Eficiencia

La falta de voluntad política y financiación, principales barreras para la transición energética

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Hay dos palabras que cada vez suenan más en el mundo: transición energética. ¿Qué significa esto? En pocas palabras, cambiar el modelo energético, el mix energético, para ser más sostenible y eficiente. Que se contamine menos, que se consuma menos energía e impulsar las renovables. El último Consejo Europeo en el que se aprobaron una serie de medidas para reducir el efecto invernadero: Europa acuerda un recorte del 40% en las emisiones de CO2, un 27% de renovables y un 25% de eficiencia para 2030, objetivos algunos vinculantes otros no, pero que marcarán el futuro la política energética.

Hay países como Francia que ya han puesto sobre la mesa cómo van a dar los primeros pasos para empezar el camino de la transición energética. Alemania ya tomó decisiones al respecto tras el accidente de Fukushima. Acabar paulatinamente con la nuclear y apostar por las renovables. En EEUU se ha apoyado al fracking para salir de la crisis (esto lo ha dicho el propio Barack Obama). Estos son ejemplos de transición energética, algo que en España ni se ha llegado plantear. No interesa, no hay voluntad política.

Es vital que para iniciar este camino haya un acuerdo, una voluntad política que marque la pauta del modelo energético que se quiere tener en el futuro. Ese sería el primer paso, y que en muchos casos no se lleva a cabo. No solo en España existe este problema. Pero además hay otra gran barrera. Esta no es otra que la financiera.

Una cosa es querer dar los pasos hacia esa transición energética y otra bien distinta poder darlos. Impulsar las renovables, apoyar medidas a favor de la eficiencia energética, reducir drásticamente las emisiones de gases cuestan mucho dinero. Cientos de miles de millones de euros, por no decir más. Y mucho tiempo.

Ahora en Europa entran las prisas. Todo el mundo conoce Kyoto, pero el mundo occidental no ha querido cumplir los deberes. Oídos sordos. Cuando la economía mundial tenía la posibilidad de afrontar los retos de la transición energética no se ha hecho. Cuando había dinero para empezar a caminar, el mundo se ha quedado inmóvil y ahora que no hay dinero para poder enfrentarse a este reto pues tampoco se hace, o tampoco se hará porque ya hay una excusa para ello. No hay dinero. Los estados están atados de pies y manos, como en el caso de España. La deuda es altísima y desarrollar políticas energéticas eficientes y sostenibles es imposible.

No se puede engañar a la gente. Dígase claro.  No se puede, no hay dinero para impulsarlo. Entonces es cuando se vuelve al dilema. ¿No se puede o no se quiere? Se puede dar el caso que ni se puede ni se quiere. Esa es la sensación que hay en España. Ni hay voluntad política ni dinero para afrontar el cambio de modelo. A lo mejor no hace falta cambiarlo. Pero por lo menos que se defina. Desde luego en España está complicado que se cumplan estas condiciones. Lo dicen varios informes que se manejan en la UE. España incumplirá el objetivo de renovables para 2020 con la actual política de recortes pero además está lejos de conseguir reducir las emisiones de CO2 con su actual política de eficiencia energética.

En el caso de Francia, la voluntad política existe. Ahí está el plan que el Gobierno de Hollande quiere llevar a cabo. Incluso parece que quiere poner 10.000 millones para ello. Otra cosa es que luego pueda. La economía francesa ha entrado en problemas. Ahí está el dato del último PIB en el que la economía gala se ha estancado. Algo parecido le sucede a Merkel. La locomotora alemana ha gripado y a la espera del dato definitivo del tercer trimestre, en Europa se vuelve a hablar de nuevo en recesión.

Es por ello, que si finalmente el Viejo Continente no arranca del todo económicamente hablando, encontrará una dificultad más para avanzar en los objetivos marcados para 2030. Una barrera que retrasará al menos la transición energética. Es cierto que hay algo de voluntad por parte de Europa pero se ve lejos que se pueda encaminar una política energética común con las dificultades financieras que existen en Europa.

Todas estas barreras se reflejan en todo el mundo. No es fácil dar los primeros pasos. Se necesita mucho dinero y si no se ayuda económicamente es complicado que las renovables u otros proyectos energéticos se lleven a cabo. Solo hay que ver la reforma energética de México, los planes de Chile, Brasil, o las dificultades de Japón. El mundo entero ha entrado en la rueda del cambio. Y sin voluntad política, por un lado, y sin dinero, es muy complicado comenzar a rodar. Desde luego que el camino se vislumbra largo. Muy largo.

Desde hace cuanto tiempo se habla de que el petróleo se acaba, de que ya no hay carbón, que la descarbonización está a la vuelta de la esquina, etc. Pero la verdad es que no hay elementos que puedan sustituir a día de hoy a estos combustibles fósiles. Por cantidad, precio y sobre todo, facilidad de almacenamiento. Cuando haya realmente algo mejor en estos aspectos, al carbón y al petróleo le quedan los días contados. La desaparición queda lejos, lo mejor será convivir con todos y afrontar el futuro de la manera que un país pueda, pero por lo menos que asuma la responsabilidad de tener una voluntad que indique el camino del futuro. Luego ya vendrán las consecuencias. Pero lo peor de todo es la inmovilidad. Solo hay que ver los resultados en todo el mundo desde que se conoce el protocolo de Kyoto. Casi 25 años después no se ha hecho prácticamente nada. Es hora de moverse.

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