, y de carbonos neutros, capturados del ambiente que aseguren las vías para la producción sintética de todos los productos basados en “carbonos”. Por esto, cualquier estrategia debe impulsar el uso de carbonos verdes y promover las tecnologías para el uso de carbonos neutros dado que no hay suficientes carbonos verdes disponibles.
J.R. Morante es Catedrático emérito de la Facultad de Física de la Universidad de Barcelona y Héctor Santcovsky es Sociólogo y Politólogo, ex profesor asociado Universidad de Barcelona.
Juan Córdoba
28/07/2025