Desde hace unos años, las previsiones energéticas de distintas instituciones, como la Agencia Internacional de la Energía (AIE) o BP, han dado al gas un protagonismo principal en la matriz energética global a partir de 2030. Será el gran sustituto del petróleo. La era del gas sólo acaba de comenzar.
Es por ello que desde hace unos años, las grandes potencias económicas han ido poco a poco buscando cómo posicionarse en un futuro mercado de gas. Como si de una megapartida de ajedrez se tratase, las piezas llevan tiempo posicionándose de cara a la gran batalla final.
El fracking en EEUU es un claro ejemplo de ello. Qatar se ha salido de la OPEP para centrarse únicamente en gas. Pero el que sin duda nos toca más de cerca a los europeos es Rusia.
El gigantesco país es el segundo mayor productor de gas tras EEUU pero tiene bajo tierra las mayores reservas de todo el planeta. Su cliente por excelencia ha sido siempre Europa, aunque ahora China busque ser otro gran aliado de Moscú.
¿Y qué pinta Ucrania en todo esto? Rusia busca sin duda seguir mandando en el tablero europeo. No quiere perder cuota de mercado. Es por ello que desde sus tierras se han construido distintos gasoductos para inyectar el gas a la dependiente Europa, que se niega en rotundo a buscar su propio gas.
Putin lo sabe y se aprovecha de ello. Ucrania es el principal país de tránsito del gas hacia Europa. Por sus tierras pasan cuatro grandes gasoductos (SOYUZ, SDKRI, UPU Progress y Kiev-Ucrania Occidental). En sus fronteras hay cinco grandes puntos de conexión hacia Europa y prácticamente todo el gas que pasa por ahí va a parar a media Europa.
En primer término reciben el gas Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumanía. Después ese gas llega a otros estados como Bulgaria, Alemania, Austria, República Checa o Suiza. Al igual que a los países balcánicos. Y ya en menor medida al resto de Europa, también a través de buques.
A pesar de que en 2015, tras la primera crisis de gas con Ucrania, la Unión Europea trató de reducir esa dependencia del gas ruso, la verdad es que no sólo no lo ha conseguido, sino que ha ido a peor, y esa dependencia de Gazprom va en aumento.
Ahí están Turkstream y Nord Stream 2, los dos gasoductos con los que Europa se ha rendido a los pies de Putin. Pero a pesar de tener más o menos bien construido todo, el zar del gas se ha encontrado dos chinas en el zapato, la pandemia de la COVID-19 y la entrada del GNL estadounidense en el mercado europeo.
La pandemia trastoca la demanda mundial
La llegada de la Covid a nuestras vidas trastocó todos los mercados. El confinamiento dejó la demanda por los suelos, y con ello se vieron afectados los grandes productores de combustibles fósiles. Se encontraron en la obligación de parar las máquinas.
Un parón que se ha notado en el segundo año de pandemia, con sólo la demanda asiática tirando. Las plantas de producción de gas no estaban preparadas para la vuelta a la realidad. Había que realizar operaciones de mantenimiento y no se estaba en condiciones para suministrar el gas para todos.
China se comió el pastel, y poco a poco los precios se fueron encareciendo. Mientras tanto, en Europa, no se hacían los deberes y prácticamente solo se consumía gas. No daba para más. Lo normal en verano es aprovechar el escaso consumo para llenar las reservas y almacenamientos, pero la producción no daba para los países europeos. Sólo China podía llenar sus depósitos porque pagaba mucho mejor que en otros mercados y se llevaba todo el gas natural licuado (GNL).
Esto hizo que poco a poco los precios del gas fueran en continuo aumento. Desde abril hasta diciembre las subidas fueron constantes, y se pasó de estar en 25 €/MWh a casi 170€/MWh a finales del año pasado.
Ahora los precios están algo más contenidos, pero siguen altísimos. Durante el otoño Putin y Gazprom jugaban con Europa al perro y al gato y cada vez que hablaban subía o bajaba el gas según su interés.
El caso es que tantas presiones no han surtido efecto alguno en el mercado, y Rusia se ha cansado de esperar.
La única manera que ha encontrado Putin para no perder a Europa como gran cliente es volver a usar a Ucrania como arma para sus intereses económicos.
Rusia busca grandes contratos a largo plazo no sólo con Alemania sino con varios países europeos. Con Nord Stream 2 ya serán dos los gasoductos directos con los germanos y Alemania ya no dependerá tanto del gas procedente vía Ucrania. La jugada era perfecta para Putin, pero ya no podía perder más tiempo. Por eso apretaba lo máximo con la amenaza de invadir Ucrania.
Alemania ha jugado sus bazas en este baile geoestratégico en el que se ha convertido el mercado energético y más desde que llegara a nuestras vidas el Covid. Las necesidades de gas van en aumento, sobre todo si quiere ir deshaciéndose del carbón.
Berlín presiona a Rusia con el gasoducto Nord Stream 2, fundamental para conseguir mantener la cuota de mercado. Alemania lo sabe, pero Rusia no cede. En verdad, no cede nadie, y en medio de todo esto Ucrania, que se ve de nuevo bajo el yugo ruso.
Intervención norteamericana
Entonces Alemania mira hacia el otro lado en busca de ayuda. Ya sin Merkel, el nuevo canciller Scholz se abraza a Joe Biden para tratar de mantener a raya a Putin.
EEUU vuelve a amenazar a Gazprom con fuertes penalizaciones si mantiene su presión sobre Ucrania. Biden juega su gran baza. Enviar decenas de buques de GNL a Europa, necesitada de gas, sobre todo el centro del continente. Y lo consigue. Nunca había suministrado tanto gas a sus socios europeos.
Mientras tanto Putin comienza a mover piezas preparando su asalto a Kiev. La tensión va a más, y la volatilidad en los mercados va en aumento, mientras las existencias de las reservas de gas en Europa menguan hasta niveles peligrosos para la seguridad de suministro.
Con todo este panorama se ha llegado al día de hoy con la invasión de Ucrania por parte de las fuerzas militares rusas. En poco más de 24 horas, Rusia ya tiene cercada a la capital Kiev. El miedo en los mercados financieros y energéticos se ha notado con fuertes subidas en el precio del gas, de más del 30%, llegando incluso durante el día a superar los 140 €/MWh.
Todos saldrán mal parados. Rusia no venderá tanto gas como pretendía, Alemania y otros países europeos se podrían quedar sin gas para el final del invierno, y el resto de Europa sufrirá altos precios energéticos. ¿Quién gana de todo esto? Uno de los que más está interesado en que se mantenga este enfrentamiento entre Rusia y Europa es Estados Unidos, su shale gas se venderá y están preparados para ello. No es que quiera que haya un conflicto bélico, pero sí le interesa mantener cierta tensión para comerse parte del pastel.
Luego eso sí, John Kerry se lleva las manos a la cabeza porque este conflicto perjudica a la lucha contra el cambio climático. Ya lo podía pensar antes de crear un gigante de los combustibles fósiles.
Sanciones y financiación de la guerra
Ahora llegarán las sanciones y la energía no se va a tocar. ¿Por qué? Porque Europa depende y mucho de Rusia. Un dato para la reflexión: entre la UE, EEUU y Reino Unido compran a diario unos 700 millones de dólares a Rusia en petróleo y gas. Imagínense lo que ganó Rusia con eso.
Putin ha esperado al momento álgido de los mercados para llenar sus arcas y permitirse la invasión a Ucrania, uno de sus mayores deseos, antes de que Ucrania se una a la OTAN.
Ahora llegarán las sanciones económicas, y si a Putin le parecen demasiado a lo mejor podría cortar el suministro de gas y petróleo a Europa y otros mercados. Si lo hiciera, la catástrofe sería de unas proporciones bíblicas. Pero perdería su mayor arma de financiación para esta guerra. Al final, ha sido Europa quien ha financiado esta guerra sin darse cuenta.
Por tanto, mal Europa por incrementar su dependencia en los últimos años y peor Rusia por esta invasión innecesaria. Haya paz.
Dabama
25/02/2022